Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Imagine que mañana se convocan elecciones municipales. Seguramente, ustedes evaluarán la gestión realizada por el equipo de gobierno de su municipio desde que fueron elegidos, quizá pensarán en qué alternativas existen entre los grupos de oposición, y en función de estas reflexiones votarán a favor de la actual alcaldesa o de sus contrincantes.
Imagine ahora que, en mitad de la noche electoral, mientras unos alcaldes celebran el apoyo de sus vecinos y otros asumen su derrota, las autoridades electorales competentes hacen un sorprendente anuncio:
“A causa de una secuencia de errores informáticos, administrativos y de comunicación, las elecciones que se deberían haber celebrado hoy no eran las elecciones municipales, sino que se trataba de elecciones al Congreso de los Diputados. Reunidos de urgencia con los representantes de todas las fuerzas políticas, y ante la imposibilidad legal de convocar unas nuevas elecciones legislativas, hemos decidido agrupar los votos obtenidos por los candidatos a concejales de cada partido en todos los municipios de una misma provincia, y asignar diputados al Congreso a cada candidatura como si se tratara de unas elecciones legislativas ordinarias.”
Un total disparate, ¿no les parece? Pues más o menos así es como funcionan las elecciones al Parlamento Europeo. Los votantes premian o castigan a los partidos en clave exclusivamente nacional, durante unos días políticos y “expertos” escudriñan el “mensaje” que la ciudadanía ha querido “mandar” al gobierno y a la oposición, pero un tiempo después estos diputados empiezan a viajar a Bruselas y a Estrasburgo, forman grupos políticos con otros diputados de otros países, y empiezan a decidir sobre cuestiones sobre las cuales pueden tener la absoluta certeza que no serán fiscalizados por sus electorados cinco años después.
Algunos datos: En la encuesta que realizó el CIS a con posterioridad a las últimas elecciones europeas de 2009, por cada encuestado que decía que lo que más había tenido en cuenta a la hora de votar era “los temas relacionados con la Unión Europea y el Parlamento Europeo” había más de cuatro que reconocían que había influido más “la situación política actual de España”. Según esa misma encuesta, sólo uno de cada tres españoles consideraban que al votar en las elecciones al Parlamento Europeo elegir al partido que tenga mayoría en ese Parlamento era más importante que premiar o castigar al gobierno nacional. Como en el estrafalario ejemplo anterior, la mayoría de los votantes estábamos pensando en unas elecciones pero en realidad votando para otras.
En un reciente trabajo (incluido en este volumen colectivo sobre las elecciones europeas del 2009) estudié con algo de detalle cómo evolucionaba el voto a los partidos que habían concurrido en al menos en dos elecciones al Parlamento Europeo en función de las circunstancias nacionales y europeas de cada momento. Encontré que el crecimiento económico en la UE en el momento de la elección no tenía ningún efecto en el voto a los partidos que formaban parte la Comisión Europea en cada momento, pero sin embargo el estado de la economía en cada país sí afectaba al voto a los partidos que estaban en ese país en el gobierno. Y como muestra el gráfico 1, que representa el estado de la economía en el momento de cada elección (eje horizontal) y la magnitud de este efecto económico “nacional” en el voto (eje vertical), es en épocas de crisis económicas cuando el voto en las elecciones al Parlamento Europeo parece nacionalizarse aún más.
Gráfico 1. Situación económica y efecto de la economía nacional en el voto a las elecciones al Parlamento Europeo. Fuente: José Fernández-Albertos, (2012) “Las elecciones europeas y la economía: ¿son estas elecciones referéndums sobre los gobiernos nacionales?” en Mariano Torcal y Joan Font (eds.) Elecciones Europeas 2009 (Madrid: CIS).
¿Debe preocuparnos todo esto? Alguien podría pensar que, dado que la Unión Europea es una estructura política sui generis, no debería extrañarnos que el modo en el que los europeos eligen a sus representantes en las elecciones comunitarias también lo sea. Y si pensamos en el Parlamento Europeo como un mero de órgano de representación plural de las preferencias de los europeos dentro de un complejo sistema de toma de decisiones sobre materias fundamentalmente técnicas cuyo contenido no es de especial interés para la ciudadanía, el que los representantes hayan sido elegidos de esta manera “original” tampoco sería particularmente grave. Al fin y al cabo, si la gran mayoría de las decisiones en el Parlamento Europeo son consensuadas entre los principales grupos políticos, ¿qué más da que las circunstancias nacionales hagan que los socialdemócratas o los conservadores saquen unos votos más o menos en cada elección?
Pero si pensamos en la Unión Europea como un lugar donde con cada vez mayor frecuencia e intensidad se adoptan decisiones de carácter distributivo (es decir, generadoras de ganadores y perdedores) y sobre las cuales los ciudadanos aspiran a poder opinar y a decidir de manera democrática premiando a los gobiernos que satisfagan los deseos mayoritarios de la ciudadanía y castigando a aquellos que no, entonces el hecho de que los votantes articulen sus votos nacionalmente sí es un problema, muy parecido al que tendríamos si el Congreso de los Diputados fuera elegido con el estrambótico procedimiento descrito más arriba. ¿Cómo castigar a los políticos europeos cuyo desempeño no sea satisfactorio, cómo cambiar el rumbo de las políticas europeas rechazadas por la mayoría, cómo apoyar o influir en los programas de gobierno europeos si cada europeo elige a sus representantes comunitarios pensando en la popularidad de sus políticos nacionales de turno?
No está nada claro si los europeos seremos capaces de “normalizar” nuestras elecciones al Parlamento Europeo en el medio o largo plazo. Yo soy escéptico. Pero de no hacerlo, me temo que habrá que resignarse a que la mayor integración política que según muchos hoy el continente necesita vendrá de la mano de una pérdida de nuestra capacidad colectiva de decidir sobre las políticas que nos afectan.
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