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THE GUARDIAN

El hambre golpea a los venezolanos que migran a La Guajira colombiana: “No comí durante días”

Dos ciudadanas venezolanasque salieron de su país en busca de mejorar su condición económica y se instalaron en La Guajira, Colombia.

Steven Grattan

Maicao (Colombia) —

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Un lago interminable de chabolas de cartón y hojalata rodea el perímetro de lo que solía ser la pista de aterrizaje de un aeropuerto, en la desértica ciudad colombiana de Maicao. Conocida localmente como La Pista, el área es el hogar de más de 2.000 familias y es uno de los 44 asentamientos informales que han emergido alrededor de la ciudad a lo largo de los últimos dos años.

El viejo aeropuerto se ha convertido en la pista de aterrizaje para migrantes e indígenas wayú que huyen de la crisis económica y política en Venezuela, donde las necesidades básicas son difíciles de cubrir.

Maicao está en La Guajira, el departamento más al norte de Colombia, y limita con Venezuela. Es el segundo punto de entrada más popular entre migrantes, después de Cúcuta, la principal ciudad fronteriza.

El hedor a orina invade el aire dentro de la sofocante chabola de hojalata donde Elaine Rojas vive junto a su familia. No hay retrete, por lo que la familia de seis hace sus necesidades donde puede. Rojas, de 27 años, vino desde la ciudad venezolana de Maracaibo hace cuatro años, en busca de una vida digna para sus hijos.

Su fragilidad es un signo de desnutrición. La comida escaseaba en su tierra natal, y también desde que vino a Colombia.

“No es mejor que Venezuela, pero al menos tenemos algo de comida, aunque a veces no tenemos suficiente”, dice Rojas. “Cuando llueve es horrible, todo se inunda”.

Rojas y su marido, que sobreviven reciclando plástico, construyeron su choza por su cuenta. Comenzaron con bolsas de plástico y trozos de madera, antes de conseguir un poco de chapa ondulada. Como no hay agua corriente ni potable en La Pista, todos dependen de los aguadores, que cobran por el reparto de bidones de agua sin tratar, los cuales llevan de casa en casa sobre los lomos de unos burros.

Aumento de la desnutrición

Muchas personas sufren desnutrición en Maicao. Organizaciones como Save the Children y Acción contra el Hambre asisten a las familias de La Pista, pero la mayoría solo logran comer una vez al día, por lo general a base de harina y, ocasionalmente, arroz. Pocos pueden comprar carne, fruta o verdura. Un tomate puede costar unos prohibitivos 800 pesos (0,18 euros).

Esta dieta es una de las principales causas de la desnutrición, dice Mabis Mercado, que está a cargo del cuidado de los pacientes migrantes en el hospital principal de Maicao. Cree que hay alrededor de 8.000 personas en La Pista y dice que los casos de desnutrición se han disparado desde el año pasado. El hospital tuvo 152 casos de desnutrición crónica en 2020. 68 de los pacientes eran venezolanos y 25 pertenecían a comunidades indígenas.

“Las más afectadas son las poblaciones indígenas”, dice Mercado. “El agua en La Pista es pésima. Causa muchos problemas intestinales, que se suman a la desnutrición”.

En 2018, al intensificarse la crisis en Venezuela, los médicos empezaron a registrar más casos graves de desnutrición, dice. La pandemia ha emporado aun más la situación, ya precaria de por sí.

“El año pasado fue muy duro porque muchos migrantes tienen trabajos informales. Con el confinamiento, no podían hacer nada. Todo estaba cerrado, por lo que muchas personas pasaron hambre por no tener dinero para comprar comida. Hubo recién nacidos que estaban desnutridos y niños que, debido a la falta de leche, comenzaron a caer en la desnutrición también”, dice.

En el hospital se entregan suplementos. “Pero se acabaron. Solo teníamos abastecimiento para tres meses”.

“Estamos sobrepasados”

Los datos oficiales en Colombia dicen que 51.361 migrantes viven en Maicao, pero Mercado y otras personas que trabajan en el lugar dicen a The Guardian que este número es una estimación conservadora. Aseguran que es casi imposible controlar la migración, debido a la gran cantidad de pasos fronterizos informales y peligrosos, conocidos como “trochas”, que se utilizan para el contrabando de armas, medicamentos y combustible.

