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Sobre la ironía

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Muy de moda últimamente, aunque sea todo lo contrario a tomarse en serio, precisamente, eso de la ironía, entendida como un buen ejercicio, tonificante y recomendable, sin duda, como para aprender, saber y querer reírse de uno mismo, al menos para empezar, y en todo caso como norma de conducta que ponga en almoneda la dogmatización de lo que se piense y se diga.

Sin confundir la ironía con el sarcasmo y escarnio, con muy mala baba por cierto si es que así se procede, porque ya no se trataría de la auto burla, de saber ponerse en cuestión a uno mismo, si no del innoble ejercicio de la mala bilis que necesita burlarse del otro, humillar y menospreciar, lograr acusar al otro de lo que uno hace y mal hace.

“Cervantes, que inventó la ironía moderna, mostró que Sancho Panza es un tonto, pero también un sabio, y que don Quijote es ridículo, pero también heroico. Eso es la ironía: la revelación deslumbrante de que la realidad no es unívoca, de que una cosa puede ser una cosa y su opuesto, de que existen las verdades contradictorias, por usar la fórmula de Isaiah Berlin”. Javier Cercas.

En contra del postureo de tanto fanático/a, gurú, oráculo jaleado o paradigma del “ridículo vanidoso”, preferentemente si así se comporta frente a un auditorio rendido o una cámara que lo lisonjee.

Frente a tanto sabiondo/a que vapulee el buen tono de quien supone, anuncia y pone en cuestión su propio criterio frente al del resto, porque de eso trata la ironía, de darse un tiempo para reflexionar, dudar y proponer, frente a los jacobinos que anteponen, un día sí y otro también, sus verdades absolutas, intratables ante la masa que se ofrezca rendida, maniatada, ante tanto dogmático en posesión de “las luces” que no deslumbren al resto, o precisamente, por todo lo contrario, es decir por el deslumbramiento inevitable, tan clarividentes desde sus plataformas voceras, a resguardo de “jugar siempre en casa”.

Así pues estamos en un tiempo de sobreactuaciones populistas y maniobreras, incapaces de asomar, siquiera una media sonrisa, una debilidad en sus argumentaciones implacables, aunque al final se decante el discurso, por ejemplo, por la percepción de la ambigüedad del escribiente, en su caso, conclusión a la que ha llegado los doctísimos académicos de la RAE, en la decisión de si tilde o no tilde en el “sólo” como adverbio, el del “solamente” de toda la vida, dejando la decisión última en el propio que esté escribiendo el documento que proceda y “perciba o no” posibilidad de ambigüedad en cada caso. Es decir que tanto académico de rigodón y, al cabo, es el palmero de poca monta que habrá de decidir. ¡Vamos! Como para tirar de ironía ante tanta prosopopeya de ilustrísimas sabiondas de la Lengua, con o sin mayúscula.

Como para recordar en este caso la sentencia sabia de un catedrático de Lingüística de la Universidad de La Rioja, el profesor Manglado, cuando dictaba a su alumnado que “el habla pertenecía a los hablantes”.

Mientras queda apartada la ironía como una tentación que invite a la debilidad que no pueden mostrar los “oráculos” de ls verdad… “siempre enfadada”.

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