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Casado no ha dado ni una. Aznar, tampoco

Pablo Casado en un acto de campaña en Errentería (Euskadi).

Carlos Elordi

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Para Pablo Casado debe ser un alivio que no vaya a haber elecciones. Ni ahora ni en mucho tiempo. Porque tal y como corre el viento, las últimas predicciones del CIS se podrían quedar cortas y el PP caer aún más. No tanto porque la izquierda está quedando sustancialmente bien, sino porque el PP lo está haciendo rematadamente mal. La línea tremendista que ha seguido durante el estado de alarma ha sido un sinsentido que ni el giro que dado en esta semana podrá borrar de la memoria de muchos votantes de ese partido y de no pocos cuadros del mismo. Casado ha hecho el ridículo y su mirada perdida de estas últimas horas puede indicar que hasta él mismo se ha dado cuenta.

Se equivocó tratando de presentar al Gobierno, al PSOE y a Unidas Podemos, como unos entes malvados que poco menos que habían provocado la pandemia o que prácticamente eran los responsables de su abultada mortandad. Porque por mucho que sus medios adictos se empeñaran en ocultar lo que estaba ocurriendo fuera de nuestras fronteras, la situación era igual de dramática, o peor, en casi todo el resto de Europa. Y no digamos en los Estados Unidos de Donald Trump o en el Brasil de Jair Bolsonaro, referentes de esa derecha “sin complejos” en la que se inscribe José María Aznar, que, según parece, ahora es más mentor de Pablo Casado que nunca.

El despropósito de venir a decir que lo de aquí era escandalosamente peor, porque sí, sin datos, o contradiciendo los existentes podía calentar a sus huestes más fieles durante un rato. Pero no podía durar mucho. Entre otras cosas porque poco a poco, muerto sobre muerto, la situación sanitaria ha ido cambiando, las cifras de contagiados han ido cayendo y se ha empezado a instalar la sensación de que el gobierno no lo ha hecho del todo mal.

Pero hasta ayer mismo Casado no ha cambiado de discurso. Aunque, uno tras otro, se le han ido cayendo los argumentos. El fiasco más grande ha sido la operación destinada a acusar al gobierno de un comportamiento criminal por no haber impedido la celebración de las manifestaciones del 8M. Porque, al final, la jueza que había abierto una causa por ello la ha cerrado por falta total de pruebas. 

Y el asunto debería pasar a mejor vida, si no fuera por dos detalles que siguen ahí: uno, el de cómo fue posible que supuestos expertos de la Guardia Civil pergeñaran un informe tan falsario y malintencionado como el que entregaron a la magistrada y, sobre todo, el de porqué su jefe, el coronel Pérez de los Cobos hizo todo los posible para que el ministro Marlaska no se enterara de ello. Y, dos: el de cuales fueron las razones que impidieron a la magistrada observar que no podía haber delito no impidiendo una manifestación en la que participaron muchos de los dirigentes que habían incurrido en ese comportamiento.

Es posible que nunca se aclaren los motivos de tan sospechosos comportamientos. Suele pasar. Pero lo que perdurará será la sensación de que con el asunto del 8-M el PP pretendió sentenciar al Gobierno. Algún comentarista cree que estuvo a punto de lograrlo. Que si Marlaska hubiera dimitido y no aguantado el tipo, pasando por encima de sus iniciales errores de procedimiento, Sánchez se habría visto superado por los acontecimientos y vaya usted a saber en qué habría terminado la cosa.

Pero esa hipótesis no solo es demasiado ucrónica, sino que parte de supuestos que no tenían porqué darse, como el de que Marlaska y Sánchez podrían haber terminado cediendo. Porque por mucha que fuera la presión y muy serio el montaje desestabilizador, el gobierno no podía dejar de ver que, por mucho ruido que hiciera, la maniobra del PP, secundada por Vox, tenía un alcance limitado y que, aguantando un tiempo, la cosa terminaría deshaciéndose.

A Casado le salió mal esa operación. Y también le ha salido mal la de acusar al Gobierno del desastre en la atención a los contagiados en las residencias de mayores (que, por cierto, no ha sido mayor que el que se ha registrado en otros países europeos). Porque por ahí han aparecido los graves fallos de gestión sanitaria en la Comunidad de Madrid y de paso, los cada día mayores problemas que Isabel Díaz Ayuso tiene para seguir en el cargo.

Veremos cómo termina la cosa. Pero puede que la actual presidenta no coma las uvas en su despacho de la Puerta del Sol. Y ese sí que sería un golpe muy serio para Pablo Casado. Porque Díaz Ayuso ha sido una apuesta personal suya, contra muchos vientos y mareas en el interior del PP. Y su caída podría ser un paso en el camino de la del propio presidente del PP. La pregunta es porqué Casado se arriesgó a jugar fuerte contra el Gobierno con la cuestión de las residencias sabiendo, o debiendo saber, que esa era una competencia de la Comunidad de Madrid y que, además, Díaz Ayuso ya venía tocada desde bastantes meses antes de la pandemia.

Comportamientos políticamente tan poco serios sólo se pueden entender  suponiendo que Casado obedece ciegamente consignas que le vienen impartidas desde fuera y que la de golpear sin reparar en detalle alguno sólo pueden proceder de un personaje como José María Aznar que, en el fondo no se juega nada y que sólo puede pretender recuperar un poco del prestigio de gran estratega que perdió cuando se empeñó en que había que decir que los atentados del 11 M eran obra de ETA.

Si Casado ha quedado en ridículo con su insensata política de estos meses pasados, José María Aznar ha vuelto a fracasar con él. Y es tan serio ese fracaso que es probable que éste sea el último, que en el PP se produzcan movimientos que tiendan a terminar con su influencia en el partido. Despacio. Empezando por la prevista victoria de Núñez Feijóo en las elecciones gallegas.

La cosa sería complicada. Entre otras cosas porque Aznar y Casado no van a tirar así como así la toalla. Y es probable que vuelvan a la carga tras el giro pactista de los últimos días, seguramente obligado por fuertes presiones de poderes fácticos financieros y económicos.

Pero algo está claro, incluso para significativos exponentes del PP. Que ese partido no tiene futuro y menos aún posibilidades de volver al Gobierno, si no se sale del carril en el que está instalado. Si no cambia de orientación… y de liderazgo. 

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