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Por sus muertos

Antonio Orejudo

La resurrección de ETA el martes pasado ha sido una excelente noticia para el PP. Nunca diré, como Mayor Oreja a sus adversarios, que el PP es cómplice de ETA, ni se me pasa por la cabeza que los diputados del PP se alegren con los asesinatos de la organización terrorista.

Pero sí creo que la inesperada irrupción de la banda en la reducida política nacional ha despertado algunas esperanzas en las filas del PP. Esperanzas de que la prensa deje de hablar por unos días de los timos —preferentes, Bankia, sobresueldos, Bárcenas o hipotecas— para ocuparse del terrorismo, como hacía en los buenos tiempos. En los buenos tiempos económicos, digo.

No es la primera vez que la estrategia de la banda terrorista sirve de apoyo para las tesis de la extrema derecha ni la primera vez que el PP utiliza en su propio beneficio la violencia de los etarras o el dolor de las víctimas.

La fría conclusión de Aznar tras los atentados del 11-M —si es ETA ganamos; si son los islamistas perdemos— y su empeño en hacernos tragar una mentira que le beneficiaba expresan muy bien el calculado pragmatismo con el que su partido se ha enfrentado siempre a la violencia de ETA.

Si alguna vez ha visto la posibilidad de rentabilizarla, no ha dudado en considerar a la banda un movimiento de liberación nacional. Ante el peligro de que la rentabilizaran otros, no ha dudado en poner palos en las ruedas de la negociación.

Pero ETA está muerta y al PP hay que reconocerle su contribución al final de la violencia. A él le debemos la vigente Ley de Partidos Políticos, que consagró la teoría del entorno, una herramienta esencial para acabar con la organización terrorista.

Para acabar con la organización terrorista y con cualquier otra cosa que se ponga por delante.

La teoría del entorno, según la cual no hay diferencia entre el asesino y el que lo apoya —es decir entre ETA y Batasuna—, sirvió no solo para ilegalizar a las llamadas marcas blancas de Batasuna, sino también para criminalizar cualquier deriva soberanista, vasca o catalana, con el argumento de que la independencia de España había sido siempre la gran aspiración de los etarras.

La Ley de Partidos y la teoría del entorno que emana de ella también ha servido para criminalizar las incómodas huelgas de la enseñanza o las manifestaciones de funcionarios. Hasta ese punto ha llegado no sé si la frivolidad, el pragmatismo o la desesperación de un partido que se siente acorralado.

Esa desesperación y su convencimiento de que los ciudadanos son poco inteligentes explican su última vuelta de tuerca a la teoría del entorno: los desahuciados que protestan frente al banco o frente al diputado son de la ETA —eso ha dicho una por ahí—, porque los de la kale borroka también iban como ellos pegando gritos por la calle.

Entiendo su nerviosismo, pero deberían tener un poco más de respeto. Respeto a los ciudadanos, respeto a los desahuciados y sobre todo respeto a sus propios muertos.

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