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Nuestros Jenaros

Maruja Torres

Casi coincidiendo con la excomunión llevada a cabo por el Papa contra la mafia calabresa -que ha tenido consecuencias contundentes: los criminales se han puesto en huelga de misa-, irrumpe en el zoco de nuestras corrupciones, fraudes y otras mangancias un hombre, Jenaro, considerado anteriormente empresario ejemplar. Su revelación como embaucador deberíamos interpretarla como una señal, más que de Internet, del cielo. Me explico.

¿No es acaso cierto que el santo cuyo nombre luce con tanto donaire inalámbrico nuestro último -por ahora- héroe de los albañales económicos, protagoniza nada menos que dos secuencias cumbre de la saga cinematográfica El Padrino? ¿No es acaso cierto que la imagen de San Gennaro se contonea por Little Italy, llevada en andas, jaleada por la multitud y cubierta de billetes de dólar hasta las cejas, mientras los mafiosos del barrio ajustan cuentas entre sí para hacerse con el negocio de la extorsión y la estafa?

¿No nos coloca Jenaro en un Momento Gennaro digno de que Su Santidad vuelva su bondadoso rostro hacia nosotros y repare en que la católica España necesita, al menos, de una excomunión? Ya sé: resulta difícil excomulgar un sistema con tantas cabezas, tantas serpientes, un sistema que incluye tal cantidad de opacidades, arrogancias, miradas a otra parte, comisionistas, políticos retorcidos, complicidades y decisiones oficiales tan astutas como malvadas. Mas ¿no es acaso cierto -insisto- que los milagros existen, como lo demuestra el hecho de que a la imagen original del santo, sita en Nápoles, se le licúe la sangre cada año, y que a nosotros, sitos aunque expatriados por dentro en esta madrastra patria, se nos hielen las arterias por momentos?

Debo reconocer públicamente que, pese a mi probado ateísmo, mi anticlerialismo generalizado y mi nula confianza en las decisiones vaticanas, el Che Francisco ha despertado mis ansias ancestrales de excomunión, nacidas desde que me preguntaba, siendo pollita, por qué Pío XII no excomulgaba a Franco, y dormidas desde que me enteré de lo bien que se había comportado el mencionado Papa Tieso con Hitler.

En fin, viejas historias, pelillos a la mar. Démosle una oportunidad a este Pontífice y pidámosle que lance una de sus fatuas contra el mal que nos habita. Ya sé que es más fácil que nos los quitemos nosotros de encima cuando vayamos a votar en la próxima, pero ¿no os ilusionaría, un suponer, que el oficialmente Paco bueno excomulgara a cuantos asistieron, en calidad de conferenciantes o de público, al reciente campus de la FAES? ¿O a la FAES misma? ¿No os gustaría que el jenariado al completo tuviera que protestar negándose a ir a la iglesia, ya que no dejando de perpetrar sus perversos designios?

Y a condecorar vírgenes por correspondencia. O por Wifi. Si es que tienen señal.

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