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Davos cumple su misión de costumbre: debatir sobre cambios pero para mantener el 'statu quo' económico

Dos elementos habituales en Davos: la nieve y los francotiradores en las azoteas.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Davos siempre ha presumido de ser motor del cambio en el sistema económico internacional por su capacidad para servir de vehículo de nuevas ideas. También de ser capaz de debatir sobre las razones por las que ese sistema es cuestionado, como la desigualdad y la precariedad salarial. En la cita de este año, su gran apuesta para inaugurar la conferencia ha sido el presidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro, que ha reconocido en alguna ocasión que sus conocimientos sobre economía son rudimentarios.

Lo que es aún más significativo no es que Davos acoja con aplausos a un xenófobo como él –otro estandarte más de la oleada de gobernantes autoritarios–, sino que se haya mostrado decepcionado después con su discurso por demasiado genérico y escaso de concreción. Si hubiera aportado detalles de la prometida reforma de las pensiones, se dijo, los asistentes habrían quedado mucho más contentos.

El concepto de globalización favorecido por esta élite empresarial tiene más que ver con los beneficios económicos que con las ideas. Apostar por un caudillo militarista como primer gran orador da una idea del compromiso de Davos con la democracia liberal.

La presencia de Davos hizo que Bolsonaro coincidiera en la misma mesa de la cena con Tim Cook, consejero delegado de Apple, y Satya Nadella, con el mismo cargo en Microsoft. La imagen es un llamativo ejemplo de paradoja o de simple hipocresía. “Los homosexuales lo son por consumo de drogas, solo una pequeña parte lo es por defecto de fábrica”, dijo hace tiempo Bolsonaro, que odia a los gays. “Estoy orgulloso de ser gay y considero que ser gay es uno de los mayores regalos que Dios me ha dado”, explicó Cook en 2014. Debió de ser una charla apasionante.

En su libro 'Winners Take All: The Elite Charade of Changing the World', Anand Giridharadas desnuda a esa élite de Davos que se presenta como 'agentes del cambio' y a sus prioridades: “Es lo que llamo MarketWorld, una élite del poder en ascenso que se define por sus objetivos concurrentes de prosperar y hacer el bien mientras se beneficia económicamente al mismo tiempo del statu quo. Consiste en un grupo de empresarios ilustrados y sus colaboradores en el mundo de las organizaciones benéficas, la universidad, los medios de comunicación, los gobiernos y los 'think tanks'”. Todos contribuyen poniendo algo de su parte. Por todo ello, MarketWorld es una red y una comunidad, escribe, pero también una cultura y una mentalidad. Una comunidad que recibe una inmensa cobertura en los medios.

La escalada de la desigualdad

En una época en que la desconfianza popular hacia las élites es más profunda, y cuando estas responden echando la culpa de todo al fantasma del populismo, la maquinaria de promoción de Davos da síntomas de agotamiento.

Continúa siendo una cita obligada para los responsables de las grandes corporaciones y muchos jefes de Estado y de Gobierno, aunque sólo sea por una cuestión de imagen. Pero la idea de que sus debates sean útiles para afrontar los grandes problemas del planeta no se corresponde con la realidad. Davos se ha especializado en el mensaje que destaca las grandes incertidumbres y lo poco que se sabe sobre el futuro –una característica que se repite desde los 90–, pero no se conoce ninguna solución que haya salido de allí.

Coincidiendo con la cita de Davos de este año, Oxfam ha difundido un informe que destaca que las fortunas de los multimillonarios se incrementaron un 12% el año pasado. Los activos en manos de la mitad más pobre del planeta se han reducido un 11% en ese periodo. Con datos sacados de Credit Suisse y Forbes, la ONG afirma que el número de multimillonarios se ha doblado en la última década, mientras que los impuestos a los más ricos y las empresas están en el punto más bajo desde hace tiempo.

