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Corripio: vino alegre, vino triste y bocatas de calamares que se comían al caer el sol

Interior del Corripio | Caminando por Madrid

Luis de la Cruz

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LA REINA DE LAS CATAS

Madrid siempre fue lugar de sidrerías y tabernas asturianas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, momento del despegue demográfico de la ciudad, fueron muchos los asturianos que abrieron establecimiento en Madrid, trayendo sus panes, sus platos de cuchara y sus sidras. Aún quedan muchos, aún hay innumerables sidrerías...aunque cada vez menos con el carácter del local que hoy recordamos, el Corripio, a medio camino entre la bodega y la sidrería, con el sabor auténtico de las barras que se han ido combando por el peso de muchas generaciones apoyadas sobre ellas.

Corripio estuvo casi cien años en el número 102 de la calle de Fuencarral (cerró en 2005). El peculiar nombre no era otro que el nombre propio de su dueño, Corripio de la Concepción, y era una sidrería muy frecuentada por la gente del barrio y por madrileños de todos los lugares, por estar ubicada en la comercial calle de Fuencarral (cerca de la Glorieta de Bilbao).

Luis, antiguo vecino y padre de este redactor, nos cuenta que “en el piso de arriba había una academia que supongo que sería de la familia porque la dueña se llamaba Benigna Corripio (la llamaban la Benicorri), allí estudiaron mis primas”. Esto debía ser a mediados de los sesenta.

Caminando por Madrid

Durante sus últimas décadas Corripio se convirtió, al caer el sol, en precursor de los bares de viejo que dan servicio a las hordas de jóvenes hambrientos de diversión y hambrientos a secas. Allí estaban sus bocatas de tortillas o de calamares, al quite. Jacob, lector y vecino de la calle Mejía Lequerica, nos traslada cierta sensación de nostalgia en sus palabras sobre la sidrería Corripio:

Recuerdo que ni su exterior ni su interior llamaban a entrar, su conjunto era lo más alejado del glamour y el esnobismo que se estilan ahora, pero la tradición obligaba a acudir a la cita semanal y a probar su bocata de calamares, el olor de la fritanga impregnaba el bar, clásico, con su nula decoración pero con la historia a cuestas en sus cuatro paredes, un bar como los que visitan nuestros padres y abuelos un bar que nos unía a la tradición del cañeo, tapeo y vermú, un bar que alimentaba nuestras noches y nuestras borracheas juveniles, un bar cuyos bocatas de calamares me dieron un segundo aliento para comerme lo que quedaba de velada con ánimos renovados. Me hago viejo y empiezo a añorar los viejos tiempos, esos que tratan de robarnos con cada franquicia que sustituye al Madrid de nuestros recuerdos de canicas, chapas y bares con personalidad aunque algunos digan que era mugre.

Una de las peculiaridades de Corripio que mucha gente recuerda es que la persona que cobraba, perteneciente a la familia, era invidente. Aquel ciego, al que no había quien engañara con las monedas, murió a principios de los noventa, dejando una hoja de servicio para los anales de los bares que echamos de menos en la Malasaña de los dosmiles.

Gente de pie departiendo, vino alegre y vino triste, gloriosas empanadas de chorizo -para tomar o para llevar-, sidra de barril, bocatines de calamares, licores variados, la amabilidad de una familia... algunas razones sencillas que suman un rincón en la memoria de muchos vecinos.

‘Te acuerdas de…’ es una sección nostálgica de Somos Malasaña en la que intentamos recuperar la memoria colectiva de lugares de la zona. Si quieres compartir tus recuerdos de este local, déjalos en los comentarios. Y si piensas que podríamos hablar de algún otro sitio, sugiérelo en contacto@somosmalasana.eldiario.es

BB

¿La amabilidad de una familia? Estuvimos más de un lustro hichándonos a minis de champan, y jamás nos dedicaron una sonrisa ni pusieron una tapa de cortesía y, la única vez que pedí unas banderillas, me las puso el camarero joven de rizos negruzos directamente metiendo la mano en el agua de la fuente.

antonio

Vaya recuerdos, si la sonrisa estaba ausente, pero para mi la empanada de chorizo, era un auténtico manjar

Juan Doe

Recuerdo perfectamente al invidente. Solía estar sentado cerca de la barra y llevaba un chaquetón de cuero marrón que parecía muy desgastado; su presencia era tan imponente que sugería un miembro de la Mafia controlando un negocio. En Corripio tomé de pre-adolescente mi primera caña de sidra, un recuerdo que siempre me acompañó, como aquellas empanadas en cuadraditos pequeños. Lamenté muchísimo que cerrasen (hace ya muchos años).
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