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Cuando acabe la guerra

APTOPIX Ukraine Invasion

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Las caras de espanto se multiplican en Ucrania y los fotógrafos con alma saben captarlas para mostrarlas al mundo. La guerra de Putin acabará, no sabemos cómo porque el mandatario ruso se muestra despiadado y totalmente fuera de control, pero acabará, desde luego. Y, si sirviera para corregir errores fundamentales de base en esta sociedad, habríamos entrado al menos en un camino constructivo. De recuperación, como principio, que será imprescindible cuando tantos pilares caen devastados.

Las fake news que ya se enseñoreaban de la información, se han apoderado con mayor motivo de la que atañe a la ofensiva rusa en Ucrania y cuesta encontrar certezas. Mucho más, sobre los planes que bullen en la cabeza de Vladímir Putin. Análisis y previsiones sobre el mandatario ruso se quedan desfasados al momento. Se impone desbrozar lo que contiene datos magros, reflexiones fundamentadas, de la inmensa paja de opiniones emocionales o interesadas en una labor que convendría hacer a cada ciudadano.

Realidades plenas son las que brotan en las expresiones de estupor de quienes hace menos de una semana estaban tranquilamente en sus casas de Ucrania y hoy se ven en sótanos, carreteras, fronteras, con sus equipajes, sus hijos que no entienden nada, que aún entienden menos qué pasa. Por primera vez, muchos europeos, muchos españoles, ven que las guerras pueden afectarles, que allí es aquí, como ya comentamos. Máxime si un Putin acorralado se lanzara a gran tumba abierta con un ataque nuclear. No es previsible hoy, pero todo ya hay que decirlo con cautelas.

Hace menos de una semana en su casa y hoy, a la más incierta intemperie. Esa idea ha de calar en los estúpidos de la sociedad que enfocan todos los asuntos como partidos de fútbol y su resolución en modo “tertulitis” para poder odiar y aplaudir y disfrutar un rato.

No existen los buenos y los malos rotundos; los asuntos complejos no son en absoluto maniqueos, todo lo contrario. Hasta los sujetos más dañinos encuentran explicaciones a su actitud pero a la vez una sociedad adulta debe saber dónde se inscriben las líneas maestras de todos ellos.

El “No a la guerra”, tan deseable, es una utopía, mientras tantos intereses la busquen y se beneficien de ella. En el terreno material estricto supimos que “los gigantes de la defensa ganaron 24.000 millones de euros en bolsa desde el estallido de la guerra de Ucrania”. En apenas cuatro días. El Español subtitulaba: “La entrada de tropas rusas en Ucrania ha puesto fin a un periodo de dos décadas sin enfrentamientos cuerpo a cuerpo en la pacífica Europa”. Pero la lucha fundamental es por el poder que tantos beneficios otorga, incluido también el dinero. Cuestiones obvias que a menudo se olvidan.

Mientras unos ganan, la mayoría pierde. Tanto la guerra como las sanciones las paga la sociedad en general. No los ricos que ven exentos incluso sus lujos de los supuestos castigos al señor de la guerra, a todos los señores de la guerra. Los ucranianos por supuesto, en vidas también. Y todos los europeos que van a sufrir el torbellino de precios y carencias. Y los rusos: 144 millones de personas abocadas a un notable empobrecimiento siquiera de sus condiciones de vida. Por la decisión de Putin. Un dirigente que ya no escucha a nadie, que no tiene oposición porque la suele anular por una vía u otra. Que se permite humillar ante las cámaras al jefe de los espías rusos en el extranjero. Que envía a un ejército que no es lo que fue, engañado con mentiras. Como buena parte de la población. Si alguna vez tuvo razón Putin en sus reivindicaciones ante incumplimientos internacionales, la ha perdido por completo con el ataque a Ucrania. Los conflictos no se arreglan a bombazos. Idílicamente, claro, en la práctica es otra cosa.

Entre el público aún espectador, hace furor estos días el coraje que se atribuye a los genitales masculinos y que es bueno o malo según de dónde venga. Los del presidente ucraniano, Zelenski, son obviamente positivos olvidando que Putin es con los suyos, tan negativos, con los que actúa.

En efecto, es notable el coraje de Zelenski. Y la resistencia de los ucranianos que no quieren verse anexionados a la nacionalidad rusa. Nos refieren la actividad de personas en el país agredido, tomando las armas o preparando cócteles molotov para defenderse. Loable. Pero muchos no quieren participar. Hace una semana tenían una vida, hoy una guerra o abandonar su casa y su tierra. En las fronteras, relatan periodistas en diferentes versiones que a los jóvenes les echan atrás en la salida para enviarlos a luchar. Cualquiera puede –y debe- imaginar a sus hijos en esa situación. De las historias de racistas de niños con ojos azules impelidos a verse en esta tesitura, ya ni hablamos.

