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Si el PSOE es un partido progresista, que lo demuestre ahora

Sánchez e Iglesias

Ruth Toledano

El PSOE dice que es un partido de izquierdas. Bueno, quizá ya pocos socialistas definan su partido exactamente así, dicen que es progresista. Sin embargo, llegamos a julio sin que el partido en el gobierno haya podido formar gobierno. No es que no haya formado un gobierno de izquierdas, es que no ha podido siquiera formar un gobierno progresista. El PSOE tiene, pues, un problema de identidad política que supone un problema de gobernabilidad, tiene un problema de coherencia ideológica que supone un problema para el ejercicio del poder, un problema de Estado. Todos y todas tenemos, en fin, el problema que tiene el PSOE. Y, mientras el PSOE sigue sin resolverlo, las ultraderechas y sus cómplices van poniendo en práctica, pactito a pactito, su indeseable congruencia: la que pone en peligro los derechos civiles y los avances sociales.

A estas alturas de una película que ya aburre hasta a los más fieles seguidores de la ficción política, es responsabilidad del PSOE -a quien el jefe del Estado dio el mandato de gobierno a través del candidato Pedro Sánchez- que no esté en marcha una legislatura que oponga todas las herramientas del tan constitucionalista poder como freno a los excesos de esas ultraderechas. Claro que para ello hay que inspirarse en un espíritu, unos principios, unos valores, unos proyectos y unas medidas de corte, al menos, progresista, como les gusta decir (y aunque choquen por definición con la estructura misma de corte, que eso ya nos tienen acostumbradas a que sea otro cantar).

El problema que tenemos es que el PSOE se resiste a constituir un gobierno que sea progresista no solo de palabra sino de hecho. Aterrorizado por las amenazas de los poderes económicos, aterrorizado con la posibilidad de establecer acuerdos de gobierno con el hombre del saco en que, interesadamente, se ha convertido a la izquierda en España, el PSOE se está viendo incapaz de garantizar la investidura de su candidato a la presidencia. Sánchez ha estado aguantando la respiración política de unos pactos que le son imprescindibles hasta ver qué pasaba en municipios y autonomías. Lo cual responde una lógica política subsidiaria, a la que falta la altura del servicio público que ya tarda demasiado en ejercerse. Y tal servicio público, desde una lógica política que fuera honesta, debiera planificarse con los socios más afines. Si eres un partido que se dice progresista y en tu seno aún hay quienes se consideran de izquierdas, no puedes estar esperando a ver qué hace la derecha que pacta con la ultraderecha para ver si te conviene más como socia que la izquierda.

Esa tierra de nadie ideológica en la que se ha quedado atrapado el PSOE es la que está impidiendo garantizar la investidura del presidente Sánchez y el diseño de la siguiente legislatura. Durante la campaña electoral, Sánchez hizo a Iglesias, para contar con su apoyo, unos explícitos guiños que ahora parecen meros tics engañosos, lo cual supone una deslealtad no solo a Iglesias sino a todo el sistema de representación parlamentaria. Pactar es negociar. Negociar es repartir. Y, si se supone que la formación ideológicamente más afín al PSOE es Unidas Podemos, es con Unidas Podemos, por muchas que sean sus diferencias, con quien el PSOE ha de negociar, es decir, pactar, es decir, repartir. Solo la incoherencia ideológica o los miedos espurios pueden impedir que funcione esta mecánica política. Lógicamente, la incoherencia y los miedos de Sánchez. Culpar a Iglesias, o a cualquiera que fuera la otra parte de la negociación política, de que exija las contrapartidas que le corresponden es absurdo, desde luego, pero sobre todo es alevoso, pues juega a los intereses de unos con la confusión de todos. Digamos que se parece a una tomadura de pelo.

Iglesias solo está haciendo lo que tiene que hacer. ¿A qué juega entonces Sánchez? ¿No era el suyo un partido de izquierdas? ¿No es, al menos, un partido progresista? Si la respuesta es sí (al menos, la respuesta a la segunda pregunta), el PSOE debe pactar ya –negociar, repartir- con Unidas Podemos. La gran repugnancia que eso parece producirle (a pesar del síndrome de Tourette político manifestado en periodo electoral) solo deja dos salidas en el camino a la gobernabilidad: por un lado, esa sospechosa repetición de elecciones que se utiliza como amenaza; y por otro, que el pacto, la negociación, el reparto, se termine haciendo con Ciudadanos, por mucha presunta repugnancia que, a su vez, manifieste el partido del falaz Rivera, bruñidor de la ultraderecha. Las dos salidas conducirían a la vergüenza política. Nunca más podría el PSOE decir que es un partido progresista. Mucho menos de izquierdas. Si lo es, que lo demuestre. Y es ahora cuando debe demostrarlo.

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