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Sobre este blog

Líbero es un proyecto independiente de los grandes grupos editoriales. Se trata del producto diseñado por un grupo de periodistas que un día tuvieron un sueño: una revista de fútbol que trate la afición por este deporte sin gritar, con buen gusto y con profundidad.

La selección gallega que enterró la Xunta de Núñez Feijóo

Imagen del estadio de Riazor. Fabio Cundines / Linos Escuris

Xoán Manuel García y Clara Castilla

Santiago de Compostela —

El sueño de una selección gallega de fútbol ha muerto. Otra vez. Cuando el actual Gobierno de la Xunta, ahora en funciones por la convocatoria electoral, decidió en 2009 retirar su apoyo económico al combinado, el presidente Alberto Núñez Feijóo no solo se cargó uno de los proyectos estrella del Bloque Nacionalista Galego en el Gobierno bipartito de 2005. Además, y difícilmente sin saberlo, también estaba actuando como enterrador de la última oportunidad y como verdugo de la línea de vida que, con difícil equilibrio, unía al fútbol gallego con la idea de país; con el concepto más o menos ambicioso de una identidad futbolística propia, diferenciada y muy alejada del modelo sucursalista en el que muchos dirigentes deportivos y no pocos políticos parecen vivir más cómodos a lomos de la ola recentralizadora que empuja la crisis.

No fue ésta de ahora, ya con el siglo XXI andando, la última ‘paradinha’ del fútbol gallego. La condena a arrancar, parar, volver a arrancar y no marcar parece perseguir a la camisola de Galicia como una maldición bíblica. Los años 20, en pleno periodo de entreguerras, vieron nacer de la nada una Selección de Galicia para disputar el Campeonato Interregional de la época a equipos de diferentes áreas geográficas del país.

La aventura duró dos años: en 1922 Galicia perdió la final y un año más tarde no pasaba de cuartos. Al margen de los enfrentamientos ‘oficiales’, la Selección gallega haría historia en un amistoso contra Inglaterra a la que derrotó, nada menos, que por 7-2. La cuna del fútbol mecida a placer por la bota atlántica. Una breve aparición, de nuevo en competición oficial para derrotar a la Selección Centro en Chamartín en 1930 y después, la Guerra Civil y el silencio. El sueño deportivo se había evaporado en el tránsito del golpe franquista, la guerra, la represión y 40 años de dictadura. Se había dejado también por el camino un Estatuto de Autonomía aprobado en referéndum en junio del 36 como primer intento serio de canalizar las ansias de autogobierno del pueblo gallego.

Habrían de pasar 75 años para que un nuevo contexto histórico trajera la vuelta de la Selección Galega. Pero no de manera inmediata. De nuevo a coger carrera en el punto de penalti. Con el marco jurídico de un nuevo Estatuto, el de 1981, y un cambio de Gobierno en la Xunta tras una sucesión de mayorías conservadoras, en 2005 PSdeG y BNG forman un ejecutivo bipartito que en lo deportivo deja las responsabilidades de gobierno en manos de los nacionalistas.

La Federación Galega de Fútbol se pone manos a la obra. Favorecida por el poder político, supera dificultades y resistencias y Galicia se estrena frente a Uruguay un sábado de diciembre de 2005. El resultado -3 a 2 ganaron los gallegos-, el ambiente festivo en el campo de San Lázaro en Santiago -lleno hasta la bandera- y unas audiencias de récord en la retransmisión del partido por televisión, convirtieron la cita en el mayor éxito colectivo del fútbol gallego desde que el balón se hizo carne y los ingleses lo convirtieran en deporte.

La Selección volvería a disputar tres partidos más en años sucesivos con igual éxito social y la visita de los combinados de Ecuador, Camerún e Irán, que no destacaron en lo futbolístico pero sí en lo exótico convirtiendo la cita anual del combinado en una romería más -con empanada, gaiteiros y retranca en las gradas-. El escepticismo sobre el verdadero alcance del proyecto lo resume así el periodista Manuel Pampín: “Era una celebración, una fiesta de marcado cariz nacionalista, pero nada más. Tampoco me pareció bien su supresión pero para conseguir una estructura propia y definida en Galicia, con bases y fundamentos sólidos, se precisa mucho más”.

