Sánchez solo se juega la presidencia
En toda relación fallida quien más pone, más pierde. El insensible gana la batalla, aunque en la victoria pírrica puede quedarse también sin lo que tenía. En el caso de Pedro Sánchez, la presidencia del Gobierno. El problema es que Sánchez no se juega su silla en la cabecera del Consejo de Ministros, sino las esperanzas de millones de ciudadanos progresistas, siquiera sensatos. Porque, a tenor del escenario conservador que se afianza, el futuro que se dibuja es para ponerse a temblar. Vuelve a abrirse una solución de gobierno, cada vez más enturbiada. O no. Las versiones van de un extremo al otro. En cualquier caso no resolverá lo esencial.
Asistimos estupefactos a una sesión parlamentaria que dejó desnudas las intenciones del candidato. No quiere pactar con Unidas Podemos que podría ser poco práctico pero legítimo. Lo peor es que se sintió obligado a humillar al presunto socio en una actuación que será estudiada por los psicólogos, si queda en España algún reducto de cordura con capacidad de gestión en el tiempo que, de no poner remedio, se avecina. Muchos intereses en juego, mucho apesebrado para lavar la realidad.
Pedro Sánchez desgrana, durante casi dos horas, sus proyectos de gobierno sin mencionar a Unidas Podemos hasta el final, como si dispusiera de mayoría suficiente con 123 diputados. Sánchez pide a Pablo Casado y a Albert Rivera, reiteradamente, que se abstengan para facilitar su investidura. Por sentido de Estado, pero no dependen de los nacionalistas a los que desprecia como si ni siquiera estuvieran en el hemiciclo.
Por más que se negaran Casado y Rivera, Sánchez seguía requiriendo ese voto de abstención con una sonrisa entre beatífica e irónica. Rivera estaba cada vez más fuera de sí, como ya es habitual. Casado reaccionó con más sensatez, alucinando de lo que ocurría. Sus posibles socios deben estar estupefactos porque no ha contado siquiera con quién quiere hacer el gobierno, le dijo. Luego la emprende con el romper España y los cambios climáticos que nos devuelven a la realidad de quién es.
Rivera dio un recital completó. Mezcló, teatro, perdices, trucos, los huesos de Franco y mucha España suya. Comparó las protestas recibidas en su empeño de sacar rédito político a sus provocaciones al colectivo LGTBI con ETA. Llamó “banda”, repetidamente, a los apoyos de Sánchez. Aitor Esteban (PNV) le ha respondido este martes: “Cuando le miro también veo una banda, pero de mariachis dando siempre la nota desde la tribuna”.
Llegado el turno de Unidas Podemos, Sánchez desplegó su estrategia: “Si al final no llegamos a un acuerdo, hay otras opciones”, como un pacto de investidura, apoyos puntuales. El gobierno conjunto en cualquier variedad se desvanecía tras semanas de aparentes negociaciones. Iglesias respondió con las ofertas del PSOE que calificó de un mero decorado y que detalló. Llegó invocar el candidato a los “periodistas” de la manifestación ultra de la Plaza de Colón como arma contra Pablo Iglesias. Tres meses para llegar a esto y así. Aquí un resumen.
No iba a recibir lecciones el PSOE “tras 140 años de historia”. “Muy amplia”, apostilló el líder de Podemos. “Si nuestro partido existe fue por sus errores. Sin sus errores, no estaríamos aquí”. La voladura de puentes se produjo cuando Pedro Sánchez dijo y repitió: “Piénsese mucho votar con la ultraderecha en contra de un gobierno socialista”. Y remató con una frase que entra en el terreno del hooliganismo propio, precisamente, de esa derecha: “Por cierto, Ciudadanos, PP, Vox y ustedes suman. Mayoría absoluta. Ale, pónganse de acuerdo”. Todo un canto de amor y respeto. “Si usted no llega a un acuerdo de coalición con nosotros, temo que no será presidente de España nunca”, concluyó Iglesias entrando ya en el terreno de la irritación.
Las palabras que se dicen quedan ancladas; el intento de humillación, a la vista de todos, ¿quién recompone esto? Incluso en el burdo fango de la política de partido, cuesta. Pide el PNV más esfuerzo al PSOE. “Nosotros votamos la moción de censura gratis. Hoy están jugando a la ruleta rusa con darles una segunda oportunidad a Casado y a Abascal para llegar a La Moncloa”, le dice Gabriel Rufián de ERC. El dirigente republicano ha traído de lleno a Catalunya y a los políticos catalanes encarcelados al debate que quería obviarlos. Y ha dicho que “eso no va de políticos independentistas sino de derechos y por este camino un día serían 11 sindicalistas, 11 periodistas críticos, etc...”.
Se espera un acuerdo in extremis para no repetir elecciones. O no. Esto es así ya desde hace un tiempo. Unidas Podemos sigue estando proclive, dice, y ahora el PSOE teme perder “el relato” y que les culpen a ellos de volver a las urnas. La maquinaria les liberará de esa carga para echarla toda sobre Pablo Iglesias. Pero no se resuelve nada. Ni mucho menos se garantiza un nuevo triunfo del PSOE, y menos todavía una mayoría absoluta que le permita gobernar solo como quiere. El posibilismo quiere abrirse paso sin afrontar grandes cuestiones pendientes. Entre ellas no es menor la actual versión del candidato a presidente.
“Muerto” una vez Pedro Sánchez a manos del ala derecha de su partido, revive y logra la escueta cifra de 84 diputados. Una moción de censura le llevará al gobierno así y a la promoción que tan excelentemente supo aprovechar. Pero vuelve a alguna casilla más atrás con el aura de su actividad internacional que igual con sus oropeles le aleja de la realidad. ¿Se ha preguntado qué le dirán en Europa de su trato al aliado necesario? A ver si lo entienden. Depende de qué Europa, claro.
La amenaza vuelve a ser la triple derecha de estreno oficial en la sesión de investidura. Pablo Casado que, de cadáver político, se ha consolidado en líder, por abandono de sus contrarios. Rivera perdido en la senda de sus broncas ultramontanas y Abascal que es como un tebeo de Roberto Alcázar. Y es una amenaza seria y a alejar por encima de todo. Aunque precisamente Pedro Sánchez no lo cree así. Ha dicho en el Congreso que los votantes no se movilizaron por esta razón sino por el deseo de cambio que veían en el PSOE.
Quizás ingenieros emocionales, muy experimentados en estas lides, sepan cómo se recomponen los puentes rotos tras vapuleos difíciles de asumir. El problema es más complejo aún. Una nueva era está aquí. Partidos especializados en ganar elecciones, sin más. Candidatos impresentables –como Boris Johnson en el Reino Unido– que con un historial disuasorio llegan a presidir el gobierno porque se han hecho famosos por sus tropelías. Todo se convierte en juego, en distracción, en artificio, mientras los problemas y los anhelos reales persisten. Una parte de la sociedad perdida y manipulada, oscila entre el click obsesivo con la abstracción de la responsabilidad colectiva y el retorno del fascismo teñido de cerriles telarañas.
En este contexto, ¿forman parte Pedro Sánchez y sus tácticas de la solución? ¿Hay solución?