Cuando era pequeña fui durante varios años al campamento de Los Urrutias. En aquel momento los únicos movimientos infantiles y juveniles que existían estaban ligados a la Iglesia (yo ya tengo mis años). En mi caso fue la Iglesia de Barrio Peral, la de mi barrio y el cura Antonio el que organizaba cada verano unos días de campamento en Los Urrutias donde íbamos los chiquillos, pero también los padres que hacían las veces de cocineros y monitores, siempre bajo la dirección del párroco y director de campamento.
Recuerdo a Los Urrutias como un pueblo vivo, alegre, con mucha gente paseando en bicicleta, con sillas en las puertas y algunos, muy pocos, seiscientos que circulaban de vez en cuando por las calles, cargados hasta los topes de niños, sillas, sombrillas y cestas. Todos dispuestos a pasar un buen rato a orillas del Mar Menor: andando por el agua hasta la ‘raya azul’ entre caballitos de mar, disfrutando de la playa a la vez que la tortilla de patatas que se llevaba ‘calentica’ dentro de su táper de metal.
Esos son Los Urrutias que yo conocí, porque de mayor no pasé mucho por allí. Mis padres y mis abuelos eran más del Mar Mayor, del Mediterráneo, de Isla Plana y la Azohía… pero esa ya es otra historia. Hoy quiero hablaros de Los Urrutias y del Mar Menor.
Este mes de agosto el Ayuntamiento ha convocado un Pleno extraordinario en Los Urrutias. Los vecinos, ya desesperados, lo han pedido; lo han implorado al ver languidecer el pueblo que los ha visto crecer. Esos mismos vecinos que llevan años contemplando cómo sus playas y las aguas de la laguna salada se vuelven verdes y malolientes. Aguas que antaño eran cristalinas ahora tienen como señas de identidad el fango y los lodos.
En 2015 los vecinos emprendieron una dura lucha contra el Estado, en concreto contra la Delegación de Costas en la Región de Murcia. Presencié cómo estos vecinos esperaban al Delegado de Costas para exigirle la retirada inmediata de los diques colocados en toda la franja del litoral del pueblo. Por lo menos cuatro diques que retenían el agua, que impedían que corriera y se regenerara y cuyo estancamiento producía los fangos y malos olores que llegaban a sus casas. Aquella batalla se ganó, los diques se quitaron y la victoria solo se la puede atribuir a la fuerza de un pueblo cuando clama por lo que considera justo.
Pero los males de Los Urrutias no terminaron ahí y lo más grave es que no eran exclusivos de su pueblo. En 2016 la sopa verde hizo su aparición acompañada por el mal olor, la muerte y desaparición de los caballitos de mar. Los miles de peces muertos en la orilla, las algas putrefactas, la espuma blanca y amarilla que traían las olas, todo era parte de un proceso de degradación de la laguna que se llevaba fraguando durante décadas.
Todos ellos síntomas de la grave enfermedad que sufre el Mar Menor, una enfermedad que fue provocada por muchos agentes externos al ecosistema de la propia Laguna. Hablamos de la minería sin control, de todos los metales pesados que se extrajeron de la Sierra Minera durante muchos años que finalmente desembocaban y aún desembocan, a través de las ramblas, en las aguas del Mar Menor, en Lo Poyo, donde las arenas son negras y brillantes cuajadas de metales pesados contaminantes. Hablamos del urbanismo salvaje por todo el litoral marmenorense, donde la avaricia de unos pocos ha costado la destrucción de nuestro bello entorno natural. Hablamos de una agricultura intensiva de regadío, impropia de nuestro clima y nuestro paisaje, una agricultura que ha inundado las aguas de la laguna con nitratos y productos químicos que llegaban bien a través de las ramblas como la del Albujón o de las aguas subterráneas que siempre van a parar al mismo sitio.
Bastantes años ha soportado el Mar Menor, explotado y contaminado por los metales pesados, el ladrillo, el cemento, los nitratos y las aguas sucias de las desaladoras, desalobradoras y depuradoras, que vierten continuamente su vómito putrefacto a un mar que era cristalino como un espejo y que ahora, en Los Urrutias, se manifiesta como una charca infecta que atormenta a vecinos y visitantes.
Los científicos y ecologistas se han cansado de dar la voz de alarma cuando nadie los escuchaba, se han cansado de decir cómo se podría recuperar el enfermo, porque la recuperación solo es posible si dejamos que el Mar Menor descanse. La naturaleza es sabia, solo hay que dejarla en paz durante un tiempo, dejarla que se regenere, parando los vertidos tanto de la agricultura como de la minería, limpiando y manteniendo las ramblas que desembocan en la laguna, controlando los vertidos de las depuradoras.
Mientras, Los Urrutias y sus vecinos claman por tener una playa limpia, por poder disfrutar en verano de los baños que disfrutaban durante toda su infancia y juventud, claman por medidas rápidas y urgentes que les libren de las plagas de moscas y mosquitos que este verano han sufrido, exigen recuperar la dignidad como pueblo y que no los engañen prometiendo soluciones año tras año, soluciones que nunca ven ejecutadas como las pasarelas sobre el agua para evitar los fangos. Otras iniciativas sí que salen adelante, como la pasarela que han instalado en un hotel de lujo recientemente inaugurado con toda la pompa y el boato por los propios dirigentes de los gobiernos que los han olvidado.
Moscas, mosquitos y una pasarela muy larga y exclusiva de un hotel de lujo, eso es lo que reciben los vecinos y vecinas de Los Urrutias. Por eso están de luto, porque su pueblo se muere, porque el Mar Menor se nos muere mientras los gobiernos responsables de su degradación no hacen nada más que hablar y hacer promesas a los vecinos y vecinas que más temprano que tarde despertarán para no volver a elegirlos.