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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Contra la cultura de la ciudad sucia

Algún día, toda esta porquería fue nuestra.

Pedro Bravo

El Ayuntamiento de Barcelona va a estar todo el año 2017 con una campaña de sensibilización recientemente presentada que quiere mejorar el aspecto de sus calles. La acción trata de conseguir que la gente se corte de ensuciar el espacio público a través de la labor de cien informadores de diversas nacionalidades que explicarán a vecinos, comerciantes y turistas que mantener la ciudad limpia es cosa de todos. Los educadores hablarán varios idiomas además del catalán y el castellano; francés e inglés por eso de los visitantes, pero también chino o árabe para hacer entender a los que vinieron para quedarse.

Barcelona, así, da un paso más que el que dio Madrid hace algo más de un año con esos carteles que aún nos aluden con mensajes ilustrados y que invitan a mantener limpia “la ciudad que quieres”. Hay más: Bilbao, también recientemente, ha propuesto una campaña para impulsar los valores cívicos y la responsabilidad en el mantenimiento del lugar. El argumento conceptual lo clava: “Bilbao es tu casa”.

En realidad, los ejemplos de campañas de este tipo en España son muchos y señalan algo evidente: las ciudades están sucias. Uno no sabe si más o menos que antes, porque, cosas del siglo siglo XXI, no hay datos fiables. En Madrid, por ejemplo, si hago caso a la alcaldesa tengo que pensar que la ciudad está un poco más limpia que en el anterior mandato. En cambio, si hago caso a mi hermana, pensaré que está más sucia. El hecho, y en eso coinciden las dos, y yo mismo, es que las calles están llenas de porquería. Y resulta que tal cosa es la segunda principal preocupación de por aquí. Fascinante.

Todos sabemos que una de las más olorosas herencias del gobierno de Ana Botella fueron los contratos integrales de limpieza, una condena a mugre de ocho años que Ahora Madrid no ha sabido o no ha tenido el valor de romper. He ahí parte del problema, un gobierno que no puede o no se atreve. Pero hay otra parte y es cosa nuestra. Y aquí está lo fascinante.

El gran Mockus

El que primero lo huele debajo lo tiene, decíamos en el cole. Y se ve que seguimos en ello. Nos encanta quejarnos de lo sucio que está todo mientras tiramos la colilla al suelo o dejamos en la acera el pastel de nuestro perro. No somos conscientes de que la ciudad es nuestra casa y de que mantenerla limpia también es cosa nuestra y no sólo del administrador de la finca. Por eso es certero el mensaje de la campaña de Bilbao, aunque no sea suficiente. Lo mismo que le pasa a la campaña madrileña o, incluso, a la de Barcelona. Están bien pero sospecho que así no van a conseguirlo. Ha llegado la hora de que en España convoquemos al gran héroe bogotano, el inigualable Mockus.

Antanas Mockus es un profesor de filosofía y matemático colombiano que tiene el grandísimo mérito de haber dado la vuelta a una ciudad difícil como Bogotá. Fue en sus dos mandatos como alcalde, del 95 al 98 y de 2001 a 2003 (y ayudado por el gobierno del ahora de nuevo alcalde, Enrique Peñalosa, entre ambos). Mockus se empeñó en cambiar los hábitos de los ciudadanos y en hacerlo a través de la pedagogía, que él antepone a la comunicación.

Redujo la violencia, los accidentes de tráfico, mejoró la movilidad, promovió el ahorro voluntario de agua y, en general, generó un sentido de responsabilidad, respeto y pertenencia de los ciudadanos hacia su ciudad antes nunca visto (y ahora seguramente perdido de nuevo). Y lo hizo con un montón de acciones que a muchos parecieron extravagantes pero que fueron muy efectivas. Por ejemplo: sacó unos mimos a a calle que premiaban o afeaban el comportamiento cívico o incívico de los vecinos y fomentaban que fuesen ellos mismos quienes hiciesen lo propio unos con otros. Los puso, de esta manera, ante su espejo y ante el espejo de la aceptación social, siguiendo teorías del sociolingüista Basil Bernstein pero, también, haciendo una especie de práctica colectiva de los experimentos de psicología social de Solomon Asch.

Para Mockus, los cambios no se producen a partir de sanciones sino metiéndose de lleno en la transformación de las costumbres sociales. Así construyó su programa de Cultura Ciudadana, que en este texto rescatado de la revista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, explicaba de la siguiente manera: “El programa Cultura Ciudadana busca generar sentido de pertenencia a través de la transformación o consolidación de un conjunto de costumbres, acciones y reglas mínimas que facilitan la convivencia entre desconocidos. (…) El postulado general era el siguiente: de conciencia andamos muy bien, lo que nos hace falta es un proceso que nos lleve a ser consecuentes en nuestra conducta. Aparece así el ideal de la autorregulación; no basta con que esta se recomiende sino que hay que construir pequeñas experiencias de autorregulación personal combinada con la mutua regulación cultural”.

Hace falta algo así en España y es urgente. Nuestra desconexión con nuestro entorno y con nuestra responsabilidad hacia él es alarmante. No, los madrileños no demuestran querer a su ciudad. No, los bilbaínos no demuestran saber que su ciudad es su casa. Ninguno de nosotros terminamos de entender que la ciudad no es un lugar inanimado sino un punto de encuentro, una conversación entre personas. No nos enteramos de que no hay espacio público sin público que lo cuide. No caemos en que no podemos esperar que nos gobierne nadie si no somos capaces de gobernarnos nosotros mismos.

Necesitamos una revolución en nuestras costumbres pero eso probablemente también sea imposible. No quiero ni pensar en las andanadas de chascarrillos que le caerían a Colau o Carmena si sacasen los mimos a la calle. Titulares escritos y aplaudidos por un montón de ciudadanos convencidos de ser el colmo de cosmopolitismo y las buenas costumbres y que, sin embargo, usan cada día el suelo de su casa como cenicero. Como todos los demás. Viva España.

Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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