Más allá de los comités de aplausos
Yolanda Díaz es de esas políticas que empatiza, agrada, seduce, sonríe y cautiva. Jamás una mala palabra. Nunca un mal gesto. Sus batallas internas en el Gobierno, que las ha tenido, rara vez han trascendido. Eso, y su negativa a escenificar en público las diferencias con otros ministros, la distinguía hasta ahora de Pablo Iglesias. Quienes la asesoran sostienen que huye de todo protagonismo, que no enreda, que no filtra y que jamás ha intentado atribuirse un éxito colectivo.
Dentro de Unidas Podemos -una coalición de partidos en los que no milita pero sobre los que se apoya para ser la próxima candidata a la Presidencia del Gobierno- va por libre. Y ante la doble bomba de neutrones que cayó el fin de semana sobre el gobierno de coalición por el liderazgo de la reforma laboral y por la no querella del diputado Alberto Rodríguez contra la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, se ha visto con claridad.
La titular de Trabajo no sólo se ha desmarcado de la decisión de los morados de emprender acciones legales contra la presidenta de la Cámara Baja por ejecutar una sentencia del Supremo que pedía la retirada del acta de diputado a Rodríguez, sino que ha pedido explícitamente que se deje de generar “más ruido”, una vez que el parlamentario en cuestión está ya fuera del Parlamento y ha dejado el partido. Pero sí se apoyó y pidió amparo a Unidas Podemos en su batalla contra Nadia Calviño por la reforma laboral para montar ruido por lo que entendió que era una injerencia grave de la vicepresidenta primera en su competencia y en realidad es una decisión estratégica de Pedro Sánchez.
La Moncloa se enteró de la zapatiesta por un tuit que escribió Ione Belarra para exigir la convocatoria de la mesa de seguimiento del pacto de coalición porque así lo acordó con Díaz para que ésta no siguiera la táctica desplegada por Iglesias en anteriores crisis con sus socios de gobierno y mantuviera intacta su imagen impecable y sus exquisitas formas.
Díaz no es formalmente la líder de Unidas Podemos, pero sí la interlocutora de este partido con el PSOE en lo que compete a los asuntos de gobierno, pero en esta ocasión prefirió quedarse dos pasos por detrás y que fuera la secretaria general del partido quien diera públicamente la zancada ante un asunto como el de la reforma laboral del que la ministra y los morados han hecho bandera. Lo suyo es una especie de liderazgo a tiempo parcial según le convenga.
La titular de Trabajo no ha acudido -como tampoco lo hacía Iglesias- a la reunión que este lunes por la tarde celebró la mesa de seguimiento del pacto de gobierno para desencallar la crisis y se saldó con el clásico “seguiremos hablando”. Pero tampoco ha encontrado hueco en la agenda para otra propuesta por La Moncloa de todos los ministros implicados en la reforma laboral.
Díaz sospecha que Sánchez pretende limitar el alcance de los cambios en el marco laboral al situar al frente de la coordinación a Calviño, que nunca ha sido partidaria de ella. Y Sánchez cree que Calviño es una garantía ante Bruselas -a quien habrá que elevar la reforma- y que Díaz lo que quiere es apropiarse del éxito de una medida nuclear que compete a varios ministerios.
Lo que se dirime para el PSOE es sólo la obsesión por atribuirse la paternidad de la medida mientras que para Podemos lo que hay detrás es una clara resistencia de los socialistas a profundizar en la reforma. Cosas que pasan en un gobierno de coalición y que se resumen en dos palabras: ruido y ego. Barullo, porque nadie cree que el asunto vaya a romper el Gobierno. Y ego, porque más allá de lo que susurren los comités de aplausos habituales, la titular de Trabajo sabe que un exceso de autoestima puede tener efectos devastadores y, a menudo, distorsiona la realidad, limita la capacidad de conciencia y puede ser un obstáculo para las relaciones basadas en lealtad y mutuo apoyo, los mínimos exigibles a dos partidos coaligados.
Esto lo arreglará, previsiblemente, una bilateral entre Sánchez y Díaz en la que, como ella misma ha dicho, se aclare que lo de la reforma laboral “no va de quién la lidera”, sino de qué se hace. No basta sólo con ser distinta en las formas, sino también en el fondo. Y más cuando ella misma sabe que la derogación completa de la reforma tampoco está en sus planteamientos porque no toca el coste del despido -y sí era uno de los aspectos más lesivos- y porque técnicamente no es posible.
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