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Se acabó la política, solo quedan las elecciones

Carlos Elordi

La sucesión de las clamorosas noticias de las últimas semanas podría dar la sensación de que muchas cosas se están moviendo en España. No es así. Lo importante, es decir, el conjunto de terribles problemas que aquejan a nuestra sociedad sigue, igual que siempre. O tal vez peor. Y olvidados, más lejos que nunca del debate público. Porque a lo único que estamos asistiendo, con legítima pasión por parte de muchos, es a una formidable campaña electoral que no terminará hasta que se celebren las generales. Todos los esfuerzos políticos están centrados en esa batalla por el poder. Que sólo una parte del espectro, particularmente Podemos, ve como la ocasión de propiciar un gran cambio. Y el resto como el momento de confirmar que nada sustancial ha cambiado.

Hasta el capítulo más relevante de la crónica de los últimos tiempos, la crisis interna del PP o, mejor, la agonía de Mariano Rajoy, se inscribe en ese cuadro. De un lado, porque lo que está dilucidando la derecha, todavía de manera incipiente, lo mejor está por llegar, es cómo puede concurrir a las generales teniendo a la cabeza de su cartel a alguien distinto de su actual líder. Porque ha llegado a la conclusión de que con él como candidato el batacazo es seguro y posiblemente de campeonato. Y también a la de que con Rajoy ya no se puede hacer nada, que ninguna operación cosmética va a mejorar lo más mínimo la imagen de inepcia, de desidia y de incapacidad política que proyecta para más del 80 % de los españoles, estando además metido hasta el cuello en el cenagal de la corrupción del PP, del que cualquier candidato con alguna posibilidad de modificar el signo de los sondeos tendría que estar algo más alejado.

De otro, para la oposición o, mejor, para las oposiciones, las debilidades de la derecha, y en particular, la corrupción, constituyen la herida que debe ahondarse con el fin de mejorar sus posibilidades electorales. Es evidente que el PSOE lo tiene mucho más difícil que Podemos para sacar rentas de este capítulo. Porque la corrupción es también su calvario y porque la mayoría de la gente cree que está igual de enfangado que el PP. No por eso va a dejar de tratar de hacer sangre a su rival con este asunto. Pero lo seguirá haciendo de forma balbuciente y engañosa mientras no depure sus propias responsabilidades al respecto.

Por el contrario, y mucho más que cualquiera de sus otros planteamientos, ese es el gran banderín de enganche de Podemos. Simplemente porque no habiendo ni rozado nunca el poder, sus cuadros y sus líderes están limpios y pueden ser creídos cuando prometen limpieza. Y ese es un capital político extraordinario. Porque la corrupción es el asunto que hoy concentra la indignación popular. Porque lo que se viene desvelando al respecto es indignante, pero también porque, sin meterse en reflexiones más profundas, sirve para explicar el origen de buena parte de nuestros males. Dicho como se dice en la calle, si estamos así, con el paro, los recortes y sin inversiones, es porque unos pocos privilegiados se lo han llevado crudo y los banqueros los que más.

Los que quieren descalificar a Podemos, aparte de llamarlo bolivarianos, lo acusan de populista. Porque sólo dice lo que la gente quiere escuchar y carece de cualquier otro proyecto serio. Es posible que en parte sea así. Pero, ¿qué otra se le puede pedir a Pablo Iglesias y a los suyos, que acaban de empezar a darse cuenta de que su iniciativa ha tenido un éxito con el que ni ellos mismos soñaban tan sólo hace un año? Hoy por hoy Podemos es sólo una plataforma electoral que puede producir un cataclismo en el mapa político español. Pero justamente porque está conectando con mucha gente que prácticamente lo único que le pide es que sean distintos.

Las potencialidades políticas de Podemos sólo podrán concretarse tras las elecciones y a la vista del resultado que obtengan en ellas. Hasta entonces de ellos sólo cabrá esperar política electoral. Como de todos los demás. La diferencia es que Podemos no puede hacer otra cosa y, en cambio, los grandes partidos podrían decidir políticas concretas para los dramas concretos. Que un año es mucho tiempo. Pero el PP estará a su guerra interna. Y el PSOE a tratar de tapar sus enormes agujeros.

Por otra parte, ¿es que el PP y el PSOE hacen algo más que eso que ellos mismos llaman populismo y además desde hace mucho tiempo? No, contestan sus líderes. Porque, atendiendo al interés supremo de la nación, hemos aplicado políticas que no gustan a la gente. Pero, ¿es que no lo hicieron sólo porque así se lo impusieron desde Berlín y Bruselas? Si no, ¿de qué? Eso por no hablar de que si en su día Zapatero y luego Rajoy hubieran tenido el coraje que cabía esperar de los máximos dirigentes político de un país, habrían hecho algo, o bastante, para aligerar las condiciones que sus colegas europeos les marcaron para evitarles, y evitarse, la quiebra de España.

Y por si hacía falta algo más para confirmar la esterilidad de un debate político montado sobre todo lo anterior, está la crisis política que enfrenta a España con Cataluña. Se mire por donde se mire, este el asunto en el que más claramente se manifiesta la inanidad, la falta de perspectiva y la ignorancia de nuestros grandes partidos. Y de nada vale decir que sus colegas catalanes tampoco han estado a la altura. Porque sería sólo un triste consuelo. Pero sobre todo porque los dirigentes españoles, particularmente los del PP pero los del PSOE no se quedan mancos, son los principales responsables de las decisiones que han llevado a la situación actual.

Ahora, y a la espera de que algo nuevo agudice aún más la tensión, todo indica que el asunto catalán ha entrado en una nueva fase. La fase electoral. En Cataluña pero sobre todo en España. Porque el PP no va a dejar escapar la oportunidad de que su campaña electoral o, cuando menos, una buena parte de ella, se dedique a denunciar el riesgo de la secesión catalana. Porque eso le evitará hablar de otras cosas y también porque hasta puede darle votos, además de dejar al PSOE colgado de su propuesta de una reforma constitucional imposible por el momento y de un proyecto federalista que nadie sabe muy bien para qué puede valer. En definitiva, que Cataluña también ha entrado en campaña. Y que todo queda pendiente hasta que se celebren las generales. Tras de las cuales, y a menos que el hartazgo de la gente tenga una expresión política contundente todo volverá a ser lo mismo.

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