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El sueño (roto) europeo: cruzar en patera el Estrecho para acabar durmiendo en la calle junto a la frontera de Francia

Campamento improvisado de migrantes en el aparcamiento de motocicletas de la estación de ferrocarril de Irún

Iker Rioja Andueza / Miguel M. Ariztegi

En un recorrido nocturno por la zona fronteriza de Irún-Hendaya es sencillo encontrarse con hasta seis cuerpos policiales en la calle. Al sur del río Bidasoa operan la Policía Local de Irún, la Ertzaintza, la Guardia Civil y la Policía Nacional española. En el lado francés, la Gendarmería y la Policía Nacional francesa han redoblado desde 2015 los controles de entrada a la República. Con el incremento de llegadas de migrantes y refugiados al Sur de Europa han aumentado igualmente los rechazos en frontera y devoluciones en caliente a pesar de que, en pura teoría, es un punto de libre circulación de personas dentro del espacio Schengen. “Esto es Ceuta pero a pequeña escala”, razona un policía de servicio en el turno de noche. Y todo a pesar de que la estadística oficial muestra exactamente lo contrario.

Las consecuencias de este cerrojazo se hacen sentir en las calles de Irún. Son las tres de la madrugada en la noche que marca el cambio de julio a agosto, la temperatura es agradable (22 grados) pero la zona registra un trasiego inusual para un día de entre semana. A partir de medianoche se puede identificar fácilmente a jóvenes expulsados caminando por las calles sin rumbo fijo hasta el siguiente intento de saltar el muro invisible que separa España y Francia. Otra pareja de palestinos que entraron por Melilla tiene instalado un improvisado campamento en un aparcabicis de Ficoba, el recinto ferial. Otros buscan calmar la sed en un 'vending' mientras el repartidor de prensa entrega las primeras ediciones de los periódicos del día siguiente.

El grupo más numeroso de migrantes en la calle, sin embargo, intenta pasar la noche en un cobertizo para motocicletas del aparcamiento de la estación de ferrocarril, que sólo dista una parada -cinco minutos de trayecto- de Francia. Alguna prenda les hace de almohada y se cubren con las mismas mantas que distribuye a quienes llegan por mar la Cruz Roja en la frontera Sur. Llama la atención cómo alguno duerme con una mano sobre su maleta, como queriendo aferrarse a ella. Toda su vida y sus sueños están almacenados en el 'trolley'.

Casi a las cuatro de la madrugada, el hombre tumbado al lado de la Vespa repintada con matrícula de San Sebastián sigue en vela. Entre la veintena de compañeros que descansan en el aparcamiento cubierto -otro muchacho se ha quedado fuera, en unas escaleras y otros hacen tiempo en una barandilla junto a la entrada de la terminal- Mamadou Nakaté, maliense de 35 años, es el que probablemente mejor domine el castellano.

Cuenta que ha llegado desde Bilbao y que su objetivo es pasar la frontera para quedarse en Francia, donde tiene un hermano. Antes de la capital vizcaína su singladura ha acumulado centenares de kilómetros y numerosas paradas. Se ha cruzado España en autobús: Málaga y Puente Genil son los dos lugares que recuerda de su huida hacia adelante. Antes había cruzado a Europa en patera desde Marruecos. Todo fue bien, sonríe, y asegura que las 64 personas que le acompañaron en la aventura -8 mujeres y 12 niños incluidos- llegaron a salvo a las costas españolas, donde fueron atendidos por la Cruz Roja.

Después de la bienvenida y la recogida de la manta roja, eso sí, ha tenido que buscarse la vida y lleva semanas tratando de llegar a Senpere, localidad del País Vasco francés a poco más de 30 kilómetros por carretera de Irún, donde espera reunirse con su hermano. La Policía francesa le impide cruzar al mismo pueblo al que miles y miles de aficionados al ciclismo cruzaron tan sólo unas horas antes para ver la última y decisiva contrarreloj del Tour de Francia.

Además de los lazos familiares, sabe francés, lo que debería facilitar su vida en el país vecino. Si consigue despistar a la Policía francesa y cruzar la frontera sin ser atrapado y devuelto 'en caliente', tiene claro que su primera ocupación será buscar un trabajo y ahorrar dinero para que su mujer, Koria, y sus hijos Kat, Taeku, Musa, Bachin y Maka puedan dejar atrás Malí y reunirse con él en su proyecto de vida en Europa.

En Bamako, la capital de Malí donde vive tanta gente como en todo Euskadi, era barrendero. Reconoce que no deja “nada” allí. “Yo de Malí solamente quiero a mi familia, que venga mi familia”, comenta en una mezcla de francés e inglés mientras pide una botella de agua para aplacar la sed. “En Malí no hay dinero, no hay comida, no hay nada”, se queja. Se muestra seguro de que algo podrá hacer en Francia para salir adelante. “Yo no tengo nada ahora”, se encoge de hombros mientras mira elocuente a su alrededor.