Con Fernando Vázquez y Arsenio Iglesias como seleccionadores, el once de Galicia contó con futbolistas como Diego López, Losada, Nacho Novo, Cabanas o Michel Salgado. Todos en la diáspora. La última ‘paradinha’ había llegado un poco tarde para los Fran, Buyo, Tomé, Búa, Amador, Marcelino, Amancio, Luis Suárez o Paínho. Entre los muchos que, emigrados por los campos de España y Europa, nunca llegarían a escuchar el himno de Breogán ni ‘La Rianxeira’, a coro, vistiendo la camiseta de su tierra. “Es una pena que ya no exista porque era una forma de representar a Galicia. Lo hemos hablado varios jugadores gallegos y pensamos que sería bueno que no la quitaran. Pero creo que hubo razones políticas por detrás”, dice Iago Aspas, la figura más emergente del fútbol gallego actual.

Resistencia cultural pero no deportiva

El futbolista vigués Paínho, recientemente fallecido, no fue el único resistente a la Dictadura de Franco que hubo en Galicia. El jugador nunca vistió la camiseta de la Selección Galega y pocas veces le dejaron ponerse la zamarra de España. Leía mucho y de mala gente. Una costumbre aprendida en su Vigo natal en donde saben de resistencias, obreras y culturales. En el periodo anterior al golpe de Estado militar contra la República y la posterior Guerra Civil, en Galicia se crearon los clubes de fútbol más importantes de entonces, y de ahora. Fueron los galeguistas los que impulsaron esa creación de clubes con una marcada idiosincrasia territorial.

En sus camisetas, en sus nombres y en sus escudos predominaban claramente los elementos propios del acervo cultural gallego: los tonos azules y la cruz de Santiago lo atestiguan en la historia de equipos como el Celta de Vigo, el Deportivo de La Coruña o la santiaguesa Sociedad Deportiva Compostela. Todo cambió en el 36. “Los clubes fueron tomados por el Régimen y usados, como todo, en su propia conveniencia. Las burguesías locales se desentendieron y los equipos acabaron en manos de sectores especuladores, adeptos al Movimiento”.

Alfonso Eiré, que ha profundizado en el contexto histórico del fútbol gallego en sus libros ‘O Fútbol na sociedade galega’ y ‘O Penalti de Fuco’, tiene claro que esa cesión de su propia responsabilidad social, no solo en lo futbolístico, acabó condenando al país. “La naciente burguesía gallega quedó aniquilada. Aquí no hubo guerra, sino represión en la retaguardia y exilio. Galicia no tenía, como Euskadi y Cataluña a Francia a sus espaldas. Nuestra burguesía pactó cesión de identidad a cambio de poder en Madrid. Lo importante era triunfar en la capital”.

No fue en Madrid, sino en Santiago de Compostela donde en 1950 nacería la Editorial Galaxia. Bajo la presidencia de Ramón Otero Pedrayo, intelectual y Patriarca de las Letras, se reunieron en la asamblea fundacional el 25 de julio personalidades destacadas del galleguismo -aquellos que habían sobrevivido al golpe del 36, a la guerra o al exilio- para crear el núcleo principal de la resistencia cultural y política a la Dictadura.

“Pienso que la mayoría teníamos muy claro que trabajar por la cultura gallega significaba trabajar por el futuro, sentar las bases para una posterior etapa que se produciría inevitablemente a la muerte de Franco, además, claro está, de continuar en el tiempo el desarrollo de nuestra cultura, primero aplastada por el franquismo -fusilamiento o exilio de la mayoría de sus figuras, supresión de organismos como el Instituto Padre Sarmiento…- y luego perseguida y reprimida por 40 años de uno de los poderes más irracionales de todo el mundo. Galicia sin su cultura sería bien poca cosa”. Lo asegura Xosé Luis Franco Grande, quien habla con conocimiento de causa, en primera persona, y con la autoridad que le concede ser el autor de ‘Os Anos Escuros/Los Años Oscuros’ (Ed. Galaxia), probablemente la mejor guía del tortuoso camino que emprendieron unos pocos, valientes y abnegados hombres de las letras y las ciencias en pleno franquismo para conseguir el mantenimiento de la identidad cultural y política de Galicia.

