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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Vivo el confinamiento con dos adolescentes: de la rutina a la anarquía, de hacer deberes como podemos al TikTok

CSIC usa datos de móviles para estudiar la eficacia del confinamiento

Lorena García / Lorena García

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A las 5 de la mañana propuse una taza de helado de capuchino. “Eso ni se pregunta” fue la respuesta de mi Ana. Siguió llenando su libreta de dibujos en la mesa del comedor. Dibujar le trae calma, la ilusiona, dibujando se siente libre y llena de posibilidades. Fue su vía de escape cuando sus compañeros de colegio sentenciaron rareza donde había sensibilidad y los adultos asumimos timidez donde había espanto.

Llené dos tazas de helado y llevé un almendrado a Eloy, el otro adolescente de la familia. Me recibió en su habitación con una sonrisa, estaba viendo una especie de novela que hacen unos 'youtubers'. La ve con sus amigos en ese sofá gigante que es la plataforma de PlayStation.

Llevamos 51 días juntos desde que acabó mi contrato. En el mundo que ya no será me hacían fija el 1 de abril en el único trabajo estable y bien remunerado que he tenido en 17 años en España. Ha sido un golpe duro pero ni de lejos el más difícil que se ha encajado en esta “mini tribu” de tres. Recuerdo cobrar el cheque con la indemnización y poner el dinero en una caja de metal con una libreta y un boli para apuntar hasta el último euro gastado. Les expliqué los recursos con los que contábamos y la incerteza de plazos para cobrar el paro. A día de hoy ni siquiera se ha tramitado mi solicitud de subsidio porque los de extinción del contrato vamos al final de la cola con 3 millones de parados por delante.

Lo entendieron y aportaron propuestas de ahorro. Vivir con adolescentes es sorprenderte cada día. Cuando la tierra de los tiestos se compacta demasiado hace falta un cuchillo para removerla y airearla. Eso significa tener hijos de esas edades, un cuchillo que remueve hasta la última de tus certezas y airea los conceptos caducos que nunca revisaste. Un terremoto que tira las estanterías al suelo y al volver a acomodarlas descubres tesoros y cosas inservibles.

Mis compañeros de confinamiento son noctámbulos como su madre. Después de intentar mantener rutinas los primeros días decidí sucumbir a la anarquía. La paradójica libertad del encierro, sin el juicio de la sociedad sobre los deberes maternales, me permitió disfrutar de mis hijos como hacía años no recordaba. Teníamos un juego bellísimo, uno hacía una pregunta sobre sí mismo y el que acertaba la respuesta podía hacer la siguiente pregunta. Eso dio pie a infinidad de anécdotas y recuerdos, a repasar una historia compartida y agregarle los detalles que ellos se habían perdido. Las prisas y el agotamiento están borrando la memoria familiar colectiva. Comíamos a las horas que daba hambre y eso variaba. Lo único innegociable fue la ducha día por medio, que el piso era pequeño para tanta hormona descontrolada.

Contrariamente a lo esperado, cuando llegó la hora de los trabajos obligatorios del Instituto los hicieron en su mayoría. Negocié un 80% como razonable. Les ha pasado una topadora sobre las posibilidades de futuro y van a vivir en primera línea una recesión dantesca, no podía exigir una concentración que como adulta carecía. La tutora de Eloy, implicada desde el primer momento con su proceso educativo, me escribió un mail contundente donde destacaba el esfuerzo que mi hijo hacía por llegar a pesar de su trastorno en la lecto-escritura y que lo más importante en estos momentos era la tranquilidad dentro del hogar. Los deberes no podían ser motivo de conflicto en una situación como esta. Ojalá pueda decirle en persona lo que significó para nosotros ese correo.

En la otra punta del espectro docente, la profesora de Historia de Ana les mandó el visionado de la película 'El Pianista' con un cuestionario exhaustivo para que internalizaran el sufrimiento del Holocausto, dijo. Mi hija va a un bachillerato nocturno donde ella y la mayoría de sus compañeros pertenecen a familias en riesgo de exclusión social. Enviar este tipo de contenido a críos que no saben si van a poder comer el mes siguiente escapa a mi entendimiento.

Sólo yo salía a la calle. Eloy lo tenía prohibido por sus 12 años y Ana es asmática. Es nuestra rosa en su cúpula de cristal. En esta casa no hay planes de verano porque si ella no puede cruzar la puerta nosotros hacemos piña sin problemas. El padre de Eloy ha aceptado la determinación de su hijo en proteger a su hermana. Comparte videollamadas diarias y pasean tres veces por semana guardando la distancia.

Mañana toca volver al curro. El dueño de la tienda donde trabajaba ha sido honesto y me ha explicado que probaremos suerte unos meses. Es una sensación agridulce, por un lado la alegría de volver a contar con ingresos y por otro el miedo al bicho que sigue allí fuera.

Esta madrugada me despedí de mis hijos a las seis sabiendo que se quedarían despiertos para ver el amanecer juntos, su nueva tradición. Dormí cuatro horas y me levanté a escribir estas líneas. Quiero que quede constancia de la última noche de asalvajados, del vídeo de TikTok que grabamos con un sombrero de frutas en mi cabeza, del brindis con helado y de un conocimiento indispensable que hemos adquirido en esta pandemia: decir 'te quiero' en cinco idiomas distintos.

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