Porque tampoco es todo blanco o negro en eso. Y el racismo y el rechazo a las diferencia de color de piel, origen, o identidad sexual se dan tanto en la Rusia de Putin como en parte de la Ucrania de Zelenski. Por ahí no está el análisis. Aunque quizás de una forma más genérica, sí.

Es atronador, insultante, las afinidades erróneas que atribuyen los fascistas españoles a la ideología de Putin, precisamente ellos. No es comunista, como señalamos reiteradamente. La URSS no existe aunque hasta el paradójico jefe de la Diplomacia Europea, el españolísimo Josep Borrell, lo mienta como una gracia. Son los ultras españoles los amigos de Putin. Muchos ricos y aprovechados, también, hasta Juan Carlos de Borbón precisa Ana Pardo de Vera.

Ver al Director de la Oficina del Español -cargo público instituido para él por Ayuso- en Madrid, Toni Cantó, escribir que va a una manifestación “contra el comunismo” es lo último en ignorancia y manipulación, y sin duda en quitarse el muerto de encima. Abascal lo hace deliberadamente, sabe para qué público habla y distribuye bulos. Porque son amigos de Putin los ultras de Hungría, Polonia o España. Hay fotos, vinieron al festejo de Vox en Madrid hace bien poco. Y los castellano-leoneses han votado masivamente al candidato que ve a Hungría y Polonia como modelo. A menudo se puede evitar escarmentar en cabeza propia, prestando atención a las ajenas.

Lo que hay que aprender es a agudizar la lógica en momentos tan graves. O a utilizarla quienes la tienen en desuso. Abrir los ojos cuando muchos culpables escurren el bulto: los bultos son visibles. Discernir que las críticas a un bando no implican el apoyo al otro. Saber quiénes forman los bandos reales. No es Rusia, sino el Putin colérico. No es Ucrania, sino todo el conglomerado occidental. Con cuanto implica. Bajo suelo ucraniano, poblado de personas como primeras víctimas.

Alemania cambia su política militar en un giro drástico de su trayectoria. Aumenta presupuesto. Con apoyo de los Verdes en el gobierno. Borrell anuncia –textualmente- que van a utilizar “el Fondo para la paz de la Unión Europea para financiar el envío de armas a Ucrania”. Varios países envían armas a Ucrania. Hacen más grande el polvorín, el que puede estallar irreparablemente. España no, dice Pedro Sánchez, salvo como parte de la UE. Voces militaristas se vuelcan en acusarle de no estar a la altura incluso con expresiones gruesas. Martínez Almeida, o Antonio Caño, el que fuera director de El País en una de sus épocas más controvertidas, se apuntan. La ministra portavoz Isabel Rodríguez confirmará ya avanzado el martes que será una aportación significativa. Borrell vuelve a comparecer inclinado a dar una respuesta beligerante a Rusia.

Numeroso público enardecido se apunta a la guerra. Con esa peculiar bravuconería a la que visten de épica excelencia, aunque preferentemente si son otros quienes van al frente. Demasiada ha habido en la historia de la barbarie. ¿A dónde nos conducirá esta vez? ¿Adonde quieren quienes se benefician de las guerras?

El coraje humano empleado con racionalidad es infinitamente más útil. Seguro que anida entre los propios rusos –algunos se arriesgan a salir a la calle a manifestarlo- y son 144 millones de personas. Puede brotar entre los colaboradores de un enfebrecido Vladímir Putin. Entre el clan de millonarios que le apoyan. En la Diplomacia o la Inteligencia internacional, si de verdad no quiere la guerra. En la China que debería tomar partido más allá de su expresiva tibieza (habría que ver a qué precio). Mejor mil veces que seguir matando y muriendo como daños colaterales de la guerra de otros.

Pero como no es nada seguro que el ciclón vaya a detenerse de forma inminente –Putin ha dicho que no cesará hasta lograr su objetivo- los ciudadanos sensatos de cualquier lugar deberán aprender de las lecciones que se están impartiendo. Usar la lógica para huir de la información manipulada es vital. Y la razón para discernir los verdaderos peligros y los auténticos enemigos. Desplegar también el corazón hacia ese sufrimiento de  las víctimas de hoy. Siquiera para aprender que por este camino no estamos libres de vernos igual mañana la mayoría de nosotros. Para reconstruir con cordura lo demolido cuando acabe la guerra.

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