Audi R8 Spyder, la vida loca
Por muchos coches que hayas conducido en la vida, es inevitable sentir cómo se acelera el pulso al acercarte al Audi R8 con las llaves en la mano. Lo siguiente, pulsar el botón de arranque, situado ahora en el volante, y escuchar el bramido de sus 10 cilindros pegados a tu espalda, es sencillamente sublime para cualquiera que ame los coches.
En pocos metros, el rugido del motor amaina al cobrar un poco de temperatura y puedes comenzar a familiarizarte con los mandos y con la sensación de ser una pulga, por ir sentado tan cerca del suelo, comparado con los mastodontes que te rodean, y que no dejan de mirarte. Y eso que aún vamos con la capota cerrada: sí, la novedad es que hoy probamos el Spyder, la carrocería cabrio del R8.
Ves que dispones de cuatro modos de conducción y de un selector del ruido de escape: normal y sport, para cuando quieres que se te escuche llegar. También un botón en el volante con una bandera a cuadros con el que descubres que puedes seleccionar los programas de seco, mojado o nieve en el modo Performance.
Pero ves, sobre todo, que el salpicadero carece de la pantalla central al uso, porque aquí toda la información aparece en el virtual cockpit justo delante de tus ojos, cosa muy vistosa pero que puede resultar incómoda cuando quien maneja el navegador, por ejemplo, es el acompañante y no el conductor.
Si ya es un espectáculo rodar discretamente con el R8, descapotarlo en marcha (hasta 50 km/h) atrae la mirada del más escéptico. La operación de abrir y cerrar el techo de lona se prolonga unos 20 segundos pulsando un botón ubicado en la consola. Junto a él encuentras otro mando que permite subir y bajar la luneta de vidrio con independencia de la posición de la capota.
Con las ventanillas subidas y el deflector aerodinámico puesto (en caso contrario va alojado en una bolsa en el capó delantero), se viaja muy protegido de las inclemencias del tiempo. Además, el climatizador recuerda el ajuste de temperatura en función de cómo se halle la capota y los asientos están calefactados, aunque no estaría de más una salida de aire caliente a la altura de la nuca como la que tienen modelos de la competencia y el propio Audi TT Roadster.
Decir que los 540 caballos del motor V10 ofrecen unas prestaciones sobresalientes es casi una perogrullada. No lo es tanto señalar que pueden comportarse muy dócilmente en una conducción tranquila, gracias al suave funcionamiento del cambio automático de doble embrague y siete velocidades, pero que cuando se pisa a fondo el acelerador responden de una manera difícil de expresar con palabras.
Ese clic del motor por encima de 5.500 revoluciones que empuja con violencia tu cuerpo contra el asiento es algo que todo mortal debería poder sentir al menos una vez en la vida. Aunque todavía mejor que eso es posiblemente rodar sin prisa por una carretera secundaria disfrutando del aire en la cara, sabiendo del poderío agazapado del motor V10 a tu disposición y, quizá también, siendo por un día el hombre más envidiado de la carretera.