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La España que convierte al verdugo en víctima

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'La historia oficial' es una película argentina de 1985 en la que se narra la historia de los ciudadanos que miran a otro lado para ganarse las migajas resultantes de los crímenes de otros. El film de Luis Puenzo es una obra monumental que puede trasladarse a nuestro país definiendo con la misma precisión a la escoria que durante años se ha visto favorecida por un relato que escondía sus vergüenzas mientras ensalzaba a criminales y asesinos ocultando las partes más negras de sus historias personales. En una secuencia de la película, una profesora de historia que tiene a una niña adoptada de las que se arrancaron del seno de las represaliadas, imparte una clase sobre la Argentina del siglo XIX. Un alumno cuestiona la teoría de la profesora sobre uno de los nombres despreciados por el relato oficial y la profesora le reprende diciéndole que debe ceñirse a los hechos históricos. El alumno responde: la historia la escriben los asesinos. Si bien gente como Reinhart Koselleck no estaría demasiado de acuerdo en una afirmación tan reduccionista no cabe duda que, si no la historia, sí el relato sobre la historia que predomina en la memoria de una nación. 

La concepción de víctima en una democracia occidental es una visión partidista y sesgada que refleja el relato del poder. No se entiende de otra manera si se considera víctima al agresor, al verdugo o el victimario solo porque recibe el ejercicio del derecho a la resistencia de los demócratas. Es una anomalía democrática que públicamente se defienda que el proceso judicial de una democracia defendiéndose de un golpe fascista convierte en víctima a quien es condenado en un proceso judicial. Si Jose Antonio Primo de Rivera es una víctima de la Guerra Civil lo serían en el mismo modo todos aquellos jerarcas nazis condenados a la pena capital en los juicios de Nuremberg. Pero a nadie se le daría voz pública si llama a Rudolf Hess víctima de la Segunda Guerra Mundial. España es un país especial. 

Eres víctima si te acepta el relato de los vencedores de la guerra. Por eso la única manera en la que se acepta llamar víctimas a las verdaderas, las asesinadas por el fascismo, es incluir en el mismo saco vergonzante a los golpistas, criminales y terroristas que propiciaron el final de la democracia durante la II República y una guerra criminal que dio paso a la época más oscura de la historia contemporánea de España. Solo un país con un relato democrático podrido puede considerar víctima a Carrero Blanco y José Antonio Primo de Rivera y no considerar víctima a gente como Mikel Zabalza. 

Mikel Zabalza era un conductor de autobuses que fue detenido por la Guardia Civil en noviembre de 1985 y que apareció muerto en diciembre de 1985 en el río Bidasoa. En el tiempo en el que estuvo desaparecido la benemérita le decía a la familia, y esa era la versión que defendía el gobierno del PSOE de Felipe González, que se había fugado tras ser detenido. La verdad, como dejaron en evidencia unas conversaciones entre el excoronel del CESID Juan Alberto Perote y un capitán de la Guardia Civil llamado Pedro Gómez Nieto, es que Mikel Zabalza murió torturado en el infame cuartel de Intxaurrondo y la justicia aun no ha querido buscar a los responsables del crimen. Mikel Zabalza no es una víctima a efectos legales más que en Navarra y País Vasco desde el pasado mes de febrero de 2022. En España, Zabalza no es víctima, pero Carrero Blanco sí. 

José Antonio Primo de Rivera no era una víctima, ni siquiera el informe de expertos del CISC lo considera así aunque el relato mayoritario y hegemónico lo transmite así. Era un golpista y líder de una organización terrorista que se dedicó a la violencia política contra el adversario. Si se le tiene que calificar en términos maniqueos está mucho más cerca de ser un verdugo antes que una víctima. Las víctimas son aquellas que descansan en osarios pudriéndose entre las aguas filtradas del mausoleo de un dictador tétrico. Un criminal sanguinario que sigue teniendo este país más retrasado moralmente que en los años en los que las misiones pedagógicas recorrían nuestra España querida cuidándola como nadie ha hecho jamás en nuestra historia. 

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