Sobre este último punto, la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez tiene algo que decir. Ha propuesto un tipo máximo del 70% en los impuestos directos (hoy en EEUU es del 37%) para los que ganan más de diez millones de dólares al año. El desafío está muy lejos de lo que está dispuesta a aceptar la clase política estadounidense, pero, según una encuesta, el 59% de los norteamericanos está a favor de la idea (incluidos el 45% de los votantes republicanos).

No es una sorpresa que cuando se ha preguntado a los participantes en Davos sobre esta idea se hayan mostrado en contra o se hayan burlado de ella. “Da miedo”, dijo a CNBC un responsable del fondo Guggenheim Partners, que administra 265.000 millones en inversiones. Otro millonario estaba más confiado en que serán los demócratas los que impidan que pase algo así: “Confíe en mí. Eso no va a pasar”.

En 1960, el tipo fiscal máximo era en EEUU del 91%. En 1970, del 71%. En 1980, del 70%.

Algo que caracteriza a Davos es que una cosa es estar preocupado por la desigualdad y la deslegitimación del sistema y otra muy diferente, estar dispuesto a pagar más impuestos. O a pagar impuestos, sin más.

Ídolos caídos

Algunos empresarios y políticos simbolizan la influencia de Davos. Pocos de los primeros los ha habido tan poderosos como Carlos Ghosn, máximo responsable de Nissan y Renault. “Si Davos fuera una persona, sería Carlos Ghosn”, dijo Bloomberg Businessweek. Hoy Ghosn ha cambiado sus residencias de lujo por una prisión de Japón.

Emmanuel Macron es el líder reformista favorito de MarketWorld (en este caso, reformista quiere decir liberal con la intención de reducir el papel del Estado en la economía de Francia). Hoy, Macron tiene un nivel de apoyo cercano al 30% e inferior al de Donald Trump en Estados Unidos.

Los ídolos de Davos pasan por una mala racha porque el consenso económico da señales de estar quebrándose y porque algunos de sus líderes se han topado con obstáculos muy superiores a los existentes en décadas anteriores.

Un año más, Davos ha servido de escenario de nuevas peticiones en favor de una lucha más efectiva contra el cambio climático, en especial con la presencia de David Attenborough, conocido por los documentales de BBC. Después de la conferencia, el naturalista británico explicó a los periodistas que el modelo económico debe cambiar. “El crecimiento va a llegar al final, sea de improviso o de una forma controlada”.

En Davos son más digeribles lo que llaman las opciones win-win, que, en especial poniendo el adjetivo 'verde' a todo, sirven de forma mágica para aumentar los beneficios y al mismo tiempo conjurar la amenaza al medio ambiente.

Ese interés de Davos y su élite por el medio ambiente tiene sus límites. Se espera que esta semana 1.500 aviones privados vuelen hasta los aeropuertos cercanos a Davos, un 11% más que en 2018. Los aparatos son cada vez más grandes y ostentosos en la clásica competición de imagen de los líderes empresariales. Su huella de carbono es tan grande como su preocupación pública por el cambio climático.

La conferencia, con una fuerte presencia de empresas tecnológicas, tampoco ha parecido muy preocupada por el hundimiento de la reputación de Facebook y el control de los datos personales y presuntamente privados de los ciudadanos por estas compañías. Se ha hablado de cómo el Big Data puede aumentar los beneficios y la productividad, no de que sea un peligro para la privacidad.

Quién es el responsable

En un artículo en el FT sobre la expansión del autoritarismo en el mundo, también en Europa, Martin Wolff se refiere a la responsabilidad de las élites políticas y económicas poniendo como ejemplo “su indiferencia ante el destino de amplios sectores de la sociedad y su avaricia e incompetencia, tan claramente demostrada” por las crisis financieras de EEUU y Europa.

Las élites de Davos, con sus aviones privados y su estilo de vida reservado a un puñado de personas en todo el mundo, son también un arma de reclutamiento perfecta para los movimientos autoritarios (por no hablar de las conspiraciones sobre un mundo manejado en secreto). Lo que es seguro es que continuarán mostrándose preocupados por el futuro siempre que el presente se parezca al pasado más reciente.

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