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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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“El aguante” frente a los recortes en sanidad

Centro de Salud Costa Cálida

Pilar Marcos Silvestre

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Estábamos en La Manga, eran las 8 de la tarde de un sábado de julio. Mi niña se quejaba de la garganta, le vi unas placas grandes y blancas como bolas de nieve: “¡No puedo tragar mamá!”, me decía. Tomé la determinación de llevarla al médico de urgencias más próximo, pues la fiebre hizo aparición y la pastilla de ibuprofeno ya no hacía efecto.

“Tienen que ir al Costa Cálida, en el Km 5”, nos indicó la farmacéutica tras preguntarle dónde quedaba el centro de urgencias más cercano. El Costa Cálida es un buen centro de salud, grande y espacioso, con ambulancias en la puerta.

Entramos y nos sorprendió ver la sala llena, no cabía ni un alfiler: niños llorando, mayores en sillas de ruedas, una mujer con el pie dentro de un cubo, personas recostadas sobre otras... Ni una silla libre en la sala y mucha gente de pie.

“Hoy solo tenemos un médico”, me dice una enfermera. “Están teniendo mucho aguante, nadie ha puesto ninguna reclamación y llevan esperando más de dos horas”, me dice otra. “Las urgencias más cercanas están en La Unión”, remata la primera.

Conseguimos sentarnos mi hija y yo. Observo a la gente, intento meterme en sus pensamientos. Estarán indignados como lo estoy yo, pienso. Pero no, no era así. Vi cómo se preparaban para una espera larga, con resignación, con “aguante” como me dijo la enfermera.

Justo a las dos horas llaman a mi hija a la consulta 7, a la misma que estaban llamando a todos los que iban entrando con cuentagotas. En la consulta 7 se encontraba la única doctora que había en ese centro de urgencias de La Manga, la única para atender a los más de 60 pacientes que se agolpaban en la sala de espera, y los que no paraban de llegar. Pacientes que venían de muchos lugares distintos. Desde La Manga hasta la Unión no había otro centro de urgencias y era un sábado de julio.

Entramos en la consulta 7 y ahí estaba mi heroína del día. Una mujer con cara agradable nos dio permiso para sentarnos y se dispuso a escuchar nuestra demanda. Nunca como ayer entendí a los grandes profesionales de la Sanidad pública, los que se esfuerzan por curarnos pese a que sus jefes los dejen en mantillas, solos ante el peligro, abandonados al igual que abandonan a los que sostienen nuestro Sistema Público de Salud, es decir, a la gente, a los trabajadores y trabajadoras que, en algunos casos, cobran sueldos de miseria.

La heroína de este relato corto nos atendió a los mil amores, pese a su soledad ante el peligro. Me anunció que seguramente durante la noche vendría otro colega para ayudarla, pero que no lo tenía claro del todo. No entendía nada: ¿qué clase de organización es esta donde los médicos no saben ni con quien van a contar para atender durante una larga noche de verano un Servicio de urgencias desde La Manga a La Unión?

“Voy a poner una reclamación”, le digo a mi heroína. Ella rápidamente se tensa y me dice: “Pero... ¿no será por mi atención?” Vuelvo a sorprenderme. Esta agradable mujer cumplía con su función a los mil amores y vi en su gesto una pizca de temor ante la posibilidad de la pérdida de su puesto de trabajo, el cual, estoy convencida, pagaban a precio de saldo.

Mi indignación creció por momentos. “No doctora, su atención ha sido excepcional, no tanto como la de sus jefes y de los que controlan esta Sanidad recortada para los de siempre”, le dije y salí disparada hacia la sala de espera. Mi hija no decía nada porque sabía lo que pasaba por mi cabeza. Y así fue. Perdí “mi aguante”. La situación me desbordó. Fui hacia la ventanilla donde la trabajadora vio mis intenciones conforme me acercaba a ella, pues ya tenía la hoja de reclamaciones preparada. Ni me habló, solo me la dio, no quería mirarme para no tener que darme la razón, bajaba la cabeza y asentía ante mis peticiones. Todos los presentes, la sala estaba atestada de gente, prestaban atención a mis movimientos en silencio. Busqué un asiento para rellenarla más cómodamente, pero antes de sentarme les dije, colocándome en el centro de la sala, solo con este gesto podremos cambiar las cosas, mientras, tendréis que seguir aguantando lo que os echen. Algunos movieron la cabeza en señal de acuerdo, otros y otras me miraban con los ojos muy abiertos, con la cara de, “pero ¿qué dice? ¿está loca?”, incluso los vi asustados, como diciendo “alguien está osando romper con nuestro aguante, nuestro conformismo plácido y tranquilo, sin sobresaltos, decididamente esta mujer está loca”.

Mientras creamos que “aguantar” es lo único que podemos hacer, mientras confiemos en que los de arriba van a cuidar de nosotras en lugar de las buenas doctoras que aman su profesión y cuidan de la gente de verdad. Mientras seamos conformistas y vasallos de los que nos quitan nuestros derechos más básicos como la salud, jamás seremos dignas de ser personas con dignidad, porque el aguante nos despoja de ella.

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