Pero, ¿y el fútbol? ¿El deporte? ¿Nunca fueron asumidos como un objetivo? “Pues no”, afirma categórico Franco Grande: “Sin duda porque, por lo que tenía de franquista (el franquismo tuvo en el fútbol una manera muy eficaz para distraer a la gente de otras preocupaciones) rechazamos esa posible salida. O, a lo mejor, ni siquiera la tuvimos en cuenta como posibilidad: éramos una minoría y carecíamos en absoluto de medios para introducirnos en semejante empresa”.

El fracaso del modelo ‘nuevos ricos’

Celta y Deportivo volverán a enfrentarse en Primera División el próximo octubre. Será la vuelta de ambos a la élite del fútbol español, pero lo harán sobre bases bien distintas a aquéllas sobre las que se fraguó la Liga ganada por el Superdépor en el año 2000, o la participación europea del Celta a mayor gloria de ‘La Rianxeira’ como himno del buen gusto futbolístico. Hoy los celestes intentan sobrevivir a la bancarrota tras cinco años en el infierno de Segunda y los coruñeses, limitados por un tremendo endeudamiento y una sucesión permanente de líos judiciales, afrontan un cambio de ciclo de incierto final.

La Audiencia Provincial de Pontevedra acaba de ratificar en todos sus extremos una sentencia del Juzgado Mercantil que inhabilita a Horacio Gómez, ex presidente del Celta, y a Alfredo Rodríguez, ex director general de la entidad, “para gestionar bienes ajenos y empresas en el plazo de dos años”. La sentencia, ahora avalada por la Audiencia de Pontevedra, ratifica que ambos dirigentes celestes son responsables de “irregularidades contables relevantes durante su gestión al frente del Celta” y se convierte en la máxima expresión de un fracaso; uno más del fútbol gallego.

La caída con estrépito de los dioses de la abundancia, del abuso de endeudamiento y los sueños de grandeza. Augusto César Lendoiro había inaugurado el modelo creando de la nada el Superdépor. Sus relaciones con el poder le brindaron el apoyo financiero para los grandes fichajes inaugurados con la llegada de las figuras brasileñas Bebeto y Mauro Silva. Los resultados fueron llegando y la bola de nieve creció. “Lendoiro prefería gastarse el dinero en un solo extranjero antes que en intentar sacar chicos de la cantera”, recuerda Manuel Pampín.

En paralelo, el andamiaje subvencionador se retorcía ad infinitum y al igual que en otros territorios pronto se generalizaría como puerta de entrada del dinero fresco de los derechos de retransmisión, utilizando como testaferros a las televisiones autonómicas. En Galicia, el Consello de Contas llegó incluso a amonestar públicamente en uno de sus informes anuales a la Televisión de Galicia al considerar que ésta no se había creado con el objetivo de “subvencionar equipos deportivos”.

Con Manuel Fraga en el poder y el populismo haciendo estragos, equipos como el Pontevedra C. F., eterno aspirante a volver a glorias pasadas, llegó a tener presupuestos de temporada cubiertos hasta el 80% por el dinero público. El Celta también quiso sumarse a la fiesta de A Coruña. Su nuevo presidente, Horacio Gómez, que lo fue de 1995 a 2006, se metió en política para hacer amigos y pagar el peaje de entrada a la caja de la financiación pública. Tiró de talonario y aquejado de una profunda lendoiritis gestora metió al equipo en gastos inasumibles a largo plazo que la niebla de los éxitos deportivos -entrar en competición internacional era por entonces el objetivo prioritario- impedía apreciar en su gigantesca y peligrosa magnitud.

