Se dice racista, no políticamente incorrecto
Al poco de comenzar su campaña electoral y tras uno de sus numerosos episodios de machismo, Donald Trump justificó sus opiniones en la cadena Fox bajo el pretexto de que “el gran problema de este país (Estados Unidos) es la corrección política. No tengo tiempo para la corrección política, y este país tampoco”. Es el mismo argumento que usa Marine Le Pen cuando defiende sus ideas a lo largo y ancho de Francia y Europa. Aquí en España, la líder de Hogar Social Madrid cree que “la gente tiene un miedo atroz a ser políticamente incorrecto, nosotros no”.
Los medios tampoco se cortan a la hora de calificar la corrección política como una nueva censura. Los hay que por ejemplo incluyen la palabra 'negro' como políticamente incorrecta, como Javier Marías, quien explicaba en un artículo que no utilizaría en su vida “eufemismos absurdos como 'subsahariano' o 'afroamericano'. Los verdaderos racistas son quienes emplean estos términos. Son ellos los que ven algo malo o negativo en emplear 'negro'”. La realidad es bien distinta, porque precisamente se está reivindicando el concepto negro para despojarlo de su histórica connotación negativa.
Si vamos directos al grano, vemos que quienes en su día se metían con negros, gitanos, mujeres, gays o lesbianas sin recibir ninguna respuesta o condena, pero que hoy se ven confrontados por estos colectivos y un amplio espectro social, se agarran a un concepto conocido del que cada vez oímos hablar más: la incorrección política.
El patrón es simple y la ecuación casi infalible: el espacio de los políticamente incorrectos está plenamente ocupado por quienes se ven falsamente oprimidos por una población que ya no está dispuesta a verse insultada, atacada y ofendida constantemente por ellos. Pero con ese argumento ya no engañan a nadie. Los que esconden bajo la incorrección política sus mensajes racistas, machistas u homófobos no hacen más que descubrirse ante la sociedad como intolerantes que ya no saben cómo y dónde ocultar su discurso de odio.
Ya es condenable utilizar un concepto así como trinchera desde la que tratar de bombardear con mensajes discriminatorios sin recibir respuesta. Pero es peor comparar la “vulneración” de ese supuesto derecho a la incorrección política con la discriminación sistemática que hemos venido sufriendo distintos colectivos a lo largo de la historia. Cuesta comprender cómo hay quien defiende con más vehemencia que los derechos humanos su barra libre para meterse con grupos históricamente oprimidos y equipararlo a la lucha por la igualdad de estos. “Mi derecho a meterme contigo está a la altura de tu derecho a luchar por la igualdad”, vienen a decir.
Las lágrimas de los autodenominados políticamente incorrectos son más gruesas que las de cocodrilo. Poner el hombro ante ese llanto supone aceptar de buen grado que algunos, desde su histórico pedestal de superioridad, sigan insultando, atacando y ofendiendo. La incorrección política se puede aplicar a ideas que, dentro del respeto a los derechos de cada uno, afirman lo contrario cuando una mayoría piensa distinto. Pero aplicarlo a ideas retrógradas y que atacan la base de los principios de igualdad no admite discusión. Lo llames incorrección política o por su verdadero nombre: racismo, machismo, homofobia o cualquiera de las discriminaciones que siguen presentes en nuestra sociedad.