Le he leído en alguna entrevista al escritor y periodista barcelonés Arcadi Espada, alguien que cuenta con tantos partidarios como detractores pero que a nadie deja indiferente, que cuando hace años trabajaba en la edición catalana del diario El País, fue castigado durante un tiempo por la dirección a la abnegada tarea de recortar teletipos. Y que una víspera de Reyes, siendo ya un probo aspirante a columnista del mencionado periódico, le encargaron una pieza sobre la llegada de sus majestades de Oriente a la ciudad condal. Espada la redactó con su habitual destreza lingüístico-gramatical y, a la hora de titular, escogió el siguiente texto: Llegan los Reyes a Barcelona, según fuentes municipales.
Aquello seguro que dio mucho juego ya por entonces, como hoy lo suelen dar las trifulcas que los políticos suelen organizar con motivo de la llegada de los Magos a las ciudades y pueblos de nuestro país. Recuérdense aquellos reyezuelos de la época de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid, que tanto dieron de qué hablar en 2016, una suerte de demostración étnica con ese Baltasar tocando una kora africana, hasta llegar a los de este año, sin cabalgata al uso pero con un impagable vídeo viral del baile desacompasado de Martínez-Almeida y otras concejalas de su equipo, como la ciudadana Villacís y la popular Levy, al ritmo de Jerusalema. Y así hasta el infinito, y mucho más.
A mí, quiero creer que no como castigo, tal y como le ocurrió a Arcadi en su día, también me tocó este año recibir a los reyes de Oriente en Murcia. El Ayuntamiento había anunciado su llegada nada menos que en avioneta. Lo suyo hubiera sido que llegaran en vuelo chárter al aeropuerto internacional de Corvera pero, estando la cosa como está, el lugar escogido fue de tenor inferior: el aeródromo de Los Martínez del Puerto, una espartana instalación desde la que sus majestades se trasladarían en autobús descapotable por barrios y pedanías de la capital, para saludar y ser vistos por los niños desde los balcones y ventanas de sus domicilios.
La cita era a las 9.45 horas del pasado martes, 5 de enero. La temperatura esa mañana en el mencionado aeródromo era, como mucho, de 0 grados centígrados. Cuando llegamos, los tres reyes ya se encontraban allí, ataviados con su pomposo vestuario para la ocasión en tanto que ateridos por el imponente frío que hacía en esos momentos, acompañado de un viento rayano en lo glacial. A los pocos minutos llegó la comitiva municipal, con el alcalde Ballesta a la cabeza, el concejal de festejos y toda una cohorte de ayudantes y asesores que para sí quisiera Joe Biden, en sus desplazamientos desde la Casa Blanca, a partir del próximo día 20. Y junto a ellos, una docena de efectivos policiales, encargados de custodiar y escoltar a tan ilustres visitantes.
Acto seguido, los tres reyes subieron a otras tantas avionetas, alguna de las cuales daba una cierta sensación de ajustada solidez, acompañados por los correspondientes pilotos. Despegaron los aparatos sucesivamente, levantando una desagradable polvareda debido a que la pista es de tierra, como dando la sensación por unos instantes de que lo hacían desde un punto recóndito e indeterminado del desierto del Sáhara. Dieron varias vueltas y pasadas en el aire, aterrizando por el mismo orden y aproximándose al hangar, donde les esperaban de nuevo las autoridades. El alcalde les dio la bienvenida, (“espero que esta noche hagan su trabajo rápidos y veloces”, les vino a decir, más o menos, con voz como de actor de doblaje) mientras los cámaras de televisión y los fotógrafos, convenientemente alertados por su gabinete, inmortalizaban tan excelso momento, tras lo que todos se incorporaron al bus descapotable, desde donde volvieron a posar para la prensa.
Una vez cumplimentada la egregia embajada, el vehículo se puso en marcha, ya sin las autoridades a bordo, y solo con los tres reyes a la vista, quienes, dicho sea de paso, no eran personajes públicos y relevantes de la sociedad murciana -como en otras ocasiones- y sí dos actores del impagable elenco de Pupaclown más un miembro de una asociación de inmigrantes africana. No es difícil imaginar el trayecto desde ese enclave y por el resto del recorrido, encaramados en la parte superior del autobús de dos pisos, con la incontrolable rasca que soplaba a babor y estribor.
Sin duda que ese día, aquellos reyes se ganaron el jornal bien ganado, si es que al final lo hubo. Pero no es menos cierto que cumplieron con creces un cometido fundamental, llevando la ilusión a los más pequeños de la casa, si bien lo sobrante siempre suele ser en estos casos la estomagante parafernalia que los rodea, con la que se envuelven este tipo de actos, en muchas ocasiones, provocada no tanto por los mismos responsables políticos como por los que los asesoran en estos menesteres, esos que han de dejar su impronta para acumular méritos ante el que los puso ahí y alcanzar el rango de perennidad. Hay una expresión harto recurrente en la huerta de Murcia que resulta muy apropiada para todos estos personajes: se les llama raboalcalde. Y fue al marcharnos del aeródromo, con el frío que aún calaba hasta los huesos, cuando uno iba en el coche de producción, hablando con los compañeros y recordando el titular memorable de Arcadi, en aquella mañana escarchada y melindrosa, en una jornada en la que a Murcia también llegaron los Reyes Magos, según fuentes municipales.
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