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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Ser presidente o actuar como un presidente

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

Guido Stein

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A muchos políticos les gustaría ser presidente, pero la historia enseña que pocos, muy pocos, son capaces de actuar como tal. Al presidente se le elige para que tome cuatro, cinco, o una o dos grandes decisiones.

No hay que equivocarse: los gestores hacen las cosas correctamente, mientras que los líderes aciertan con lo que hacen. La necesidad del ahora demanda un presidente que lidere a gestores competentes: el primero, sin los segundos, está vacío; los segundos, sin el primero, ciegos. Nos lo dicta la experiencia.

El poder que le otorga su elección entraña la oportunidad de construir, crear o empujar la historia en distinta dirección. Cuando se le valora, la cuestión principal sobre sus rasgos de conducta no estriba en que sean o no atractivos, lo que realmente priva en este caso es que sean útiles. Con los políticos nos pasa como con el embutido, nos gustan por lo que hacen, si bien muchas veces preferimos cerrar los ojos para no ver cómo lo hacen.

“En la vida real –confesaba uno de los presidentes occidentales que más huella ha dejado por su cinismo tan práctico-, la política es una componenda y la democracia, una política. Todo el que llegue a estadista tiene que ser primero un político de éxito. Por otro lado, el líder tiene que entendérselas con los pueblos y con las naciones tal como son, no como debieran ser. Por ello, las cualidades que se requieren para ese liderazgo no son precisamente aquellas que nos gustaría ver en nuestros hijos, a menos que quisiéramos que fuesen líderes.”

La primera lectura causa asco, la segunda menos, y el confinamiento acaba haciéndote dudar de si será así como giran las cosas en realidad. La experiencia enseña a los directivos que, en el ejercicio del poder y la influencia, en su acumulación, despliegue y pérdida se la juegan como tales, y también como personas. Para ejercer el poder hay que disponer de la voluntad de hacerlo, voluntad que canaliza el instinto de competitividad menos confesable. En efecto, la actividad política exige abandonar el estado de inocencia.

“Pobre Ike, cuando llegue al despacho oval de la Casa Blanca, ordenará: ¡hágase esto, hágase aquello! Y no pasará nada”. Este era el comentario que hacía el presidente Truman poco antes de ser sustituido por el general Ike Eisenhower, artífice del Desembarco de Normandía. “Yo me paso todo el día - continua Truman - sentado aquí intentando persuadir a la gente de que hagan las cosas que si tuviesen talento deberían hacer sin necesidad de persuadirlas... ese y no otro es el poder del presidente”.

Creo que lo nuestro no va de pactos ni de órdenes, sino de conseguir que se hagan las cosas que se tienen que hacer; va de carácter, que es lo que concita las voluntades libres.

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