Galimatías... y tal

Si hay algún voto en el que todo ser humano puede coincidir con absoluta unanimidad, es aquella afirmación que nos sitúa presos en una burbuja se moviente, dentro de un vasto espacio sideral, contingente y finito. Y poco más. Porque la evidente experiencia humana en esta delicada burbuja, lejos de ser sosegada, es históricamente violenta por la crueldad de sus especímenes entre sí y de éstos con el medio que lo envuelve y la tierra que lo cobija. Y tal es la capacidad de agresividad a su alcance, que unos científicos atómicos han publicado la advertencia de que, en un hipotético reloj de la historia, estaríamos solamente a 90 segundos de la media noche. O sea, que vivimos bajo una amenaza en ciernes, tan grande y desencadenada, como a minuto y medio de un probable apocalipsis.

Y es en ese ¿por qué?, donde está el jugo. Porque presupone sin más, un gran fracaso como especie humana. A pesar de la ingente evolución científica y cultural de nuestro tiempo, basta asomarse a la calle, para observar la gran algarabía en la que estamos inmersos. En ese gran proceso evolutivo seguimos incapaces de calmar a ese gran monstruo antisocial y alienado, que nos arrastra hacia un borde abisal.

Estamos enfrascados en un inagotable relato antagónico como escudo de batalla y trofeo de victoria. Una falsa Historia rebuscada. Una prevaricada narrativa fundamentada en el cohecho humano. Porque ni la verdad, ni la honestidad pintan nada en esa loca carrera tras una desigual acumulación de un “botín” de absurda raíz virtual.

Por eso mismo nos cocemos en un caldero de incoherencia y embuste noticioso. La guerra, una atrocidad desalmada, encuentra afinidad y beneplácito en los profundos bolsillos de respetuosos consejeros, en encumbradas asambleas de venerables accionistas. La economía, una no-ciencia, más bien religión, con más actos de fe que certezas, distribuye más miseria que riqueza. La religión, una consagración del patriarcado, en cuyos sacros libros, no se nos revela el género de los ángeles, pero sí encontramos un desnudo cicatero del sexo de Dios.