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Adiós a Alfonso Alonso, el primer candidato de la derecha no nacionalista que ganó unas elecciones en Euskadi

Alfonso Alonso con Pablo Casado y Amaya Fernández

Iker Rioja Andueza

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La guerra abierta de Génova, del tridente que conforman Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo y Teodoro García Egea, al PP vasco -que se ha esforzado en alejarse de la radicalización y de Vox y que ha apelado a su acento propio para detener una hemorragia de votos que le conduce a la irrelevancia política- ha acabado por fulminar al penúltimo barón 'sorayista'. Alfonso Alonso Aranegui (Vitoria, 1967) ha sido diputado, portavoz del PP en el Congreso y ministro de Sanidad con Mariano Rajoy a pesar de ser un fumador empedernido. Pero sobre todo fue el primer candidato de la derecha constitucionalista en democracia en ganar unas elecciones en el País Vasco. Fue el 13 de junio de 1999 cuando un jovencísimo (y casi desconocido filólogo) obtuvo un 31,25% en las municipales y se convirtió en alcalde de la capital vasca mientras su padrino político, Ramón Rabanera, accedía a la Diputación de Álava.

Alonso ocupó el cargo durante dos legislaturas en las que aglutinó en torno al PP al foralismo de la extinta Unidad Alavesa. Sus mandatos no estuvieron exentos de polémicas, desde el contrato leonino de un alquiler al conocido restaurador y expresidente del Deportivo Alavés Gonzalo Antón, que llegó al Tribunal de Cuentas, hasta los dimes y diretes de las contratos de basuras. Pero también dio continuidad a las políticas 'verdes' que han hecho a Vitoria años después una 'green capital' europea y mundial y tan pronto como en 2001 se pronunció a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, hasta el punto de considerar “miserable” a quien buscase impedirlo. El PP es la organización con más cuadros homosexuales de las existentes en Vitoria. Una de las imágenes que quedaron para la historia fue cuando, en plenas fiestas de La Blanca, se mantuvo en el balcón a pesar de que desde la plaza le arrojaban corchos y huevos. Más reciente es su 'poteo' con Iñaki Urdangarin poco antes de que ingresara en la cárcel.

Padre de cuatro hijos -y de ninguna hija- y residente en el barrio de El Batán de Vitoria, Alonso es un político leído y que pierde enteros cuando lleva el discurso escrito. En 2007 perdió las elecciones frente al socialista Patxi Lazcoz y la carrera de Alonso se encaminó a Madrid, donde creció como animal político en la villa y corte. Hábil negociador y orador valorado por los propios y por los ajenos, se convirtió en una de las personas más cercanas a quienes luego serían presidente y vicepresidenta, Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría. Primero como portavoz y luego como ministro, Alonso fue engordando su currículum mientras, en Vitoria, su delfín Javier Maroto -muchos se preguntan qué ha hecho desde su posición actual en Génova para amortiguar esta crisis en Euskadi- recuperaba en 2011 la joya de la corona del PP vasco, la Alcaldía de Vitoria.

Pero todo cambió en 2015. El PP -tras un polémico final de mandato de Maroto por la polémica en torno a las ayudas sociales y la inmigración- se vio apartado del poder local por un pacto a varias bandas. Además, la entonces presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, dejó abruptamente la política tras haber amagado con un acercamiento a la izquierda abertzale en busca de consensos en torno al final de ETA en el Parlamento Vasco. El enviado de Génova para reconducir un partido que ya entonces iba a la baja fue Alonso, que siempre negó que fuera un freno en su carrera política.

En esas circunstancias afrontó como candidato a lehendakari la campaña de 2016. En el debate en ETB, sufrió al ser interpelado por la candidata de Elkarrekin Podemos, Pili Zabala, hermana de una víctima de los GAL. Obtuvo nueve escaños. El PP se quedó como quinta y última fuerza en el Parlamento autonómico, si bien es una comunidad en la que no han germinado ni Ciudadanos -a pesar del protagonismo que adquiere ahora en la nueva coalición diseñada por Génova- ni el proyecto de Vox, liderado por un Santiago Abascal salido también de la prolífica cantera del PP alavés. La sangría de votos está engordando la saca de otra derecha, la nacionalista y foralista vasca que representa el PNV.

Obsesionado por dar “utilidad” a la representación del PP, Alonso ha liderado en esta legislatura un proyecto que ha querido presentar como vasquista, en el sentido de foralista. Con Amaya Fernández como 'número dos', se ha abierto a sindicatos y colectivos sociales e incluso ha explorado acuerdos con Elkarrekin Podemos y EH Bildu en asuntos no ideológicos pero de calado sectorial, como la situación de decenas de profesores prejubilados que no han cobrado las prestaciones acordadas.

En los dos primeros años del cuatrienio que ahora acaba con las elecciones del 5 de abril el PP vasco fue el socio presupuestario del Gobierno de PNV y PSE-EE mientras en Madrid Mariano Rajoy hacía buenas migas con los de Aitor Esteban. Pero todo cambió con la moción de censura. En España y en el PP. Alonso apoyó en aquel congreso a Sáenz de Santamaría y el PP vasco pronto se convirtió en un pequeño contrapoder interno a Casado y su equipo, sobre todo por boca de Borja Sémper pero también por la del propio Alonso.

En 2019 Génova impuso a los candidatos para las dos convocatorias de las generales contra el criterio del PP vasco, que no contaba ni con Beatriz Fanjul ni con Íñigo Arcauz. En 2020, ya con las espadas en alto, el equipo de Casado quiso tutelar la sucesión de Sémper, que ha dejado la política pero que sigue observando con preocupación la deriva del proyecto por el que él y otros han tenido que vivir escoltados desde adolescentes. “Mientras algunas caminaban cómodamente sobre mullidas moquetas otros nos jugábamos la vida”, le llegó a espetar a Álvarez de Toledo cuando ésta criticó la supuesta tibieza del PP vasco con el nacionalismo vasco.

En los últimos días, en el PP vasco se llevaban las manos a la cabeza con la gestión que Génova ha hecho de la candidatura. Nadie creía la sobrerrepresentación que se le regalaba a Ciudadanos -un partido casi inexistente- y que iba a dejar fuera casi seguro a históricos 'populares'. Nadie creía tampoco que el partido no ratificara a Alonso o que anunciara la coalición con los naranjas sin mencionar al candidato. Nadie cree que García Egea mueva los hilos en Euskadi sin haber pisado las sedes vascas desde que ejerce de Richelieu de Génova.

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