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Azorín, Unamuno o Machado: los clásicos españoles que escribieron ciencia ficción

Máquinas en una sociedad deshumanizada, división de átomos... La ciencia ficción tiene una historia de más de cien años en España

José Manuel Blanco

Un amigo de Miguel de Unamuno estuvo en Mecanópolis, la ciudad de las máquinas. Cuando regresó, le contó al autor de 'La tía Tula' su experiencia: “Después de haber comido salí a la calle. Cruzábanla tranvías y automóviles, todos vacíos. No había sino acercarse, hacerles una seña y paraban. Tomé un automóvil y me dejé llevar”.

El relato continuaba: “Estuve en el Gran Teatro. En un cine acompañado de fonógrafo, pero de tal modo que la ilusión era completa. Pero me heló el alma el que yo era el único espectador. ¿Dónde estaban los mecanopolitas?”.

Después de otras malas experiencias y sin ver un alma humana, tuvo “una idea terrible”, “la de que las máquinas aquellas tuviesen su alma, un alma mecánica, y que eran las máquinas mismas las que me compadecían. Esta idea me hizo temblar. Creí encontrarme ante la raza que ha de dominar la tierra deshumanizada”.

Por supuesto, Mecanópolis jamás existió salvo en la imaginación de Unamuno. Con el relato del mismo nombre se preguntó por una sociedad en la que las máquinas habrían robado todo el espacio a los humanos. El escritor de 'San Manuel Bueno, mártir', 'Niebla' o 'Amor y pedagogía', tan preocupado por el devenir de España en su obra, buscó respuestas en esta ciudad mecanizada.

No fue el único autor español que a finales del siglo XIX y comienzos del XX se probó en un género que fuera de la piel de toro practicaban Julio Verne o H. G. Wells, aunque ninguno de ellos tenía conciencia entonces de que aquello que hacían se llamaba ciencia ficción. Ramón Pérez de Ayala, Salvador de Madariaga y Ramiro de Maeztu llegaron a conocer personalmente a Wells en Londres, escribieron relatos de lo que hoy llamaríamos ciencia ficción y De Maeztu llegó a traducir 'La guerra de los mundos' al español.

Autores coetáneos como Azorín o Ramón Gómez de la Serna, todos ellos miembros de la fecunda Edad de Plata de la literatura española (que abarcaría desde finales del siglo XIX hasta la Guerra Civil), también mostraron en algunos de sus relatos la preocupación o la fascinación por un mundo cada vez más mecanizado. Plasmaron sus temores pero también supieron adelantar algunos inventos futuros, como la televisión, los medios de comunicación globales o la bomba atómica. Junto a ellos, otros autores españoles menos conocidos también jugaron con la ciencia ficción y ejercieron de profetas en un mundo que estaba en permanente cambio.

La ciencia ficción como género nació algo después y en Estados Unidos, con relatos 'pulp' publicados en el país estadounidense a partir de los años 30 del siglo XX. “No había conciencia de género”, explica a HojaDeRouter.com Fernando Ángel Moreno, profesor de Teoría del Lenguaje Literario en la Universidad Complutense de Madrid y uno de los editores de 'Historia y antología de la ciencia ficción española'. “Lo que había era una larga tradición utópica, que viene del siglo XVI. Lo que hacen es seguir esa tradición y hacer cuentos a partir de esa línea que ya estaba establecida”. 

Moreno llama a esta época 'proto ciencia ficción': “Ya tienen todos los elementos del género, ya piensan como piensan los escritores del género, pero ellos no tienen conciencia de que hay un género nuevo con estas características”. Los autores españoles estaban muy influidos por el momento histórico y político. Son los años del regeneracionismo, de la mirada a Europa o de la reflexión sobre la propia España. Así, estos relatos contienen “una reflexión sociopolítica, en la cual se plantean sociedades alternativas como respuesta a los problemas que ellos notan en su época”.

