“Follar por dinero no es lo peor”: 'Prostitución' de Andrés Lima pone en pie al Teatro Romea
Unas 100.000 personas ejercen la prostitución en España y otras 40.000 serían víctimas de la trata en nuestro país. España es el tercer país del mundo con más consumo de prostitución, después de Tailandia y Puerto Rico. El 39% de los varones españoles, según Naciones Unidas, ha pagado en alguna ocasión por mantener relaciones sexuales. El 90% de las personas que ejercen la prostitución en nuestro país son mujeres. El 80% de ellas, migrantes. La actriz Nathalie Poza nos escupe estos y otros datos al inicio de 'Prostitución', dirigida por el Premio Nacional de Teatro Andrés Lima, como si estuviera cantando los número de la lotería. Y recuerdo las muchas veces que he estado en Bangkok, la capital tailandesa, y la sensación de estar atravesando, según que barrios, un 'putiferio'. Y luego resulta que en España no estamos tan lejos de aquello, pero aquí no lo veo o, si lo hago, lo tengo interiorizado de tal manera que me es prácticamente invisible: las carreteras secundarias del Mediterráneo, algunas calles del barrio del Carmen, la calle Montera en Madrid, la Casa de Campo. Me quedo estupefacta sentada en la butaca del Teatro Romea. “España es la capital europea de la prostitución”, nos dicen.
'Prostitución' abruma. En 'Prostitución' sí que ves a las prostitutas y las escuchas porque las actrices Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste junto a Andrés Lima, Albert Boronat y Juan Cavestany han entrevistado a mujeres que hacen la calle y reproducen sus palabras en escena. “La prostitución no tiene nada que ver con lo que recogen los medios de comunicación”. “Lo peor no es follar por dinero: lo peor es la estigmatización y el ocultamiento”. “Lo mejor de ser prostituta es la ecuación tiempo y dinero”. “Un francés son 15 euros y un completo, 20”. ¿Cón qué otro trabajo puedes ganar 1.800 euros al mes en España tengas o no educación?, se preguntan. No parece que con muchos, me respondo a mí misma.
Si las tres actrices se comen la escena con la veracidad y la humanidad de las putas a las que retratan -Ana María, Isabella, Lucía, Alexa, Alicia- en la primera parte de la obra, la función empieza a decaer, desde mi punto de vista, con los monólogos de las activistas feministas Amelia Tiganus, abolicionista, y Virginie Despentes, regulacionista; ambas ejercieron la prostitución. Lima no se moja en un debate que divide al feminismo, a veces, con mucha amargura. Hay posturas muy diferentes al respecto y, también, hay derecho a la ambivalencia.
Después, el director trata de subir los ánimos de los espectadores, que a esas alturas andamos hundidos en la butaca casi sin respiración, con una especie de cabaret en el que las actrices entran en el juego escénico y abandonan la parte documental. Sentadas sobre tres cubos de metal delante de una enorme caja de madera, donde se proyectan sus encuentros sexuales, discuten sobre su trabajo, cada una enarbolando una perspectiva diferente: desde la independencia de la que disfruta una puta, pasando por el nulo interés que hay en proteger sus derechos y lo fácil que lo tienen los empresarios, hasta el hecho de que la prostituta encarna el más profundo ejemplo de sumisión y violencia que sufre la mujer dentro del sistema patriarcal. Las tres parecen tener razón al mismo tiempo.
Artísticamente, en cambio, no termina de trascender esa primera parte de testimonios frescos, duros, veraces. El artificio del teatro me cansa por momentos, aunque el público aplaude entusiasmado de tanto en cuanto al magnífico trabajo actoral y se levanta a una al final de la obra. Lo cierto es que hay momentos de humor brillantes que achicharran el dolor. La enorme caja de madera con las proyecciones, a la que entran y salen las protagonistas, empieza a girar sobre sí misma y, finalmente, sus paredes se derrumban. Entra la luz y el aire. Quizás lo que necesitamos como sociedad, empezar a ver y escuchar a las prostitutas.
Lo que sí me vuelve a parecer inquietante y me cae como un mazazo es el último vídeo final que se proyecta en la caja. Una robot de aspecto aniñado dice sí a todo lo que le va pidiendo el hombre. Y el hombre se corre. Y la robot de flequillo rubio aparenta que también se corre. Y así termina 'Prostitución'. Y yo salgo con un nudo en el estómago. Y pienso que me hubiera gustado que la obra la hubiera dirigido una mujer; pero ahí está Andrés Lima, sin miedo.
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