Para el economista, profesor y comisionado de Planes Estratégicos de la Universidade de Vigo, Xavier Martínez Cobas, primer director general celeste con la llegada del nuevo presidente Carlos Mouriño, “la forma de gestión de ambos clubes –Celta y Dépor- respondió en los años 90 y principios de la década pasada a un modelo en el que lo económico no importaba y sólo contaba el resultado deportivo”. “El modelo no era diferente al mayoritario en el resto de la Liga. Mandaban los resultados, y el supuesto carácter mercantil de las sociedades anónimas deportivas quedó en el cajón de lo innecesario, como se tiene demostrado, cayendo en el incumplimiento de la legislación mercantil”, añade.

Y, de pronto, todo hizo crack. El Celta ya había descendido cuatro años antes cuando en 2010 era el Deportivo de La Coruña el que caía al pozo de Segunda. El realismo comenzó a imponerse por la brava. Martínez Cobas lo explica: “En la Liga estatal dos equipos tienen un apoyo de afición y economía muy superior a los demás, agravado por un reparto individual de los derechos televisivos. Esto implica un desequilibrio que permite a estos conjuntos la contratación de cualquier profesional en unas condiciones muy superiores a los demás clubes, por lo que se perpetúa la diferencia en resultados deportivos”. Y por lo tanto en objetivos también, debieron pensar los dirigentes de Celta y Dépor.

De pronto, muchas miradas se fueron a la base. ¡Qué remedio! El ex internacional y zurda de oro de oro del fútbol gallego Fran González, ‘Fran’, lo tiene claro: “Creo que los grandes equipos gallegos, como Celta y Deportivo, deberían marcar una forma propia y gallega de entender el fútbol. El Celta parece estar en esa dirección. Igual es porque tiene encima un concurso de acreedores, pero lo cierto es que está apostando por la cantera y exportando jugadores. Y a esto es a lo que tiene que tender el fútbol gallego. Existe incluso una recomendación de la UEFA para 2016 que obliga a los equipos a apostar por la cantera”.

El Deportivo ha conseguido el ascenso a Primera sin una presencia destacada de canteranos pero no así el Celta. Hasta diez jugadores gallegos salidos de la base llegaron a ser alineados por Paco Herrera en algún partido de la pasada temporada en Segunda. Uno de los principales valores de esa cantera celeste, Iago Aspas, acaba de renovar por cinco años más y a él le da igual la razón por la que ahora se apuesta por los jóvenes ‘do país’, gato blanco gato negro, lo importante es que cace ratones: “No sé si es por convicción o por obligación. De todo un poco. Por supuesto que la crisis ayudó, pero es cierto también que ha salido una hornada muy buena de futbolistas. Se ha apostado por nosotros y ha salido bien”. De nuevo la ‘paradinha’. De nuevo dos pasos atrás y uno adelante. Esta vez el disparo a puerta parece más centrado y el cancerbero de los ‘resultados a toda costa’ se muestra más vacilante. Pudiera haber gol.

¿Un fútbol atlántico?

Si de arte se habla en Galicia es inexcusable hacerlo del Grupo Atlántica, que en los años 80 rompió moldes con creaciones artísticas de marcado carácter internacional y una profunda vinculación con la poética romántica. Las obras de los atlánticos, entre los que destaca de manera sobresaliente el trabajo de Menchu Lamas, Antón Patiño, Francisco Leiro o Antón Lamazares, pretendían una discusión del país defendiendo la peculiaridad gallega pero huyendo del pintoresquismo de base folclórica. Atlántica duró apenas tres años pero abrió un camino de mayor internacionalización del arte hecho en Galicia.

