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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Putin

El presidente de Rusia, Vladímir Putin

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La mentalidad de Putin es tan antigua como los juegos de los naipes, las liturgias religiosas o los pastelillos de hojaldre masticados por señoras enlutadas, de moño, pelo cardado, naftalina en macizos armarios de madera de roble y fundas de oro en los dientes. La moral burguesa de finales del siglo XIX y primeros del XX acostumbraba a ver la guerra no como una tragedia, ni siquiera como un mal necesario, sino como una actividad vigorizante y saludable de progreso histórico.

Hace ya más de un siglo el filósofo alemán Friedrich Willheim Hegel, según apunta el historiador Philipp Blom, había proporcionado la lógica de ese punto de vista: la historia es una ascensión continua hacia la razón y la libertad, y ese progreso se manifiesta a través de la lucha de ideales en conflicto de cuyo choque surge algo nuevo y mejor. Los pueblos eran los portadores de esos ideales. Por lo tanto, las guerras no solo eran necesarias sino también convenientes para el progreso de la humanidad, pues gracias a ellas un pueblo más fuerte y más sano lograba imponer su cultura y creaba una nueva civilización.

Esta es una manera de pensar hondamente arraigada en la moral burguesa de los siglos pasados, para quien los enemigos eran tan necesarios para el progreso histórico como la lluvia para cosechar la abundancia de los campos sembrados. Putin se ve a sí mismo como el hombre, el último hombre. Como una especie de Hemingway feo, bajito, no alcoholizado y carente de la grandeza literaria del escritor estadounidense: los paseos a caballo con el torso desnudo, la caza de osos, el baño en las aguas heladas de los ríos rusos, la práctica de diversas artes marciales y demás demostraciones de masculinidad así lo atestiguan. La mentalidad del dictador ruso está firmemente asentada en la moral burguesa de una época de pianos, paños ingleses, carruajes y bailes de salón además de en la afirmación de su masculinidad y en la pretensión de que tras una apabullante demostración militar en Ucrania, la Gran Rusia resurgirá de nuevo, derrotando, así, a unas democracias occidentales decadentes, viciosas, afeminadas, dedicadas a la destrucción de los valores religiosos y familiares e inmersas en una bacanal destructiva en la que los drogadictos, las revoltosas feministas, los travestis, los homosexuales y demás depravados han tomado no solo las riendas de sus sociedades sino también sus instituciones.

Esta manera de pensar de Valdímir Vladimirovich Putin, tan ancestralmente masculina, coincide con lo que escribiera la socialista austríaca Rosa Mayreder al afirmar que “la guerra representa el producto más extremo de la masculinidad, la última y más terrible consecuencia de una actividad absolutamente masculina”.

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