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Aunque no los llamemos asesinos, siguen matando

Datxu Peris en una imagen de archivo

Ruth Toledano

Era julio de 2016 y fue una tarde trágica: el matador Víctor Barrio murió en Teruel cuando un toro se defendió de las dolorosísimas heridas que el joven le estaba infligiendo. El herbívoro chorreaba sangre lomo abajo. Salía a borbotones desde los agujeros que las banderillas le habían taladrado en la cerviz. Desesperado al no poder deshacerse de aquellos arpones que le acribillaban la vida, acosado por un hombre que enarbolaba una espada, se abalanzó sobre él. El cuerno del herbívoro fue esa tarde más rápido que el arma blanca del hombre. Estaban en mitad de una plaza de arena cagada de terror, rodeados de gente que pagó por ver muerte. Murieron ambos.

Datxu Peris, concejala del pueblo valenciano de Catarroja, escribió entonces en Facebook que para no sufrir ante las malas noticias podemos ver su parte positiva, y que si había algo así en aquel episodio era el hecho de que aquel hombre dejara de matar. En sentido estricto, no hay nada que pueda reprocharse a esa reflexión. Siempre, claro, que se tengan en consideración todas las vidas. Siempre, claro, que tengas un sentido ético de la existencia, incluida la ajena, la distinta, la otra. Siempre que tengas empatía, que conozcas la compasión. Siempre que no seas la acaudalada Fundación Toro de Lidia, que nació con el único objetivo de perseguir personas antitaurinas cuando el lobby taurino se dio cuenta de que las personas antitaurinas somos mayoría y cada vez más activa y pondríamos en riesgo su negocio de sangre, su negocio de muerte.

La Fundación Toro de Lidia ha estado detrás de la denuncia que la familia del matador interpuso contra la concejala por una presunta vulneración de su derecho al honor, a la intimidad y a la imagen. El Tribunal Supremo les ha dado la razón y ha condenado a Peris a indemnizar con 7.000 euros a los Barrio, además de pagar los intereses y las costas. También le obliga a publicar la sentencia y a borrar el escrito de su reflexión. Es verdad que la concejala Peris llamó asesino al matador, y que el diccionario de la RAE dice que asesino se aplica a las personas y entiende como tal solo las de la especie humana. Sin embargo, es ya largo el camino en que filósofos, juristas o lingüistas consideran personas no humanas a todos aquellos otros animales que tienen capacidad de sentir e interés en su propia existencia. Un toro, por ejemplo.

La Fundación Toro de Lidia (que asistió legalmente a la familia Barrio) y el Tribunal Supremo coinciden en el absurdo de que no se llame asesino a un matador aunque la acción que realice sea la misma: matar a alguien. Si un toro no es algo sino alguien, tanto da que se le mate o asesine: son idénticos sus vómitos de sangre, idénticos los coágulos, los mugidos, el inmenso dolor, el espanto, la pleura atravesada, la diarrea y el pánico, la tetraplejia, las convulsiones, el estertor final. La denuncia de toda esa barbarie es lo que su condena trata de acallar. Porque con ese único objetivo nació la Fundación Toro de Lidia. En una perversa y bochornosa paradoja moral, importa menos el calvario hasta la muerte por el que hacen pasar a un toro y a otro toro y a otro que la palabra con que califiques esa acción. Porque de lo que se trata es de perseguir a quienes alzamos la voz para acabar con el cruel negocio de ganaderos que explotan y toreros que matan.

Datxu Peris escribió otras cosas en su post, un texto que en realidad destilaba tristeza (aunque los denunciantes dijeran que se alegraba de la muerte del matador, los jueces lo hayan secundado y los medios lo repitan). Merece la pena leerlo para entender la desolación moral de Peris y para apreciar (aunque usara aquella palabra que discuten quienes matan y juzgan) la contención de su crítica a una actividad, la taurina, contraria a la ética. Algunas otras cosas que Peris escribió en el aquel texto eran escalofriantes, como que, según su propia página oficial, Víctor Barrio había matado 258 vidas desde 2008. O sobrecogedoras, como las que se referían a las escuelas taurinas, donde los chavales normalizan la violencia practicando con becerros, cachorros como ellos. Peris hablaba de los opresores y de los oprimidos. En realidad era un texto que derramaba pesar. Pero los opresores tienen endurecido el corazón.

Para la Fundación Toro de Lidia 7.000 euros son poco. Para Datxu Peris (concejala de Guanyem), es una gran cantidad. Como para tantas personas en este Estado saqueado y precarizado por los mismos gobiernos que blindaron la tauromaquia, los gobiernos del PP. Por eso el lobby taurino recurre a las denuncias: para asfixiar al movimiento en defensa de los toros que son sus víctimas, para provocar nuestro miedo a las condenas económicas, nuestra autocensura al llamar por su nombre a sus prácticas, la censura de los medios decentes que nos publican.

Los taurinos se protegen entre sí. Por ejemplo, a través de una corrida “benéfica” a favor de la familia Barrio. Hay una evidente contradicción en esos términos, que suponen beneficiar matando a una familia doliente. Pero el entrecomillado no es solo mío. La corrida se difundió como tal pero la Fundación del Toro de Lidia, que la organizó, no lo comunicó así oficialmente. Lo cuestionó el propio Antonio Lorca, cronista taurino en El País, quien dejó constancia escrita de los rumores que apuntaban a que los beneficios de aquella corrida irían destinados a levantar un monumento al matador muerto y “a la difusión y defensa de la tauromaquia”. Justo la actividad a la que se dedica esa Fundación, junto con perseguir antitaurinos retorciendo la ley. En esa misma crónica puede apreciarse la consideración y respeto que los taurinos tienen a los toros, al dedicar a los que torturaron y mataron aquella tarde benéfica calificativos tan tristes y despectivos como “becerrotes que parecían escogidos por su manifiesta invalidez y excesiva bondad (…) inválidos, descastados y de desbordante nobleza; tanta dulzura que no motivaban la más mínima emoción”.

Personas que hablan así de unas víctimas que tanto están sufriendo; personas que matan a quienes adjudican bondad y hasta dulzura, o promocionan su muerte, son las mismas que hacen piña y ponen bote para protegerse de quienes señalan tanta infamia. Pero, al igual que ellos, las personas antitaurinas nos solidarizamos con quienes son víctimas también de su persecución y su injusticia. Para Datxu Peris son mucho 7.000 euros, pero no para todas las personas a las que nos repugnan las prácticas taurinas y no vamos a callar. Por eso el colectivo No Callarem València ha abierto una caja de resistencia, a través de un evento en Facebook, para ayudar a esta concejala, que no mata, a recaudar ese dinero. Sola no puede. Entre todas, sí. Y es de justicia. Porque ellos siguen matando, aunque no los llamemos asesinos. Y todas sus tardes son trágicas.

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