Por un año sin catastrofismo informativo
Los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman llamaron heurística de disponibilidad a las probabilidades estimadas por los individuos sobre un tema o decisión basándose en ejemplos cercanos. En muchos ámbitos de la vida esta es una regla útil. Pero otras veces no. Por ejemplo, podemos estimar que la probabilidad de que nos roben en un barrio de la ciudad es muy alta basándonos en el conocimiento de que un amigo de un amigo fue asaltado en ese barrio en cuestión. Este sesgo se ve profundizado por lo que escuchamos o leemos a diario. Y lo que escuchamos y leemos es, generalmente, catastrofista. Por tanto, nuestra percepción sobre la frecuencia de determinados sucesos está deformada por la intensidad emocional de esos mensajes que recibimos.
Basta con encender la televisión una mañana cualquiera y encontrarnos con el problema de los okupas, por ejemplo. ¿Son habituales esos casos de un vecino que vuelve a su casa y se encuentra la puerta sellada y varias personas dentro que la han okupado? No, no lo son, lo más habitual es que las okupaciones se produzcan en pisos vacíos. Pero el sesgo ya está predeterminado. Y mi abuela, por ejemplo, vive con ese temor desde hace meses.
-Hay que poner una alarma en la casa, nena.
-La alarma, abuela, ya la ponen en ese programa que ves.
Cada día encendemos la televisión, abrimos un periódico, entramos en una web y ahí están: todas las crisis –no solo económicas, también institucionales, sociales, climáticas, terroristas–, las amenazas –especialmente la amenaza de recesión que siempre se avecina–, o el colapso –especialmente el financiero–. Si hay algún cambio en el Ibex35, se dice que hay agitación en los mercados. Si hay alguna discordancia entre dirigentes de la Unión, la estabilidad europea está amenazada. Cualquier crítica es demoledora o condenatoria. Cualquier fallo es épico. Cualquier negociación es frenética. Y cualquier noticia es histórica. Obviamente, estamos viviendo una sucesión de eventos históricos los últimos años, pero no todo lo que nos pasa en el día a día es histórico y no todo pasará a la historia, por fortuna.
A juzgar por el lenguaje de algunos periodistas o tertulianos, el Armagedón está a la vuelta de la esquina y nos pillará a oscuras, porque de un momento a otro nos quedaremos sin energía. Atentos ahora, además, a los casos crecientes de COVID en China.
¡Temor global! ¡Enorme expectación!
¡Alarma! ¡Alarma! ¡Alarma!
Los adjetivos para ocasiones notables suelen coincidir en las crónicas con los adjetivos para ocasiones normales. Lo catastrófico y extraordinario ya no es tan catastrófico ni extraordinario. ¿Por qué se busca ese énfasis, el acento verbal, aplicar un término más contundente de lo estrictamente necesario para un asunto en cuestión? Porque funciona, es rentable. Lo saben los políticos y lo saben los medios. A más competencia, más presión para impresionar y captar la atención de una audiencia cada vez más difusa.
Lo preocupante es que todo esto moldea nuestro comportamiento; también nuestro comportamiento electoral. El ciudadano contagiado de fatalismo prefiere votar por partidos que ofrecen soluciones inmediatas, mediáticas, extremas, tal y como ha constatado en sus estudios el psicólogo Steven Pinker. Ya no son suficientes las medidas cuyos efectos se pueden notar a medio o largo plazo. Si la luz no baja un día después de anunciarse la medida en cuestión, estamos siendo timados. El alarmismo y el cortoplacismo terminal también pueden generar un efecto de desencanto radical. ¿De qué va a servir mi voto o movilización ciudadana si el mundo se va inexorablemente a la mierda?
Nos gusta tantísimo exagerar en los medios de comunicación que muchas veces no damos un giro de 180 grados, sino un giro de 360 grados que es, básicamente, volver al sitio exagerado del que partíamos. Así que yo en este 2023 pediría dar un giro de 180 grados y dejar de mentar al apocalipsis que, de tanto llamarlo, igual hasta termina llegando.
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