S.O.S
Es la señal internacional para pedir socorro. Se eligió ésta a principios del siglo XX por lo fácil que podía ser radiada en el código morse, a través de pulsaciones cortas. Lo mejor es que todo el mundo la entiende. Y es que en días como estos se tiene la sensación de estar viviendo en un planeta diferente al que habitan quienes tienen foco en la actualidad. En los altos estrados y zumbando a ras de suelo. Mientras la sensación de peligro crece.
Llevamos ya cerca de un año conviviendo con un virus que amenaza nuestra integridad y que ha matado y enfermado a millones de personas. Entre restricciones que, en efecto, son difíciles de llevar. La ciencia se vuelca en buscar antídotos y tratamientos en un tiempo récord –gracias a sus años de esfuerzo en la sombra-. Son la vía para inmunizar a la población y recuperar paulatinamente una normalidad. Y entonces irrumpen con fuerza los males del sistema. Las vacunas se ralentizan. Algunas farmacéuticas andan vendiendo al mejor postor, según leyes de la oferta y la demanda del mercado… y de tener enorme desfachatez con contratos firmados. Pero ya se hizo hasta con los respiradores.
Y además las vacunas se convierten en arma, privilegio y uso político. Todo sirve en una sociedad regida por valores como el egoísmo, el lucro desmedido, altos grados de impunidad y dejación de responsabilidades. Pocos definieron mejor la esencia del capitalismo que John Steinbeck en “Las uvas de la ira”, cuando en el crack del 29, un yankee neto, desahuciado de sus tierras, amenaza con presionar con su rifle al responsable pero en la cadena del daño no encuentra quién es. Ahora, si lo pensamos, encima desvían la diana los auténticos culpables. Los hay. Un sistema social operativo resolvería el problema para que vacunas y tratamientos llegaran a la población. Alguien, muchos en realidad, está haciendo dejación de sus funciones. A costa de nuestra salud.
Las olas de la pandemia suben y bajan y vuelven a subir. Se ha demostrado que las curvas se aplanan con confinamiento estricto, no con toques de queda ni teniendo todo abierto. Pero la economía se ve muy afectada –a pesar del Escudo Social del Gobierno en nuestro caso, que sin él aun sería peor- y los ánimos también. Y tenemos la sensación de que se está jugando en otro campo que no busca en todos los casos la solución a nuestros problemas reales.
Lo de Madrid, como símbolo del desbarre máximo, sume en la indefensión. No dejamos de decirlo, de gritarlo, pero es que nadie hace el menor caso. Resulta que después de haber protagonizado no sé cuántos milagros, de que “Ayuso hubiera vencido al virus” como declaró su colega Maroto, vuelve a tener colapsado el sistema sanitario y se ve en la obligación de contratar más servicios en la privada a la que Madrid ya viene regando con generosidad. A razón de 734 euros diarios por cada enfermo en planta y 2.084 en UCI, precios muy por encima de los establecidos por la Alianza de la Sanidad Privada Española (ASPE) y encima usa el eufemismo “interviene la sanidad privada”, por favor, si casi es al revés.
La desolación llega al saber, mejor diremos confirmar, que según un informe de Audita Sanidad y el sindicato de técnicos de Hacienda, se está produciendo un “deterioro programado” de la sanidad madrileña para facilitar el avance de los fondos de inversión. La salud es un negocio. Y ante la enfermedad propia o de nuestros seres queridos se cede lo que sea.
Además, en esta tercera ola derivan a la privada, previo pago naturalmente, también en Andalucía, Extremadura, Navarra, Castilla y León y la Comunitat Valenciana. Y se ha sabido que la Generalitat de Catalunya pagó durante la primera ola de la pandemia 43.400 euros por cada paciente que hubiera estado en la UCI (15 días de media) y 5.000 euros por 72 horas de paciente ingresado. Y todo ello después de haber diezmado la sanidad pública con las privatizaciones que ahora descubre la UE mermaron hasta la capacidad de los gobiernos para afrontar la pandemia.