“Hay 180 trochas y ningún control”, dice Mercado. “Es difícil de controlar y los datos no son exactos”.

Dentro del hospital, Rosa Primera, de 29 años, está sentada con su hijo de 18 meses, cuyo pelo claro es un claro signo de malnutrición. Primera lleva tres meses en Maicao y cuenta la misma historia que la mayoría: “Me fui [de Venezuela] por la crisis. No tenía dinero para comer”.

El doctor Alberto Galue, director del área infantil del hospital de Maicao, dice que los niveles de desnutrición son “muy graves… Estamos sobrepasados”.

En mayo de 2019, la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) instaló su primer campamento en Colombia, lo que supuso un respiro temporal. Sin embargo, en los últimos seis meses, han surgido decenas de infraviviendas alrededor del campamento de la ONU.

El representante de Acnur en Colombia, Jozef Merkx, asegura que la agencia está trabajando junto a las autoridades para atender las “necesidades urgentes en varios asentamientos informales con muchos refugiados, migrantes y familias de acogida”.

“Gran parte de la población en estos nuevos asentamientos informales es de origen wayú, en su mayoría provenientes del lado venezolano de la frontera”, dice.

La comunidad wayú representa el 56,4% de la población total en La Guajira y no reconoce la frontera entre Colombia y Venezuela.

Una adolescente wayú que cruzó a Colombia desde Venezuela dice que perdió dos bebés a causa de la desnutrición. “Estaban enfermos. Tenían diarrea y vómitos y yo no tenía recursos”, dice en lengua wayuunaiki Yulexi del Carmen, de 16 años, mientras su primo traduce al español. “Uno murió al mes y el otro, cuando tenía un año”.

Del Carmen y su familia estaban preparando arroz para el almuerzo cuando recibieron la visita de The Guardian. Por la noche beben chicha, una cerveza tradicional hecha de maíz fermentado. Su barril de agua estaba vacío, ya que se les había acabado el dinero.

Vivir con menos de dos euros al día

Osmer José, un aguador de 20 años, dice que estar en La Pista es “como estar en Venezuela, pero el dinero dura más”. El agua cuesta 3.000 pesos (0,68 euros) al día para aquellos que pueden pagarla.

Muchos venezolanos viven en chabolas de chapa ondulada, similares entre sí, en el centro de la ciudad de Maicao. Entre ellos se encuentra Ana Josefina Gutiérrez, de 33 años, proveniente de Los Puertos de Altagracia, localidad a orillas del lago frente a la gran ciudad de Maracaibo, situada a unas pocas horas en coche. Vive en condiciones precarias desde hace 18 meses.

Cuando estaba embarazada, no tenía dinero y en ocasiones tuvo que dormir en la calle junto a sus dos niños pequeños. “No sabía qué hacer”, dice Gutiérrez, que está en una clínica de Maicao con su bebé. “Dormí a la intemperie. No comía bien. A veces no comía nada durante dos días”.

“Él estaba desnutrido porque yo estaba pasando por un mal momento y no tenía nada para darle. Nunca en mi vida pensé que iba a vivir así”, dice.

Gutiérrez, que es diabética, recibió algunos fondos de emergencia de Save the Children y ha logrado salir de la calle y acceder a una vivienda básica. Dice que se las arregla con alrededor de 7.000 pesos (1,58 euros) al día.

Los únicos muebles en su refugio de una habitación son un colchón de gomaespuma de segunda mano y una cuna. La casa está hecha de hojalata y se encuentra rodeada de habitaciones en las que se alojan otros venezolanos. El metal hace que durante el día el calor sea abrasador, pero al menos está a salvo aquí por ahora. Sus fondos durarán alrededor de tres meses, dice.

La frontera colombiana con Venezuela reabrió recientemente, después de cerrarse en marzo de 2020 para contener la propagación de la pandemia. Mercado dice que ya han comenzado a cruzar más personas.

A medida que se acerca la temporada de lluvias de septiembre, aumenta la preocupación por las personas viviendo en La Pista. Sus chabolas de cartón y chapa se inundarán y el agua estará aun más contaminada, lo que causará más enfermedades.

“Le he pedido a Dios que no llueva este año”, dice Mercado. “Ya ha sido demasiado duro para la gente, con la pandemia. Sus casas quedarán destruidas”.

Traducido por Julián Cnochaert

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