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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Mujeres encadenadas

Acción en Panamá contra la trata de personas, un problema global.

Lucía Martínez Odriozola

“El proceso de captación de víctimas para la trata de origen nigeriano se realiza en ceremonias espirituales de vudú, en las que se establece un pacto mediante el cual el traficante se compromete a organizar el viaje y financiar los gastos derivados del mismo, mientras que las mujeres, por su parte, le prometen obediencia, pagar la deuda y no acudir a la policía ni delatarle. El vínculo ritual es, por tanto, un elemento de suma importancia en este tipo de delincuencia con origen en el continente africano”.

Así concluía la nota que divulgó este lunes el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco. En ella, daba cuenta de una operación que se saldó con la detención de dos varones –uno nigeriano y el otro camerunés– y la liberación de tres mujeres de nacionalidad nigeriana víctimas de trata: tres mujeres desencadenadas. La operación, en la que también participó la Policía nacional, se inició en agosto en Bilbao, cuando la policía autonómica tuvo noticia de que una mujer nigeriana estaba siendo obligada a prostituirse contra su voluntad.

Según el relato de la nota policial, la mujer había sido captada en Nigeria. La engañaron con promesas de que trabajaría en la hostelería o en el sector de la limpieza. Ella ve la luz, ve una oportunidad de salir de la miseria en la que vive en su país. El tratante –un hombre de su misma nacionalidad, que conoce a su familia­ y sabe dónde vive– le ofrece un préstamo para realizar el viaje. Como aval de los 30.000 euros, recurren a las costumbres y tradiciones de aquella sociedad, a rituales del vudú, ante los ojos de su propia familia. Los ritos suelen consistir en reunir unos cuantos vellos púbicos, sangre de algún animal o de la propia mujer y guardarlos en una bolsita o recipiente que el prestamista custodiará como garantía del pago.

Ahí comenzó para ellas un viaje de más de tres meses por Nigeria, Níger, Libia, Italia y Francia. Una ruta de penalidades. Durante ese tiempo, convivieron con un centenar de mujeres en las mismas circunstancias; es decir, un centenar de víctimas de trata en manos de organizaciones criminales. Atravesaron zonas dominadas por el grupo terrorista Boko Haram, cruzaron el desierto, vieron cómo alguna de sus compañeras era vendida como esclava antes de salir del continente africano. El horror.

A su llegada a Bilbao, la prioridad es saldar la deuda, pagar los 30.000 euros. Las obligaron a prostituirse, pero sin obtener ellas ni un céntimo para su supervivencia, hasta el punto de que se vieron obligadas a pedir dinero por las calles. Todo ello, además, con amenazas, palizones, agresiones sexuales. Y algún diario se atreve a llamarlas 'hienas'. Quizá no a ellas, pero sí a otras en su situación.

Del otro lado, en Nigeria, una familia, que las cree asentadas en la civilización; y la bolsita de cualquier color, esa que contiene su vello púbico y que es la garantía del prestamista, del tratante, del esclavista.

El vudú es una religión sincrética muy practicada en determinadas zonas de África. Se trata de creencias sólidamente asentadas, tanto que quien cree en él y en sus cultos puede llegar a sufrir las malas consecuencias que espera de los rituales mágicos. Dicho de otra forma, puede enfermar o creer que su familia enfermará y morirá. Es un sistema muy eficaz para el traficante, porque las tiene esclavizadas sin necesidad de cadenas, sin necesidad de encerrarlas en un piso bajo llave, sin necesidad de trasladarlas a prostíbulos de carretera alejados de cualquier lugar en el que puedan pedir ayuda.

Es improbable que lo hagan porque, durante ese largo viaje de su país de origen a la anhelada civilización, son aleccionadas muy eficazmente. Las convencen de que los agentes de las policías de frontera son seres malvados que las van a golpear, robar, vejar y violar antes de devolverlas a sus países de origen. Les hacen creer que de la repatriación no se libran. De modo que es muy improbable que se les ocurra ni por un momento confiar en ellos para zafarse de la organización criminal.

Además, los traficantes les quitan los papeles, las dejan indocumentadas, las someten a continuas amenazas y agresiones y, si tienen hijos, los secuestran. En ocasiones, las obligan no solo a prostituirse, sino a robar a sus clientes, a traficar, a realizar cualquier tarea que sirva para lucro de la organización. Son esclavas y la explotación sexual, como en el caso de las tres liberadas en Bilbao, no es el único de los fines.

Otras variantes de tan productivo negocio son los matrimonios forzosos, el tráfico de drogas (usando, por ejemplo, a mujeres embarazadas como correos), la explotación laboral, la venta de órganos o tejidos, la experimentación biomédica. Personas, no solo mujeres, usadas como bueyes de carga, como conejillos de indias, como granjas de órganos para personas adineradas del primer mundo, de ese que engendró los derechos humanos. Y no siempre son mayores. A veces, la trata es de niñas y niños, seres muy pequeñitos y desprotegidos.

Estamos hablando de seres humanos tratados como mercancía. Por eso es importante que no se confundan los términos. El tráfico de personas es un delito contra el Estado en el que puede haber falsificación documental y cruce irregular de fronteras, pero puede ser voluntario, puede ser la vía para que personas refugiadas de guerra o económicas alcancen Europa, por ejemplo. En el tráfico, el negocio es el servicio, es decir, el traslado.

La trata, por el contrario, es un delito contra las personas, se fundamenta en el engaño y no siempre implica cruce de fronteras. De hecho, se han detectado casos de trata con niñas nacidas en territorio español. Como me decía recientemente una abogada experta en el asunto, lo importante no es la nacionalidad, sino el hecho de que muestra que el sistema está impregnando profundamente nuestra sociedad.

La trata con fines de explotación sexual no debe ser confundida con la prostitución. En la prostitución se cobra cuando se presta el servicio; mientras que en la trata, como la personas es la mercancía, se paga una vez. A partir de ahí, cada servicio es un ingreso para la organización criminal.

La trata es forzosa. Esas mujeres no son libres, ni tienen libertad de movimientos, ni condiciones dignas de vida, porque su dignidad les ha sido arrebatada mediante engaños. En la trata, el victimario es el explotador sexual, con la colaboración indispensable del cliente. Sin cliente, no hay negocio. Sin cliente, no hay explotación sexual.

Y ellas son las víctimas. No delinquen, no se prostituyen, no roban, no trafican, no cobran, no ganan. Siempre pierden. Están privadas de sus derechos humanos. Y esto sucede aquí, a poca distancia de nuestros confortables hogares, en ese lado de la sociedad al que nos estremece mirar.

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