De aquella época, Moreno destaca ‘El fin de un mundo’, de José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín. Es un relato posapocalíptico. Debería haber un nuevo mundo donde el hombre convive en armonía con la naturaleza y han desaparecido la ambición, la crueldad o la ira. “Es muy lírico”, explica Moreno, “es una preocupación por dónde va a ir la sociedad”. En ‘Mecanópolis’ también se encuentra la duda existencialista, tan presente en la obra de Unamuno; en este caso, ante un mundo automatizado y mecanizado, ¿cuál es el sentido del ser humano? Unamuno llega a vaticinar los diarios digitales: el ya citado amigo se encuentra un periódico llamado ‘El eco de Mecanópolis’, con todas las noticias del mundo y que recibe la información a través de una estación telegráfica sin hilos.

España tenía un pensamiento muy anticientífico en esa época. Es por lo que no hay tanta ciencia ficción científica como sí que había con Verne. Además había un cierto rechazo a la ciencia. Está dominando mucho el idealismo filosófico y el existencialismo. No tienen esa inquietud que tienen en Francia o en Inglaterra”, explica Moreno. Es la lucha del idealismo frente al positivismo, la modernidad frente al romanticismo. “No les preocupa tanto la tecnología, que también, sino la deshumanización que conlleva la tecnología. Tienen mucho miedo de que el mundo se transforme en un mundo materialista”.

Quizá uno de los relatos más sorprendentes sea 'El dueño del átomo' (1928), de Ramón Gómez de la Serna y que forma parte de un libro de cuentos homónimo. En él se cuenta la historia de una máquina capaz de dividir los átomos y destruir todo lo que en ella se introduce: “Disolverá tan de prisa y tan sutilmente las cosas que entrarán en lo invisible como por encantamiento”, escribió el madrileño. Su dueño es un físico que quiere dominar el mundo. La máquina funciona tan bien que, en un momento dado, comienza a volatilizar lo que se encuentra frente a ella, como los propios personajes del relato.

Con estos planteamientos, el autor de las greguerías se adelantó más de 15 años a la bomba atómica. De hecho, tras el bombardeo de Nagasaki e Hiroshima, Gómez de la Serna reeditó el libro y advirtió en el prólogo: “Mis lectores se van a alarmar cuando yo les diga que hacia el año 1928 inventé la bomba atómica”.

Hubo bombas atómicas antes de tiempo y también robots de los que crean poesía. En Nueva York hay escuelas para aprender a programar poemas y en España hemos creado androides dadaístas, pero a todos ellos se adelantó Antonio Machado.

Uno de los libros del sevillano es 'Juan de Mairena', un relato reflexivo en el que el profesor que da nombre al libro es un trasunto del autor de ‘Campos de Castilla’. En la obra, Juan de Mairena afirma que sus 'coplas mecánicas' no fueron escritas por él, sino por la máquina de trovar de un tal Jorge Meneses (otra invención de Machado). En un diálogo entre De Mairena y Meneses, este afirmaba que “pronto el poeta no tendrá más recurso que enfundar su lira y dedicarse a otra cosa”.

La máquina de Meneses pretende “registrar de una manera objetiva el estado emotivo, sentimental, de un grupo humano, más o menos nutrido, como un termómetro registra la temperatura o un barómetro la presión atmosférica”. Es más, la obra producida “la reconocen por suya todos cuantos la escuchan, aunque ninguno, en verdad, hubiera sido capaz de componerla”.

Curiosamente, a pesar del avance tecnológico que presenta Machado y de jugar con la ciencia ficción, su Juan de Mairena (y por tanto, él mismo) recela del cinematógrafo y del fonógrafo, a los que llama “engendro de Luzbel en su caída” y “magnífico loro parlante”, respectivamente.

Una Granada arrasada por un volcán

Uno de los miembros menos conocidos de la Generación del 98 (también considerado como un precursor), el granadino Ángel Ganivet, escribió un relato en el que situó a su ciudad en un hipotético siglo XLIX. 'Las ruinas de Granada' cuenta la historia de un sabio y un poeta que viajan en aerostato desde el norte de Europa hasta las ruinas de una Granada destruida 30 siglos antes (exacto, en el XIX) por un volcán, “desde las faldas de la Sierra Nevada hasta el mar”.

