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Partidos políticos, cesarismos y democracia electoral

Papeletas electorales en España.

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Los partidos políticos “crearon la democracia y la democracia moderna es impensable sin los partidos”, E. Eric Schattschneider, politólogo estadounidense en “Régimen de partidos” (1942). De los principios y condiciones que caracterizan a la democracia representativa, conviene colegir que además de elecciones libres y, la concurrencia de partidos políticos democráticos en elecciones periódicas, importa el cómo los partidos toman las decisiones y que los procesos participativos  sean transparentes. 

El propósito es que los representantes de la ciudadanía elegidos en el Congreso de los Diputados, sede del poder legislativo y que elige el gobierno sea reflejo, lo más razonable posible, de la voluntad de la sociedad. Claro el tema está en la ley electoral y en cómo son las circunscripciones electorales.

En un reciente artículo “En defensa de los partidos políticos: sin ellos, no hay democracia” publicado en El País (28/04/2025) por Meritxell Batet, fue presidenta del Congreso, se refería a la escasa militancia que tienen los partidos en Catalunya, con una caída de 140.000 a 40.000 personas en los últimos 20 años. Según cifras del Ministerio de Hacienda, (Francisco Núñez, VOZPOPULI, (21/07/2024), en 2024, Andalucía con 47.364 y Madrid con 46.433 son las comunidades con mayor afiliación, seguido de Catalunya con 38.000 y la Comunidad Valenciana con 31.384. 

Se pregunta y diagnostica, Meritxell Batet, es “el populismo, la polarización extrema y la desinformación como las amenazas para la democracia” y, el poco interés por entrar en ese enredo de crispación. Y llama a la responsabilidad de los partidos para que desactiven los discursos de odio reclamando a la sociedad civil organizada, del mundo académico, de los expertos, de los profesionales a que se impliquen.

A la reflexión de Batet habría que sumar que los partidos políticos han pasado de ser garantía de representatividad de la opinión de los ciudadanos que les votan, a coartada de poder para que sus verdaderos patronos ocupen el doctrinario ideológico. ¡Cuántas veces se visten de lo que no son!

Los partidos políticos fueron mimados por los padres de la Constitución que, en un país sin experiencia de participación política y con una auténtica dispersión de ideologías y de siglas, necesitaba a partidos políticos de masas, y fuertes, con capacidad para aportar programas de gobierno, serios y viables, con habilidad de articular consensos nacionales. En ese objetivo mayor, se olvidaron de definir mecanismos eficaces de democracia interna; más allá de las garantías de derechos y deberes que son preceptivos en cualquier tipo de asociación.

El tema de la democracia interna en los partidos y la dedocracia que ejercen los líderes, muestra hasta qué punto los partidos son responsables de la polarización política y no todos con el mismo grado, porque en eso es obligado hacer distinciones.

Tras casi cuarenta años, algunos tenemos la impresión que el sistema de listas bloqueadas, que fue bueno para fortalecer a los partidos y sus liderazgos, como instrumentos del sistema democrático, han contribuido al inmovilismo y a la inercia en el poder;  impresión compartida por la ciudadanía que explicaría la creciente desafección social hacia los políticos que se evidencia elección tras elección, en forma de abstención o voto en blanco, salvo en elecciones en las que se percibe que están en riesgo cuestiones realmente medulares de la democracia.

Si cuando se instauró el sistema de partidos se trataba de fortalecer las estructuras de poder internas de los partidos, poniendo el acento en los liderazgos internos y debilitando la capacidad de elección, y discrecionalidad de los electores, ahora se trataría de dar mayor protagonismo a la población para que, tras escoger la lista política de su agrado, tenga la opción de elegir el orden de elegibilidad.

Los partidos se han olvidado de orientarse en las ideas y de promover la vitalidad interna, que es semillero de iniciativas con el generoso objetivo de procurar el bien común. Contrariamente, hay una buena dosis de actitudes dogmáticas, e inamovibles, en los partidos que conforman y, aún, consagran utilizando terminología eclesial, preceptos de dogma que se convierten en barreras innegociables impidiendo nuevos enfoques y que se tiendan puentes de consenso y de permeabilidad con la sociedad. Se lastran los mensajes políticos con discursos escritos para otras épocas, pero que que acudiendo a “lugares comunes” y grandilocuentes  iconografías del pasado, entorpecen la renovación ideológica.

El peldaño que nos falta escalar para mejorar el sistema representativo está en los mecanismos que controlan los procedimientos electorales. Uno de ellos es la definición de las provincias como circunscripciones electorales. Con el blindaje de la Constitución, de la provincia como circunscripción electoral, quedaba protegido de que algún gobierno de turno tuviera la tentación de aplicar modificaciones al estilo del gerrymandering. Una técnica de manipulación electoral consistente en redefinir los límites de los distritos electorales colindantes en beneficio electoral de un partido. Con excusas diversas, como de sobrevenido cambio sociológico porque una nueva urbanización y su nueva población tuviera más similitudes con uno u otro distrito electoral. Para la segunda elección de Trump se pusieron en marcha algunas de estas modificaciones a la carta.

Temo que una pinza de ultraderecha, porque el PP está indiscutiblemente entregado a los de Trump, pueda sin escrúpulos remodelas los mecanismos electorales aún más a su favor.

Aunque no esté en la agenda política, revisar la LOREG es urgente, y con la mayoría del bloque actual, sin consenso ¿cómo puede estar de acuerdo la zona ideológica favorecida por el estatus actual? Recuérdese que la ley electoral, de enero de 1977, fue diseñada por Suárez para asegurarse ganar las primeras elecciones democráticas de junio.

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