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Hoteles, pensiones y apartamentos turísticos en 2018, ¿escenarios de la cultura de nuestro tiempo?

Vista de varios edificios en la Gran Vía, hace décadas

Somos Malasaña

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Ha pasado ya mucho tiempo desde que Hemingway frecuentara nuestras calles, se bebiera los tragos en Chicote y se alojara en hoteles del centro de Madrid en plena guerra, como el viejo Hotel Gran Vía (Gran Vía, 12) o el Hotel Florida (Plaza de Callao, 2). Mucho tiempo también desde que el Che Guevara paseara por la Gran Vía como un turista más en 1959 –aunque ataviado con su característica indumentaria revolucionaria– y durmiera en el Hotel Suecia. Y Audrey Hepburn y George Cukor del brazo de nuestra Sara Montiel y tantas otras estrellas rutilantes. Todos ellos pasearon por una Gran Vía de aceras más estrechas que las de la recién remodelada calle, unas veces porque la sierra de Madrid fue plató de rodaje durante las décadas de los cincuenta y sesenta, y otras porque allí se estrenaban todas las grandes producciones de Hollywood en nuestro país.

En el otro extremo, recordamos también las pensiones que sirvieron de hogar a tantas generaciones de españoles anónimos y con telarañas en los bolsillos. Con o sin derecho a cocina. No hace mucho tiempo, el centro de Madrid estaba repleto de pensiones destartaladas, parecidas a la que Terele Pávez regentaba en El Día de la Bestia. Hoy muchas de aquellas han cerrado y las que subsisten se han modernizado y ofrecen un amplio abanico de servicios que van desde el inexcusable WiFi al alquiler de bicicletas.

En 2018 el mayor hotel de Madrid –también la pensión– no tiene recepción ni más letrero que, a lo sumo, una placa junto al telefonillo, aunque muchos de estos hoteles que antes referíamos, y otros que les toman el relevo, gozan de buena salud y conservan porte y distinción en los tiempos del apartamento turístico. Algunos de los alojamientos turísticos, cuando son realmente compartidos y no coartadas para el negocio inmobiliario, recuerdan a las reuniones a la hora de la comida y al trato familiar de las viejas pensiones.

El viajero también ha cambiado. Porque ya no quedan casi cines en la Gran Vía, con grandes cartelones pintados, que nos traigan a los estrellones a repostar en Chicote. Y porque, del otro lado, la figura del pasante de provincias mal pagado y solo en la capital está pasada de moda. Mal pagados hay muchos, por supuesto, pero este milenio visten otras pieles y, cada vez más, habitan barrios lejos del centro de la ciudad.

Hoy los huéspedes son turistas que, a veces con más poder adquisitivo y a veces con menos, pueblan hoteles, pensiones y apartamentos turísticos. Cada cual según el calado de sus bolsillos. Su presencia caracteriza cada vez más el centro de Madrid y cabe preguntarse si tardarán mucho tiempo en ocupar también el espacio cultural que les corresponde como personaje destacado de su tiempo. ¿Para cuándo películas de humor negro español que transcurran en un ABnB? ¿Llegarán las novelas que ambienten las pensiones con WiFi como La Colmena lo hacía con las grises pensiones de los años 40? ¿Alcanzarán alguna vez los afterworks en terrazas de hoteles a la última el glamour que tuvieron los hoteles de la Gran Vía durante la segunda mitad del siglo XX? ¿Serán los turistas zombies o alienígenas en las nuevas narraciones metafóricas?

Son preguntas que, probablemente, responderán los críticos culturales a una o dos décadas vista, pero lo que es seguro es que las distintas modalidades de alojamiento, con su trajín de bestiarios humanos, caracterizan la vida en el centro de nuestra ciudad con formas inequívocamente actuales. Aviso para creadores.

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