Cuando descienden, y tras divisar unos restos que bien podrían haber pertenecido a la Alhambra, el poeta recita una poesía dedicada a la ciudad. El sabio encuentra unas momias y estudia sus cráneos y columnas para averiguar cómo sería el carácter de aquellos granadinos. Sus conclusiones casan con el escepticismo y desilusión de muchos a finales de aquel siglo: “Si aquellos varios tipos representaban la constitución general de los hombres que en aquella ciudad habían habitado, no había medio de que allí se hiciera nada bueno ni útil, y que acaso la erupción volcánica fue providencial”.

Aunque los autores no fueran conscientes de estar escribiendo ciencia ficción, llegó a haber algún superventas del género. Fue el caso de Vicente Blasco Ibáñez con su novela 'El paraíso de las mujeres', que puede parecer una especie de secuela de ‘Los viajes de Gulliver’ (1922), solo que ahora el protagonista arriba a una isla dominada por las mujeres. Lo que en un principio era un guion de película se convirtió en una novela exitosa. “Hay muchos tópicos, hoy en día nos parecería machista”, explica Moreno.

Unamuno, Azorín, Gómez de la Serna o Machado son los que han saltado a los libros de texto por otras razones, pero junto a ellos hay escritores menos conocidos que también hicieron sus pinitos en la ciencia ficción y que recogió Marta Correa Román en un amplio trabajo.

Nilo María Fabra (fundador de la agencia de noticias Fabra) inventó en sus cuentos el fonógrafo parlamentario y el periódico parlante, artefactos del siglo XXI y del planeta rojo, respectivamente, que anticipaban los informativos radiofónicos: “‘Resonancia Universal’ es el nombre del periódico más oído del planeta Marte [...]. Al público en general, para enterarse de las diarias noticias, le basta depositar una moneda en aparatos que abundan en calles, plazas y caminos”, describe en su relato ‘En el planeta Marte’. Lo que sí que aún no existe (que sepamos) es una misa por megafonía, otro de sus inventos, que permite rezar a los marcianos.

El televisor o Skype también fueron profetizados por Fabra en ‘El planeta Marte’: el telefoteidoscopio permitía ver la imagen de otros y comunicarse con ellos mediante teléfono. Mientras, Alfonso Martínez Rizo adelantó televisores, cámaras de vídeo y aparatos de DVD en ‘El amor dentro de 200 años': “El audiovisor registraba sonidos e imágenes para luego reproducir, mientras que la retrotelevisión reproducía imágenes antiguas: el hombre consiguió, por medios que aún le son desconocidos en muchos de sus detalles, […] inspeccionar en la pantalla con los más nimios detalles cuento ocurrió en la Tierra determinado número de años atrás”. Los archivos del audiovisor y de la retrotelevisión se almacenan en lo que Martínez Rizo llama fonoteca, accesible mediante ondas hertzianas desde todas las casas. Vamos, lo que ahora es internet.

También hay mucha burla o sarcasmo hacia el progreso tecnológico. Por eso, en algunos relatos se pueden encontrar inventos totalmente inverosímiles como un papel tan delgado que solo tenía una cara, trenes que llegaban antes de salir, una máquina para limpiar las manchas al Sol y una trasquiladora de cometas que se acercan a la Tierra.

Curiosamente, muchos de estos autores no publicaron sus relatos de ciencia ficción porque les parecían demasiado cultos. “Eran para tertulias literarias, juegos entre ellos... Les parecía que especular sobre el futuro y sociedades alternativas o viajes en el tiempo no tendría un público masivo, cosa que es justo lo contrario de lo que la gente piensa ahora del género”, sentencia Moreno. Ahora, todos ellos podrían ser autores de éxito para la muchachada ‘geek’.

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