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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La historia de Unai y Esteban, dos refugiados homosexuales forzados a huir de las pandillas en Honduras

Unai y Esteban, en el vídeo grabado por CEAR.

Desalambre

Unai siempre ha sufrido el acoso de las pandillas en Honduras. Primero, cuando era un niño y las maras extorsionaban a su madre para que pagara dos veces por semana el llamado “impuesto de guerra” por su pequeña tienda de alimentación. Después, cuando creció y comenzaron a amenazarle por su orientación sexual.

Para estos grupos que controlan buena parte del territorio, en su idea de lo que “tiene que ser un hombre”, relata el joven, no caben los homosexuales. Tampoco su pasión: la danza. El acoso constante obligó a Unai a abandonar sus estudios de baile e interpretación. Cada vez que salía de casa, recuerda, planeaba minuciosamente la ruta por miedo a ser asesinado o agredido.

“Era un infierno, vivía con mucho miedo, vigilando que no te vean, porque siempre te están observando… Pensando dónde voy a guardar el dinero o qué ruta voy a tomar, pensando si me van a matar, si me van a violar, si algún día se van a cansar de hostigar y van a pasar a la acción. Tuvimos que huir. Eso no es vivir”, recuerda en un testimonio recogido por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). 

En el caso de su pareja, Esteban, las amenazas fueron a más. “No queremos volver a verte por aquí”, asegura que le decían cuando, antes de tener que dejar de hacerlo, visitaba a Unai en su barrio. El acoso también venía a través de llamadas telefónicas. “Cambié de número varias veces, pero de una u otra forma, siempre lo tenían”, comenta.

Un día, salía del ensayo cuando unos pandilleros entraron en el autobús en el que viajaba y, según su testimonio, le obligaron a bajarse a punta de pistola. Se lo llevaron a un lugar conocido 'el campo'. “Allí matan, violan y hacen de todo”, sostiene Esteban. A él le dieron una paliza, lo suficiente para darse cuenta de que su vida corría peligro, de que tenía que marcharse de allí.

Hoy ambos viven en España a la espera de que se resuelva su petición de asilo. Mientras, han podido retomar sus estudios de interpretación. Según CEAR, que ha denunciado en varias ocasiones los retrasos y el “colapso” del sistema de asilo español, en los últimos cuatro años solo se han concedido 25 solicitudes de asilo a personas procedentes de Honduras, Guatemala y El Salvador, de las cerca de 3.400 peticiones presentadas. 

Unai sabe que es difícil que, con estos datos, su caso se resuelva favorablemente, pero tiene una certeza: “No volvería a mi país, porque allá no se vive”.

“El odio de las pandillas a los homosexuales es una forma de humillar y de sentirse superior a los que tenemos esta orientación sexual”, explica Esteban. En un contexto marcado por la pobreza, en países como El Salvador, Honduras o Guatemala, la violencia de las maras afecta particularmente a las personas LGTB, para las que las amenazas son una realidad cotidiana. 

“Es necesario recordar que todavía hay personas en todo el mundo que no solo no pueden festejar con normalidad el orgullo LGTB, sino que se ven obligadas a ocultar su condición o a huir de sus países debido al temor a ser asesinadas por ser, sentir o amar de una forma determinada”, defiende Estrella Galán, secretaria general de la ONG.

Esteban cuenta que de pequeño solía soñar con volar. Sus padres le respondían: “Pero hijo, eso es imposible, las personas no volamos”. Hoy, dice, lo logra a diario gracias a la danza. La misma por la que tuvo que sufrir el acoso y abandonar su país. Pero no lograron cortarle las alas.

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