¿Y en lo futbolístico? ¿Con qué armas se proyecta su identidad propia, si la tiene? ¿También el fútbol gallego tuvo su renovación estilística? ¿Existe un fútbol y unos futbolistas atlánticos? Nacho Fernández, ‘Nacho’, jugador profesional durante 14 años vistiendo la camisola del Celta y de la S. D. Compostela y protagonista de una sonada negativa a jugar con la Selección española que nunca llegó a consumarse porque Javier Clemente nunca le convocó, entra en el debate de coz y lo tiene claro: “Sí que existe un estilo de juego que yo diría que es un estilo de la cordillera norte, con diferencias claras en cuanto a desarrollo futbolístico y trato de balón más combinativo en Galicia y Asturias, frente al fútbol más directo de vascos y cántabros. Todos los futbolistas del norte tienen en común la actitud en el campo”.

También identifica elementos diferenciadores del jugador gallego el periodista Alfonso Eiré, quien observa como señas de identidad “el amago, el regate corto y las aceleraciones rápidas. El clima y el estado de los campos, pero también la mentalidad en el juego han hecho sobresalientes estas características”. Eiré destaca las diferencias pero niega no obstante la mayor: ¿Un fútbol atlántico? “Una buena figura literaria…Bonita pero mentira. ¿Qué tienen que ver el fútbol gallego con el portugués? ¿Y con el canario? Menos aun. Si nos vamos a las islas británicas, peor me lo pones. No, Galicia tiene una personalidad propia a todos los niveles, pero es la colonización futbolística moderna la que depura las condiciones físicas y mentales de sus jugadores”.

El también periodista Manuel Pampín no lo tiene tan claro: “Hubo o hay individualidades que representan grandes valores futbolísticos –Buyo, Fran, Nacho, Amancio o Luis Suárez antes, Aspas, Oubiña o Trashorras ahora- pero sin una marca gallega, sin un denominador común que les identifique”. El ex deportivista Fran tampoco está dispuesto a comprar el argumento diferencial del fútbol gallego. “Creo que no. Creo que en Galicia se juega al fútbol dependiendo de cada zona, del nivel del deportista o del entrenador. Nada más”.

División de opiniones entre periodistas y entre jugadores pero ¿qué opinan los técnicos? El ex entrenador y profesor titular de táctica en la Escola Galega de Entrenadores, Julio Díaz, se inclina por dar el no a la existencia de un estilo identitario del fútbol gallego y lo hace con un argumento novedoso. “Cuando no había televisión ni ‘mass media’, en Galicia convivían dos estilos futbolísticos bien diferenciados; el ‘chachismo’, los ‘chachistas’, en A Coruña –el deportivista Eduardo González Valiño, Chacho, da nombre al concepto- más dados al toque, a la relación con el balón, al regate y al malabarismo. Luisito Suárez, Fran, José Luis, Amancio son los estereotipos de esta manera de entender el fútbol. En el extremo opuesto, en el sur, los Hermidita, Costas, los Manolos, Otero, los Santomé, se bregaban en el campo con una exhibición de fuerza y trabajo. Era el fútbol más obrero. Ahora con la televisión, todos vemos al Barcelona. Los aficionados quieren que sus equipos jueguen como el Barça y los entrenadores ceden al ímpetu de la grada. Los jugadores acaban asumiendo lo que sus entrenadores les exigen y el fútbol acaba siendo más homogéneo. Más común, más previsible y con menos matices”. Díaz lo explica con la perspectiva de quien ha visto pasar por las aulas a entrenadores de todo pelaje y asume que la uniformidad de la globalización mata la diferencia. También en lo futbolístico y salvo contadas excepciones.

Sin un estilo propio que ofrecer, obligado a un cambio de modelo económico, sin el escaparate de una selección, y afectado por una trayectoria histórica más acomodaticia y cesante que propiamente reivindicativa y diferencial, el fútbol gallego parece condenado a diluirse como un azucarillo en el espeso caldo del fútbol español y mundial. La ‘paradinha’ es la expresión máxima de un fracaso, aunque a veces termine en gol. Winston Churchill definía el éxito como la capacidad de ir de fracaso en fracaso pero con entusiasmo. En Galicia, lo primero está asegurado y en cuanto a lo segundo, parafraseando a Don Eugenio D’ Ors “el entusiasmo no era indescriptible”. Tendrá que mejorar.

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