¿A alguien le parece que todo esto puede ocurrir y sin el menor control? ¿Lo de Madrid en particular, tras gastar 150 millones de dinero público en los ladrillos del Zendal? Estamos hablando de la salud de los ciudadanos, de los ingresos que facilitamos con nuestros impuestos y los vemos volar en garras que huelen a viejas y pertinaces corrupciones. Y, con problemas acuciantes, hemos de soportar a Pablo Casado yendo a sacar tajada del Zendal precisamente, de un Madrid del que no es presidente por mucho que se empeñe.
Y el Congreso vive una situación de bochorno en la que votan no al Decreto de los Fondos europeos, nada menos, porque andan pescando en sus propios ríos de votos. Es dinero para soluciones que necesitan los ciudadanos, y resulta irritante ver cómo priorizan el reparto de su pastel. Y Casado, ciego hasta para echar la caña, vota no, y ERC vota no. Y votan no Ciudadanos, el PDeCAT, Junts, UPN, la CUP, el BNG y Foro Asturias. Y Vox se abstiene en abrazo envenenado que ahonda en su táctica de avance en el poder. Y que alentará a quienes se dedican a promocionarles en los medios –públicos incluso-.
La economía española se desplomó un 11% en 2020 por el impacto de la pandemia y ya salen gritando como si fuéramos nuevos ellos y nosotros. Lo previsto. Ha habido una paralización mundial de la economía. Hasta EEUU, con muchos más resortes, ha bajado 3,5% su PIB en un descenso histórico. En nuestro caso ahí vuelve a aparecer el lastre de haber confiado el grueso del modelo productivo al turismo y al ladrillo, que funcionan muy mal en tiempos de pandemia. Precisamente los Fondos europeos están condicionados a ahondar en “la transición digital, la transición ecológica y la mejora del capital humano” plasmada la frase en proyectos reales.
Los medios, algunos de ellos, también van a lo suyo, que no parece ser lo del común de los mortales. Seguir estos días la actualidad es ir dando saltos de indignación, por lo que ocurre y por lo que cuentan o no cuentan. La apuesta informativa por el ruido está en máximos, tanto como la sordina a los hechos que interfieren su proyecto. Lo ocurrido con Pablo Iglesias de nuevo denigra la profesión periodística. Los hechos son que el juez García Castellón se empecinó en culpar a Pablo Iglesias en el caso de la tarjeta robada a su colaboradora Dina Bousselham, al punto de mandarlo al Tribunal Supremo. Este se lo ha devuelto con un sonoro rapapolvo. Primero algunos medios jugaron a la confusión como si hubiera motivo de investigación -el juez ya ha desistido de seguir por ese camino- luego firmaron en negro esta bochornosa página del antes y el después.
Este martes desaparecía Bankia dentro de La Caixa, sin habernos devuelto los 24.000 millones oficiales del rescate que les entregó Rajoy. Para colmo. Como un símbolo de esa España a superar tan presente en el hoy que nos abruma.
Un hoy con sus propias preocupaciones latentes. En un estado de derecho han de existir mecanismos para que se cuide prioritariamente de la salud de los ciudadanos, para que no nos roben recursos, para que no se intoxique impunemente a la ciudadanía con mentiras hambrientas de lucro.
Estamos muy cansados. Llevamos cerca de un año con restricciones muy duras. El coronavirus vuelve a estar en ola devastadora. La frenaría con seguridad el confinamiento estricto, en tanto se vacuna por fin. Urge hacerlo. Parece que no se puede o no se quiere confinar en serio. Los virus de la oposición política y sus brazos mediáticos atizan con virulencia. Las excepciones privilegiadas son más bofetadas añadidas.
En situaciones como ésta, y sabiendo que las soluciones existen y no se aplican, queda seguir gritando ¡socorro!, desistir de nadar, o montar un cirio que se oiga en la Galaxia de Andrómeda.
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