Contrate a un científico
Algunos medios de comunicación se han hecho eco de una práctica irregular en el mundo de la investigación, que, si bien es algo excepcional, no solo desprestigia a quienes la practican, sino que cuestiona de algún modo al conjunto de la ciencia.
Se trata de la nada edificante práctica seguida por algunas universidades –en el caso aludido se trata de universidades de Arabia Saudí-, que buscan mejorar sus posiciones en los ránquines internacionales a base de conseguir los favores de científicos altamente citados. En concreto, se hacía referencia al hecho de que docenas de investigadores de entre los más citados del mundo cambiaban su afiliación principal, poniendo como tal a alguna de estas universidades tramposas en lugar de la suya. No se trata de un cambio formal, sino sobre el papel, y pocas veces mejor dicho. Los investigadores asignan su producción científica a una universidad que no es la suya, de modo que es aquella la que se beneficia de su prestigio y sus publicaciones. Es como si quienes ganan las medallas olímpicas decidiesen por su cuenta sumarlas al casillero de otro país que les pagase por ello.
Estas prácticas llevan años existiendo, pero da la sensación de que cada vez son más frecuentes y se hacen incluso con mayor descaro por parte de las instituciones de investigación que las practican y de los investigadores que se prestan a estas prácticas que van rotundamente en contra de la ética y el rigor que debe acompañar en particular a la ciencia.
Casi siempre hay dinero de por medio. Dinero para los científicos que entregan sus publicaciones a beneficio de estas universidades, sin que exista formalmente un vínculo con ellas y, a menudo, ni siquiera colaboración alguna. Pero también para los intermediarios que operan como “cazadores de talento” al servicio de estas universidades depredadoras.
No, no son científicos mercenarios, como en algún caso se les ha llamado. El mercenario se vende al mejor postor, pero realmente le presta sus “servicios” de seguridad o militares. No es este el caso. Aquí normalmente solo se pone el nombre al servicio del que paga y, evidentemente, el prestigio y las publicaciones que este conlleva (que conllevaba, deberíamos decir, porque su prestigio, al menos para la ciencia, está en cuestión). Más allá de esto, no suele haber más relación con la institución pagadora, aunque a veces puede haber alguna colaboración puntual, como la dirección de tesis doctorales a doctorandos de dicha institución. Por tanto, hablamos de algo muy parecido a la práctica que se conoce como “celebrity booking”, o contratación de celebridades. Seguro que saben que existen agencias que por dinero pueden hacer que algunas celebridades aparezcan en la presentación de un libro, en la inauguración de un nuevo negocio, o hasta en su fiesta de cumpleaños, si tiene el capricho y el dinero para ello. Si pagas a una celebridad puedes hacer que un evento suba muchos puntos en glamur, presencia en medios y clientes. Si pagas a un científico altamente citado puedes hacer que una universidad escale en los ránquines que califican la supuesta calidad de estas instituciones.
Los que tenemos ya cierta edad recordaremos la canción de Víctor Manuel que nos dice que: “Todos tenemos un precio / Todo se compra, se vende / El señor y la doncella / El poeta y su miseria / Piratas y mercenarios / Falsos revolucionarios…”. Hay más ejemplos en la letra de quienes se compran y venden, pero no están entre ellos los científicos. Espero que no haya que cambiar la letra por cuestiones de rabiosa actualidad y por la falta de ética de unos pocos, poquísimos, pero que hacen mucho daño a la ciencia.
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