En la misma estación de tren está Fofdia Abebeban, de 29 años. Tampoco duerme, está de pie aprovechando el Wifi de la estación para mantener la comunicación con su mundo. También es de Malí este músico de profesión. Le identifica un gran colgante con la forma del continente que quiere abandonar. Se encuentra, igual que su compatriota, en la última parada de su viaje en España. No quieren quedarse aquí. Esto no forma parte de su sueño europeo.

Dice estar rodeado de “compañeros de viaje, que no amigos” y en un inicio se muestra algo reticente a hablar de los detalles de su travesía. La sombra de las mafias sobre los flujos migratorios es alargada. Este mismo sábado la Policía Nacional ha informado de la desarticulación de una “organización delictiva dedicada al tráfico de migrantes”. De los siete detenidos, seis lo han sido en Gipuzkoa. Básicamente, se lucraban ayudando a los migrantes a entrar en Francia. Antes los tenían hacinados en pisos. Según la Policía, habría alrededor de 300 afectados, todos ellos procedentes de África por mar. 

Fofdia, según avanza la conversación, reconoce al final que cruzar el Estrecho en patera le ha costado algo más de 3.000 dirhams marroquíes, un poco menos de 300 euros al cambio. La renta 'per cápita' en Mali en 2016 era de unos 669 euros al año. Él y sus “compañeros de viaje” negociaron conjuntamente con el traficante y han viajado juntos desde que alquilaron la zodiac en Marruecos hasta este confín de España. La idea de Fofdia es “visitar a un amigo” en Toulousse, en Francia, y después continuar su viaje hacia Bélgica. Se expresa con fluidez en francés y en inglés, está bien alimentado y tiene dinero, por lo que su único problema es la Policía francesa: “Hay muchos controles”. 

Pone cara de circunstancias cuando se le pregunta por sus posibilidades de éxito al cruzar la línea imaginaria que separa Francia de España. “Many many Police”, responde con una mueca. Lo conoce bien. Intentó cruzar andando. Le cazaron. Tuvo que firmar el formulario de rechazo en frontera que reparten las autoridades francesas a los que expulsan. Marine Dehaas, de la ONG francesa La Cimade, ha detectado que en esos documentos han ‘desaparecido’ “varias menciones” a un derecho llamado ‘le jour franc’ que sí consta en documentos similares que se han utilizado en otros puntos de entrada al Hexágono. Ese derecho concede 24 horas antes de la devolución en aras para tener plena información del procedimiento, poder llamar a la familia, a un letrado o al consulado y para disponer de tiempo para realizar, en su caso, una solicitud de asilo. Fofdia no ha conocido nada de eso.

El trasiego de migrantes en Irún es bastante evidente. Algunos trabajadores y vecinos conocen perfectamente las rutinas de la Policía francesa. “Os habéis perdido hace poco un grupito con sus maletas y todo”, explica el operario de seguridad de la gasolinera más cercana a la muga del puente de Santiago. Cuenta sus turnos de noche por anécdotas. Es tal el hambre de estos jóvenes a veces -asegura- que poco importan las restricciones alimenticias de su religión. Su compañero apostilla que a veces les saca un café o agua.

Otros vecinos de la localidad, sin embargo, parecen no ver lo que ocurre, aunque sea delante de su escaparate. Vinculan el mayor movimiento a que es “temporada alta” de turismo y desplazamientos de España a Francia y viceversa. Algunas voces institucionales en Euskadi tampoco consideran alarmante lo que está sucediendo. Este jueves, el Gobierno autonómico cuantificó en un millar los migrantes “en tránsito” detectados. Ha sido mucho mayor el debate político en torno a los albaneses que desde el pasado año están intentando acceder al Reino Unido como polizones de los ferris que salen desde el puerto de Bilbao. Allí el muro no es invisible y se ha construido de verdad.

Uba es el centro de acogida de menores más cercano a la muga. Una trabajadora habla de que el cerrojo de Francia es el “día a día” en su trabajo. Cuenta también que las reivindicaciones de más medios humanos y económicos para atender esta realidad están cayendo en saco roto. “¡Llevamos tanto tiempo reclamando sin que se haga nada!”, se queja. Cuenta que el centro tiene 24 plazas para 'menas' (menores no acompañados) y son más de 50 los que duermen allí estos días. Y añade que “muchos dicen tener 17 pero tienen 20 o hasta 23”. Lo hacen para no quedarse tirados en la calle y ella lo comprende. Por Uba pasan chicos de Somalia, Argelia o Marruecos. Chicos, casi nunca chicas. Ahora son únicamente tres en ese medio centenar. Los más jóvenes no pasan de los 13.

Esta semana, en cambio, sí se ha anunciado que el Gobierno vasco, la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Irún han habilitado “un alojamiento de emergencia para atender a los migrantes en tránsito”. En la capital, en Donostia, hay otro espacio nuevo de 25 plazas. Este albergue en la zona fronteriza es el que se emplea en invierno para quienes duermen en la calle. Ahora será gestionado por Cruz Roja.

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