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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Miles de alemanes se manifiestan pidiendo deportaciones masivas de extranjeros

El ministro alemán de Justicia acusa a Pegida de sembrar el odio y la violencia

Carmela Negrete

Dresde —

Es un hombre común, no se le ve pobre ni rico. Está ya mayor y por eso llama la atención que lleve casi tres horas aguantando el frío en la Plaza del Teatro en el centro de Dresde. Está observando cómo la policía separa a los manifestantes para que no se peguen. De fondo, el majestuoso edificio de la ópera, que hoy no ilumina su fachada en protesta por la manifestación de Pegida, los “Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente”. Lo que resalta en lugar de los relieves y esculturas es una pantalla que han instalado para la ocasión con frases a favor de los refugiados.

“El problema es que a las manifestaciones de Pegida vienen muchos de la derecha (radical)”, dice, de repente. Y suena como si tuviese que disculparse por estar hoy ahí, en medio de los más de 20.000 manifestantes que han seguido la llamada del movimiento que cumplía anoche su aniversario.

“Pero todo lo demás, lo que se dice y se hace aquí me parece bien”, asegura sin inmutarse. A simple vista parece imposible que tantos miles de personas que aquí se concentran sean todos neonazis radicales. No lo son en las formas ni tampoco en la esencia, pues de un día a otro no se levanta una ciudad ideologizada. Pero ya es un año el tiempo que lleva Pegida introduciendo ideas xenófobas en la mente de muchos ciudadanos medios en Dresde, así como en otras muchas ciudades alemanas.

Una hora antes, en este mismo lugar, un periodista de la agencia de noticias Ruptly fue agredido por un grupo de patriotas radicales.

“Un grupo de 6 o 7 hombres tiró mi cámara al suelo y comenzaron a darme golpes por todas partes”, explicaba. El movimiento Pegida no solo critica a la prensa, sino que abiertamente la odia y en mas de una ocasión sus simpatizantes han atacado a los reporteros. Hoy, sin embargo, un manifestante de Pegida resultó asimismo herido de gravedad al ser golpeado con una barra de hierro, según explicaba la policía.

“Aquí no somos nazis, como dice la prensa, que solo miente. Somos ciudadanos preocupados con el futuro de nuestro país”, explica otro manifestante que tampoco quiere dar su nombre.

“Queremos mantener lo que tenemos, y con el rumbo que lleva Alemania vamos a acabar en una guerra civil”. Este otro hombre, que uno podría encontrarse en el rellano y darle los buenos días tan tranquilo, viaja cada lunes 30 kilómetros para asistir a las citas de Pegida.

No importa que anteayer una persona atacase a la candidata a la alcaldía de Colonia Henriette Recker apuñalándola con un cuchillo en el cuello. Ni que se haya sabido que el atacante fuese un conocido neonazi que ha asegurado haber llevado a cabo el atentado por motivos racistas. Ayer la prensa además publicaba que en Colonia los neonazis entrenan en el campo con cuchillos porque ha aparecido un vídeo y en él puede verse a una de las organizadoras de Pegida participando en dichos entrenamientos.

El portavoz del Ministerio del Interior explicó en una rueda de prensa que estos movimientos “propagan resentimientos contra refugiados, inmigrantes y musulmanes”, además de que la  “violencia potencial en estas manifestaciones ha aumentado considerablemente”.

El propio ministro de Interior, Thomas de Maziere, del partido de Merkel, la Unión Cristianodemocrata (CDU), aseguraba el domingo en la televisión pública que  “ya está claro que quienes organizan estas protestas son extremistas de derechas” y añadía que “hablan de todos los refugiados como criminales, de todos los políticos como traidores de la patria. Eso está fuera de todo consenso democrático”.

En las pancartas de los manifestantes de Pegida pueden leerse consignas contra el capitalismo, el gobierno alemán, la inmigración en masa y los refugiados en general, todo mezclado. Si hace un año el movimiento nacía y pasados unos meses decaía y parecía haber desaparecido, ahora ha vuelto con una fuerza renovada con la excusa de la crisis migratoria.

La llegada de los refugiados marca a Alemania. Un pueblecito de 100 habitantes alojará a 1.000 refugiados. Y las autoridades barajan expropiar edificios para albergar a los que están llegando desde Oriente Medio.

Este país está sobrepasado por el número de inmigrantes en tan poco tiempo. A pesar de que miles y miles de voluntarios se afanan cada día en evitar una catástrofe humanitaria, estas personas se encuentran después de varios meses al límite de sus fuerzas.

Cada día llegan una media de 300 refugiados nuevos al aeropuerto de Shönefeld en Berlín. De parte del Ayuntamiento reciben una botellita de agua y fruta. Los voluntarios ponen el resto: comida, ropa y artículos de higiene. Sin ellos esas personas no tendrían más que lo que llevan encima. Y Berlín es solo otra ciudad más a la que llegan los refugiados.

La oficina de registro, asimismo, continúa colapsada, con el agravante de que ahora ha llegado el invierno y con bajísimas temperaturas miles de refugiados continúan esperando al raso a que se solucionen sus solicitudes. A diferencia del mes pasado, cuando el tiempo aún era clemente, los albergados ya tenían al menos la vaga sensación de tener un techo sobre la cabeza.

Sin embargo ahora están comenzando a sufrir el invierno en toda su intensidad. En Hamburgo la propia policía asegura en un informe que en uno de los campamentos de refugiados hay 300 personas muy enfermas con bronquitis, que por la mañana llegan con los labios violeta a tomar el desayuno por el frío. Cáritas ha advertido de que podrían producirse muertes por frío entre los refugidados.

La policía, por su parte, se encuentra, como la sociedad alemana, dividida. Mientras el portavoz del sindicato de la policía reclama al gobierno alemán que construya una valla y cierre la frontera con Austria, el presidente de la asociación de policías criminalistas, André Schulz, critica a su vez esas declaraciones en el periódico Die Welt, explicando que criminalizar a los refugiados formaba “parte del problema” y no de la solución.

Para tratar de aliviar la situación, según el gobierno, una nueva ley entrará en vigor el 1 de noviembre. Los refugiados ya no recibirán más dinero en metálico sino productos en especie y vales de compra. Todos los países de los Balcanes han sido reconocidos además como “origen seguro”. Albania, Kosovo, Montenegro... todo ello con la idea de deportar a los solicitantes de asilo de estos países de una forma aún más rápida. La nueva ley aumentará además de 3 a 6 los meses el tiempo que los refugiados pueden pasar en los albergues de emergencia. Las organizaciones de defensa de los derechos de los refugiados han criticado dicha ley y el sábado llevaron a cabo una manifestación en su contra.

En Dresde ha llegado el momento de irse a casa y si no fuese porque la policía se dedica a separar minuciosamente a los manifestantes, toda la Plaza del Teatro y los aledaños se habrían convertido en una auténtica batalla campal. “Malditos nazis, sois una vergüenza para Alemania”,  gritan cientos de manifestantes desde lo alto de un puente. Y escupen a los manifestantes de Pegida que van caminando por debajo. Queda por ver si esta estrategia del insulto sirve para desradicalizar a los “ciudadanos preocupados”, como ellos se llaman, y apartarlos de la guía de extremistas de derecha.

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