Pacto pacato con paquete
Es un desprecio hacia la ciudadanía que los dos partidos partidarios del bipartidismo lleguen a un acuerdo para tapar las posibles vergüenzas de sus biseñorías en materia de gasto público. Nos vilipendia esta maniobra última de disimulo, tanto como nos injuria la opacidad de sus cuentas, que hemos descubierto gracias a las dicharacheras peregrinaciones de Monago el Paria. Bueno sería que alguna vez, en alguna parte y seguramente en otra época, algún jurista se entregara a legislar contra las tomaduras de pelo que nos perpetran quienes, conviene recordarlo, nos legislan.
Y buena es la indignación que, por fin, esta impunidad parlamentaria nos causa.
La sensación irrespirable de vivir en un medio ambiental en donde la cacicada, de uno u otro cariz, adquiere carácter permanente, se hace mucho más repugnante en este apartado no baladí del control del gasto público en el Hemiciclo. Aparte de la evidente chapuza, se evidencia que nuestros caciquillos políticos -los que nacen y los que se hacen; y los que actúan como tales por desidia o por arrogancia- tienen fe en la comprobada anchura y la resistente profundidad de nuestras tragaderas. Hemos tragado mucho.
Si abochorna pensar lo que hemos consentido, más preocupante resulta que, cuando por fin despertamos, y barajamos alternativas a su reinado, todavía ellos permanecen aferrados hasta a los más pedestres de sus privilegios.
Sobrecoge y espolea que los biparlamentarios consideren que taponan el reguero de nuestra desconfianza, convertida ya en un río que va a dar en la mar, con esos parches impresentables que se apresuran a pespuntear: me sonroja. Pero hay algo más: qué tontos son, que lejos se fueron, cómo se comprueba, una vez más, el paraíso artificial en el que se desenvuelven. Me recuerdan tanto, estos afanes suyos por tapar sus entresijos, aquellas concesiones que la autoridad realizaba cuando la necesidad de la Transi empezaba a exigir un cambio de make-up… Por mucho tuit que les echen hoy a sus vidas, los acaparadores del bipoder siguen reaccionando a la antigua usanza, apoltronados, dosificando la transparencia -que sólo puede ser una, grande y libre; mira tú, este eslogan aquí queda bien- mediante mínimas concesiones que, en aquellos tiempos, malheridos de dictadura como estábamos, acogíamos con alivio. Hoy, no.
Hoy nos ultrajan, nos maltratan moralmente haciendo lo que hacen. Y ni siquiera parecen darse cuenta.
Pero se acabó. Indignación, para que esto cambie. Los boquetes por los que nos deslizaban, con mayor o menor cantidad de vaselina, sus ruedas de molino, sufren ahora de una inflamación aguda que va más allá de las anginas.
Deberían figurar en algún artículo del Código Penal, un pacto como éste y la vejación que comporta. Mientras eso no ocurra, seguiremos tomando nota.