Subimos al primer autobús sin conductor de Madrid: es silencioso, va lento y solo circula 20 kilómetros sin recargar
La escena parece sacada de una película futurista. Un pequeño autobús con capacidad para doce pasajeros avanza despacio por la Casa de Campo sin que nadie lo conduzca. No hay manos en el volante ni pie en el acelerador. Solo un supervisor sentado en la cabina, atento a una pantalla con la que controla el sistema. El vehículo, silencioso, se abre paso entre coches y peatones a una velocidad que difícilmente llega a los 15 kilómetros por hora. Parece más un experimento que un medio de transporte, pero esa es, precisamente, la intención del Ayuntamiento de Madrid y de la Empresa Municipal de Transportes (EMT): poner a prueba la movilidad autónoma en un entorno real.
El recorrido es breve, apenas 1,8 kilómetros en un circuito circular con seis paradas. Completarlo lleva unos diez minutos, lo que convierte el trayecto en un paseo curioso durante el que se puede disfrutar de unas vistas privilegiadas del lago de la Casa de Campo. Sube, baja y vuelve al punto de salida inicial.
Durante la presentación oficial del servicio, el delegado de Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad, Borja Carabante subrayó que es la primera vez que un autobús autónomo circula en Madrid con tráfico real, con semáforos, peatones y bicicletas. “En algún momento había que dar el paso al frente”, declaró, convencido de que la capital con este gesto se convierte en “banco de pruebas de la innovación en movilidad”.
En las primeras jornadas de funcionamiento la expectación ha sido evidente. Desde que se puso en circulación este lunes, cada día entre las 12.00 y las 17.00 horas se agolpan decenas de personas expectantes por subir al “autobús del futuro” en la parada 51213, donde comienza el recorrido. “Pues sí que va a tener éxito esto”, comenta un trabajador de la EMT con su compañero al ver la cola de gente frente a la estación de Metro de Lago.
Pero la experiencia también tiene sus sombras. Los dos empleados de la empresa municipal comentan, mientras esperan la llegada del autobús, que la autonomía del prototipo es muy limitada. “Necesita una carga a mitad de recorrido, no aguanta las cinco horas de funcionamiento”, aseguran. Ha pasado ya más de media hora y todavía no ha llegado. “El último pasó a las 15.30 y hasta las 16.30 no volverá a pasar otro”, señalan los dos trabajadores de la EMT. Según explican, es inevitable. Su pequeña batería no permite conducir tantas horas seguidas, así que necesita un descanso a mitad de jornada para recargarse.
Dentro del vehículo, el supervisor confirma las limitaciones. “Aguanta unos 20 kilómetros, pero la batería está muy cascada, lleva seis años en uso”, reconoce. A todos los pasajeros les sorprende su presencia, ya que no contaban con que hubiese alguien controlando su funcionamiento. “¿Pero esto no iba sin cconductor?”, pregunta un viajero. El supervisor explica que, aunque el autobús podría circular sin personal, la normativa europea obliga a que haya alguien supervisando.
En otros países, apunta, marcas como Mercedes asumen la responsabilidad de lo que ocurra, pero aquí “no se arriesgan”. Él mismo, Pablo Correa Araujo, se encarga de vigilar la conducción autónoma y de intervenir en caso de incidencia. “Lo primero que sorprende a los viajeros es comprobar que no lo conduzco yo, aunque les da seguridad ver que hay alguien dentro por si pasa algo”, explica en conversación con Somos Madrid.
El autobús, fabricado íntegramente en España y desarrollado en colaboración con el Centro Tecnológico de Automoción de Galicia (CTAG), cuenta con sensores que monitorizan velocidad, trayectoria, obstáculos o accesibilidad en tiempo real. En la capital, hasta ahora, solo había circulado en entornos cerrados, como la prueba que se llevó a cabo en Cibeles el pasado año.
Durante el trayecto el autobús avanza con lentitud, frena cuando detecta un semáforo, un paso de cebra, un stop o un ceda el paso y retoma la marcha con suavidad. En otro momento se topa con un vehículo aparcado en doble fila y el supervisor tiene que desplazarlo manualmente para esquivarla. Tampoco sabe poner los intermitentes de forma automática. La tecnología funciona, pero todavía no es infalible. “Es un prototipo y le quedan unos cuantos años de desarrollo”, reconoce.
Según explica Pablo, el pequeño autobús no es tan novedoso como parece. Ya se probó en la Universidad Autónoma de Madrid y viene de Vigo, donde lleva ya dos o tres años circulando en pruebas junto a otros vehículos de la misma flota. “Fue el Ayuntamiento quien pidió que viniésemos a Madrid a probarlo”, asevera el supervisor.
Dentro hay espacio para hasta doce personas, aunque en una tarde de calor puede resultar demasiado agobiante compartir un espacio tan pequeño con tanta gente, ya que solo hay siete asientos y el resto debe ir de pie. “¿Aire acondiciondo no tiene?”, pregunta una joven a bordo del autobús. El vehículo cuenta con cuatro conductos o rejillas de ventilación por las que sale un pequeño chorro de aire frío, pero no resulta suficiente para enfriarlo. “Si vosotros tenéis calor, imaginaos yo que llevo aquí desde las 12.00 dando vueltas”, contesta el supervisor.
El recorrido en el autobús llega a su fin sin ningún percance, hace un último giro en la rotonda del lago y para. Todavía queda un último viaje, que tendrá que hacer de forma manual porque en automático es demasiado lento. Al bajar, los trabajadores de la EMT preguntan a los viajeros por la experiencia. Todos coinciden en que “no ha estado mal”, ya que tenían demasiadas expectativas al respecto.
Diez minutos después hace su última parada y vuelve a la cochera para cargarse hasta el día siguiente. Esa será su rutina diaria hasta el 24 de octubre, fecha en la que dejará la Casa de Campo en busca de nuevos escenarios de prueba para un experimento que quiere anticipar el futuro del transporte público, pero todavía exije paciencia, tiempo y, sobre todo, energía para hacerse realidad.
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