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¿Español o independentista “malandrín”?, he ahí el dilema
En estas llega ella con su conocida procacidad. Con la solemnidad de una sacerdotisa aclara cualquier vestigio de duda y expresa con claridad qué significa ser español o española. Ni ocho apellidos vascos, ni generaciones anhelantes de ‘independentzia’, ni sentimiento español-vasco, ni la búsqueda de un estado federal o de un estatuto de autonomía mejorado. Nada. Lo que realmente diferencia a los que se sienten parte de la España una grande y libre y el resto es el amor a los toros. Pero, no un amor que respete la vida del animal y evite su tortura hasta la muerte. No, ella, la ínclita sexagenaria se refiere a la fiesta taurina.
Con estas pistas, seguro que ya han adivinado de quién se trata y su nombre estalla irremediable como un ataque de tos: ¡¡Esperanza Aguirre!!
No soy muy partidaria de dar pábulo a sus atroces comentarios de los que nunca le será posible escapar. Pero, es que esta vez ha llamado “malandrines” (R.A.E.: maligno, perverso, bellaco. Añadir “ratero”, en Perú. Con su riqueza de vocabulario, seguro que conoce todos los significados) a quienes se oponen a esa celebración de la muerte que son las corridas de toros.
“Lo peor son esos anti taurinos que lo son esencialmente por ser antiespañoles, que lo son porque saben muy bien que los toros simbolizan mejor que nada la esencia misma de nuestro ser español y, por tanto, en su afán por acabar con España, buscan desprestigiar y, si pueden, prohibir los toros por decreto”.
Es una pena que Esperanza Aguirre ande un poco a la gresca con la dirección del PP, su partido. Si no fuera así, podría convertir su idea en el frontispicio de sus campañas. “Sois unos malandrines que despreciáis nuestra sagrada fiesta taurina, patrimonio de la España más auténtica y unida. Sois unos separatistas en busca de la ruptura de la nación española. Pero, mientras haya corridas, España no se romperá”. Algo así. (Se puede mejorar, que lo he escrito a la primera).
Por el momento, a tenor de esas palabras, el enigma de la identidad española o vasca puede comenzar a despejarse. Si la esencia misma de España son las corridas de toros, y la procesión del Cristo de los legionarios uniformados, de mirada altiva y pecho fuera, acompañados de la presidenta de la Junta de Andalucía Susana Díaz (otra imagen que nos ha dejado esta Semana Santa) serán muchos quienes penderán orgullosos de su cuello un cartel en el que se lea “soy un malandrín”. Los antiespañoles engrosarán la ya amplia lista de militantes del PNV e izquierda abertzale y todos unidos se adherirán gozosos a la declaración soberanista del Parlament catalán.
Ese detonador que es Esperanza Aguirre presumía en su intervención en Sevilla de que junto al “amor a los toros”, su familia le transmitió en primer lugar el amor al cristianismo y, en segundo, el amor a la Patria, “que son los valores esenciales”.
La Patria que para ella y millones de españoles es España; para otros, es Euskadi o Catalunya, por citar las comunidades más históricas y combativas. Así, con el aroma a Aberri Eguna aun envolviendo el ambiente, se vuelve a recordar –si es que alguna vez se olvidó- que para miles de vascos, su patria no es España y que necesitan decidir su propio proyecto de autogobierno político.
Hace ya tiempo que el Aberri Eguna dejó de ser una multitudinaria fiesta popular: política pero también muy emotiva en la que miles de vascos (no todos nacionalistas) se echaban a la calle, envueltos en ikurriñas, entonando canciones de libertad y amor a la patria. El transcurrir de los años y la violencia de ETA que todo envenenó han modificado las costumbres.
Pero, los actos políticos y las palabras reivindicativas de los líderes del PNV y de la izquierda abertzale siempre permanecieron. Y, en las urnas, cada vez fueron más. Mientras, los jefes del resto de siglas políticas año tras año han ido respondiendo un día después del Aberri Eguna como han podido. A veces, mejor, otras, sin sentido. Porque, el caso es estar, salir para existir. Que esa es la premisa de todos los políticos.
La realidad es que no hay vuelta atrás, con ETA inactiva –disuelta o no disuelta, por mucho que el PP se empeñe en exigir su desaparición ¿incapaz? de esgrimir otras razones frente a las proclamas de más autogobierno o independencia- y el camino sin retorno emprendido por el Parlament catalán.
Quien prefiera colocarse una venda para no ver corre el riesgo de quedarse ciego para siempre y perderse en el camino. El lehendakari Iñigo Urkullu ha abogado en el pasado Aberri Eguna por una fórmula que no debería fallar: “diálogo, negociación, acuerdo y ratificación”.
Su tono es amable, formas y término que también parecen gustarle a su correligionario el presidente del PNV, Andoni Ortuzar. Pero, el mensaje contundente.
La prioridad de Euskadi es salir del túnel de la crisis, recuperar su liderazgo económico y lograr la conciliación social tras el letal tornado de ETA. Pero, el mayor autogobierno o la independencia en última instancia caminan en paralelo sin abandonar la senda trazada.
Urkullu recordaba en el acto del Aberri Eguna en Bilbao que Euskadi decidió el Nuevo Estatuto Político. Lo llevó a Madrid y les respondieron que no. Después, presentaron una propuesta de reforma constitucional que aceptara la realidad plurinacional del Estado. También la trasladaron a Madrid y les volvieron a decir que no. “Está claro que en España tienen un problema, y es que solo saben decir que no”. “No vamos a parar, no nos vamos a resignar. El que piense eso, no conoce a este pueblo”.
No lo conocen. Sobre todo, porque además de la reconocida tozudez vasca, la mayoría de la ciudadanía quiere que le dejen decidir. ¿Hay algo más democrático? Se requiere un nuevo modelo para Euskadi que satisfaga a los vascos; a todos. ¡Han pasado más de 30 años! Lo que en su momento parecía una buena idea o quizá la única posible, ha quedado obsoleta.
Pocos comprenden aquí que la Constitución sea el frontón contra el que siempre chocan las demandas y que su inamovilidad sea cuestión de Estado. O más bien, de intereses.
Apelar al Tribunal Constitucional en el que prima la interpretación política sobre la jurídica tampoco es un argumento indiscutible. Si como concluía en su sentencia, en la que derribaba la declaración soberanista del Parlament catalán y daba parte de razón al Gobierno del PP, “solo una decisión de la soberanía del pueblo español podría reconocer la soberanía de Cataluña”, cabe preguntarse quién es el pueblo soberano. ¿El Parlamento español? ¿La mayoría del PP? ¿Los parlamentos autonómicos? ¿Los españoles de sangre y fuego de Esperanza Aguirre?
Lo cierto es que con teorías como las de la maléfica Aguirre y otras menos procaces pero igual de fatuas, el anti españolismo puede ir en aumento. Porque si para ella el amor al cristianismo, a la patria y a los toros son sus valores vitales, al menos los dos primeros forman parte de la educación sentimental de muchos vascos. Así que, dejen de desparramar esa verborrea teatrera. Si Aguirre y su partido estuvieran más preocupados por el futuro de las generaciones que por el resultado de las próximas elecciones otro gallo cantaría. Ya saben la famosa sentencia de Winston Churchill: El político piensa en las próximas elecciones, y el estadista en las próximas generaciones. Nuestros políticos siempre han leído poco.
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