La necesidad de salvaguardar la esperanza climática
Nunca como ahora habíamos sido tan conscientes de la gran amenaza que supone la crisis climática, para todos y para todo. Pero tampoco nunca se había dado una reacción social tan generalizada como la que está dándose ahora. Ciudadanos, empresas, gobiernos, instituciones, sindicatos y oenegés: todos somos conscientes del trascendente momento que estamos viviendo. Y cada día somos más los que estamos dispuestos a unir esfuerzos para plantar cara a esa amenaza.
Ya no nos queda tiempo para perder el tiempo frente al cambio climático. Por eso ha llegado el momento de pasar a la acción. Y la celebración de la Cumbre de Chile en Madrid es una oportunidad extraordinaria para catalizar ese interés y esa voluntad de colaboración transformándola en acción: en acción climática, o lo que es lo mismo; en reacción de supervivencia.
Una reacción para que resulte efectiva debe ser multilateral y ha de contar con el compromiso de todos. Ya nadie puede ponerse de perfil. De nada vale estar muy sensibilizados, ser conscientes de la amenaza, querer ayudar: hay que ayudar. De nada sirven los protocolos, las hojas de ruta ni los marcos de consenso: hay que habilitar y poner en marcha nuevos mecanismos de respuesta, claros y concretos, para frenar las emisiones a cero y proteger la naturaleza: nuestro mayor salvavidas.
Podría enlazar aquí al lector con los tajantes informes que han aparecido esta misma semana sobre el récord de altas concentraciones de CO2 en la atmósfera, sobre la previsión de aumento de temperaturas y de subida del nivel del mar o la pérdida de biodiversidad: la peor herida por la que nos estamos desangrando. Pero no creo necesario aportar más información a la que ya conocemos.
No creo que debamos añadir más información para demostrar el avance y el alcance de la crisis climática. El tiempo de los avisos ya pasó: estamos en el de las secuelas. Basta con observar los efectos del calentamiento global en todo el planeta. Unos efectos con consecuencias cada vez más dramáticas para la población y más difíciles de atribuir a cualquier otra causa.
Por el contrario, y aunque pueda resultar contradictorio, creo que ahora debemos hacer un esfuerzo informativo para poner a salvo la esperanza. Eso es lo primero que deberíamos exigir a las delegaciones de los casi doscientos países que la próxima semana se van a reunir en Madrid para debatir sobre cambio climático: que nos desbloqueen la esperanza.
Caer en el catastrofismo o en el alarmismo es la peor equivocación que podemos cometer quienes, apoyándonos en las evidencias, intentamos promover la participación ciudadana a favor del medio ambiente y contra la crisis climática. Porque la catástrofe y la alarma paralizan, y lo que menos necesitamos ahora es gente paralizada.
Es posible que de alguna manera, consciente o inconsciente, desde este rincón del diario hayamos caído demasiado a menudo en ese error. Por eso ante el arranque de la cumbre, y más allá de los sobrados motivos para ceder al desánimo, quiero defender desde aquí la esperanza.
Además tenemos motivos para seguir creyendo en ella. Un ejemplo. Es cierto que la llegada a la Casa Blanca del ultranegacionista Donald Trump ha supuesto un notable obstáculo para la acción climática. Pero ¿sabían que en lo que lleva de mandato Estados Unidos ha cerrado más plantas de carbón que durante toda la presidencia de Obama o que California está liderando la reducción de emisiones de CO2 a nivel mundial? Pues así es.
Y es así porque a pesar de los trumps, de los bolsonaros y del resto de irresponsables climáticos que gobiernan en contra de nuestro futuro, hay una superpotencia que se está imponiendo a todos ellos en las calles. Y esa superpotencia somos los ciudadanos del mundo que, con nuestros jóvenes al frente, persistimos en existir.
La esperanza radica en la respuesta a la crisis climática de esa gran infantería social. Esa mayoría de ciudadanos que está cambiando sus hábitos de consumo, la manera de relacionarse con el agua y la energía o la forma de reducir y gestionar sus residuos. De desplazarse de un sitio a otro y de relacionarse con la naturaleza: desde el respeto y la voluntad de ayudarla.
Una mayoría que esta echándose a la calle para señalar al resto que ése es el único camino que nos queda. Pero como decíamos al principio, para eludir los peores escenarios a los que nos empuja la ambigüedad y la falta de reacción, la respuesta debe ser multilateral y esa reacción debe contar con el compromiso de todos. Incluidos los políticos.
Algunos de ellos, como la Presidenta de la Cumbre, la Ministra chilena de Medio Ambiente Carolina Schmidt, o como nuestra Ministra para la Transición Ecológica Teresa Ribera, parecen decididos a atender esa reacción evolutiva de la sociedad y transformarla en respuesta internacional. Esperemos que lo logren, que la Cumbre de Chile en Madrid dé muestras de ello, y que eso nos permita mantener la esperanza.