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La igualdad de género en Kenia y Etiopía también se conquista en el podio

Un pictograma incorporado en el documental para escenificar los avances en igualdad de género en África gracias al altetismo

Hugo Domínguez

Febrero de 2014. Una caravana de corredores franquea la línea de meta de la Media Maratón de Barcelona. Casi 22 kilómetros después, tras coger aire, los participantes caminan de vuelta a casa. Para la mayoría, incluso para los ganadores, las consecuencias de la carrera serán prácticamente intrascendentes, con la marca personal o una posible lesión como principales quebraderos de cabeza. En cambio, para un pequeño grupo, culminar la prueba entre los primeros supondrá transformar su vida y la de muchos de los que les rodean.

Es el caso de las atletas femeninas con pasaporte keniano o etíope. El fondismo en sus países está consiguiendo remover los cimientos sociales, los roles entre hombres y mujeres. Dos países donde el machismo ha calado hondo pero que ahora comienza a combatirse con las zapatillas de deporte calzadas. El dinero conseguido en las pistas aporta a estas mujeres una estabilidad económica que les permite ser independientes para decidir cómo administrar sus cuentas, y por consiguiente, su futuro. Al volver a casa después de la competición la estampa ha cambiado: las mujeres aportan el sustento y los maridos se ocupan de las tareas del hogar.

Un documental nos abre los ojos a esta incipiente “revolución”. El atletismo como agente para la emancipación femenina queda retratado en 01:05:12. Una carrera de fondo, dirigido por Javier Triana y Rubén San Bruno. Los exteriores se sitúan entre las áridas tierras de Kenia y Etiopia, y el protagonismo lo ostentan las mujeres atletas laureadas con grandes éxitos internacionales. El guión revela cómo a golpe de zancada y de medallas se están removiendo los puntales que frenan la igualdad de género. “Es solo el comienzo, pero algo empieza a cambiar”, asegura Javier Triana.

La primer parte del metraje se sitúa en Iten, un pequeño pueblo al oeste de Kenia, donde la panorámica ha evolucionado en los últimos años. En sus caminos rojizos ya no se ve solo a hombres preparándose para la competición, con un entrenador dando instrucciones desde un todoterreno. Han florecido hoteles y peluquerías cuyos dueños y empleados no están reservados solo a los varones, y los niños no son los únicos que hablan de sus perspectivas de futuro con ilusión. Pero para que esta transformación haya empezado a materializarse las atletas han tenido que sortear un camino plagado de obstáculos. Y no ha sido nada fácil.

“Mi mánager me decía '¿Por qué compartes tu dinero con tu novio?'. En Alemania me di cuenta de que para algunas mujeres cuando el dinero es suyo, es solo suyo. Pueden mantenerse ellas solas”. Es el relato de Agnes Kiprop, que resume a la perfección el nuevo espíritu que se atraviesa en Kenia. En las repisas de su casa no hay hueco para más premios. Ante la cámara relata cómo viajar les ha abierto la mente, cambiándoles su actitud ante el día a día: “Era mi dinero, pero mi marido quería decidir cómo invertirlo. Yo pagaba el colegio, la casa, mientras él igual estaba borracho… Así que decidí quedarme sola con mis hijos”.

Uno de los entrenados admite que algo está cambiando: “El hombre siempre ha tenido la obligación de ir de caza y defender a la familia, y la mujer se encargaba de todo lo relacionado con el hogar”. Hasta ahora. Las familias, aunque con reticencias, “se han dado cuenta de que ganan más si la mujer es atleta que con la dote que les darían si se casa tras dejar el colegio”, cuenta un misionero encargado de uno de los colegios más distinguidos de la zona. Un factor que no es baladí: la suma de educación y atletismo se ha convertido en la combinación perfecta.

De atletas a símbolos del cambio

Que las niñas puedan recibir una educación, cuentan los protagonistas, les permite compaginar su carrera deportiva con unos estudios que sean garantía de futuro cuando la edad les haga dejar las competiciones. “Una mejor educación para las mujeres es garantía de un futuro mejor”, afirma Lornah. Esta atleta retirada de 40 años cuenta entre sus vitrinas con dos oros mundiales, aunque su mayor satisfacción procede de algo intangible: se ha convertido en la inspiración para muchas mujeres de Iten, a las que ahora facilita más oportunidades con un centro de entrenamiento construido gracias a los éxitos que le ha brindado la pista.

Pero, además de la educación, hay otro pilar que ha permitido que germine esta revolución. Ese es el turismo deportivo. La llegada de extranjeros a estas tierras ha sido decisiva para que mejoren los equipamientos, como por ejemplo una nueva pista de tartán, a la vez que también funciona de trampolín para una red de comercios que giran en torno a este fenómeno: desde fruterías, hoteles, e incluso salones de belleza. Si bien, lo positivo no reside solo en la llegada de foráneos de todas las partes del mundo, sino también de las salidas de los autóctonos a competiciones de otros países.

La mayoría de las mujeres que aparecen en el documental están divorciadas o sencillamente han decidido vivir sin compromiso, en la soltería. Una idea que en España a estas alturas no genera sorpresa, pero que en Kenia o en Etiopía es un paso insólito. Así, el atletismo les regala libertad en un sentido muy amplio: pueden marcar su futuro profesional y comienzan a decidir su posición en el ámbito personal sin cortapisas. Aunque la llama del machismo sigue latente. “Notas que algunos hombres lo aceptan, pero otros aunque te lo dicen, luego al explicarse notas contradicciones. Esto llevará muchos muchos años”, apostilla Javier Triana.

El caso de Feyse Tedese es otro. Junto a su marido, con quien intercambia miradas de complicidad, cuenta como él dejó sus ambiciones a un lado y se centró en ayudarla para que pudiera triunfar, lo que le hizo armarse de autoestima. La residencia del matrimonio está colindante con Adís Abeba, la capital de Etiopía, un núcleo urbano donde se advierte más la metamorfosis social y las nóminas son más generosas.

En esta ciudad conviven dos referentes para aquellos que quieren dedicar su vida al atletismo. En el lado femenino está la etíope Derartu Tulu, oro en 10.000 metros en Barcelona 92, el primero para una mujer africana negra en unos Juegos Olímpicos. Con el dinero logrado está construyendo un centro y un hotel, donde se genera trabajo. En el plano masculino se encuentra Haile Gebreselassie, uno de los rostros más reconocible del fondo mundial, mudado a empresario de éxito y aspirante a la presidencia de Etiopía. “De las 1.200 personas que empleo, el 55% son mujeres. Por eso va bien mi negocio”, dice esbozando una sonrisa.

El documental 01:05:12. Una carrera de fondo nació de la experiencia de Javier Triana como corresponsal de la agencia EFE en el África subsahariana. “Viajé varias veces a Iten, me interesó el cambio que se está produciendo y comencé a hacer entrevistas para ver si se sostenía”. Y se sostuvo. Durante dos semanas rodó junto con el también riojano Rubén San Bruno un trabajo sustentado económicamente gracias a la beca del Centro de Periodismo Europeo, financiado por el Centro de Periodismo Europeo y la Fundación Bill y Melinda Gates. Hasta 2017 el documental se moverá por los circuitos de todos los festivales, la única forma posible por el momento de disfrutar de este metraje. “Llegará el momento en el que triunfarás, en lo que quieras”, reflexiona una de las atletas antes del fundido en negro.

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