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Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

Por sus frases les conoceréis

El presidente del PP, Pablo Casado (derecha) y el secretario general, Teodoro García Egea (izquierda).

José Luis Sastre

Cuando Dolors Montserrat empezó a disparar palabras y fue de la prostitución a la dacha, de las herriko tabernas al máster, las caras del PP se volvieron asombradas e incrédulas. Aplaudieron, claro, porque el Congreso es ya un estadio donde se anima al equipo aunque se meta un gol en propia puerta, pero si no se ruborizaron de la vergüenza fue para no parecer unos rojos. Hubo, en cambio, una excepción notable. Pablo Casado asentía de satisfacción. De aquella intervención de Montserrat en la que no se entendía nada se acabó entendiendo todo: el PP quiere ruido, desgaste. Como si el Gobierno no se bastara para desgastarse solo.

Existen dudas en el PP con su portavoz parlamentaria pese a que apenas las confiesen porque es aún pronto y porque, además, conviene chistar poco, que están a medio hacer las listas electorales. Existen dudas incluso con la idea de Casado de plantarse en Bruselas como hizo el miércoles para hablarle a Merkel muy bien de España y muy mal de su Gobierno. Pero qué se le va a hacer, el líder lo ha dispuesto así: “Esto no es ir a hablar mal de España como alguno intentó manipular. Manipulaciones, las justas”.

En esos comentarios sueltos, que compiten con ellos mismos por conseguir retuits y telediarios, es donde el presidente del PP construye su personaje e ilumina a su entorno. Luego llegan las salidas de Tejerina con los niños andaluces y hasta la intervención de Montserrat en el Congreso. Por muy ilógica que parezca, esa intervención tiene un motivo: si Pedro Sánchez se descolgó de un molino en la tele y llamó a Sálvame para que le conociera el gran público, los nuevos líderes del PP procuran su notoriedad a partir de frases. Tratan de imitar a Rajoy, lo que son las cosas. Pero también para eso hay que saber.

Mariano Rajoy, que sentía aversión por los medios, andaba siempre envuelto en sus frases para protegerse de cualquier calamidad. Las usaba como un superpoder, ya fuera en la Audiencia Nacional (“hacemos lo que podemos significa que no hacíamos nada”, dijo de sus mensajes a Bárcenas) o en el mismo Congreso. Y cuanto peor, mejor para todos; beneficio político, el suyo. Para eso hay que valer y Casado no tiene la habilidad de hilar una frase con los vecinos que quieren que sean los vecinos el alcalde. Casado lo intenta, aunque le salga distinto, y habla sin sonrojo de la hispanidad y el periodo más brillante en la historia de la humanidad y después de la eutanasia, que no es un problema en su mundo, y hasta del populismo, que emerge “igual que el ludismo”. Si parecen ocurrencias, no lo son. Son otra cosa. Los clásicos lo llamarían ideología. Ahora tendrá otro nombre, lo más seguro que en inglés, para que suene moderno. 

Casado frasea. Se entiende: cuando nadie daba un duro por él en la batalla del PP, se hizo notar con arrebatos polémicos, sobre la inmigración los que más. De las guerras del abuelo y las fosas de no sé quién acabó catapultado hasta el mismo trono. Así que cuando Soraya Sáenz de Santamaría fue a desplegar su abanico ante la militancia del partido, Casado ya la tenía rodeada con frases de Ronald Reagan. Pese a que venció, el líder todavía persiste con la misma inercia, quizá porque la competición no ha acabado y ahora la libra contra Albert Rivera. 

Así avanzan las semanas, en fin, entre antologías de Pablo Casado y rectificaciones del Gobierno, que es lo que trata de gestionar el PSOE junto a la agitación por el pacto con Pablo Iglesias y su visita de ayer a Oriol Junqueras en prisión. Cuando Sánchez aclaró que por el Gobierno sólo negocia el Gobierno no está del todo claro si lo dijo para que le escucharan sus socios de Podemos o sus compañeros de partido. Susana Díaz había mandado la primera señal, igual que hizo al momento el ministro Borrell, que, sin embargo, dirigió su mejor frase a los soberanistas: “¿Qué se apuestan a que votan a favor de los presupuestos? ¿Doble o sencillo?”.

Si quienes hicieron presidente a Sánchez componen el bloque que asegurará las cuentas y la estabilidad del Ejecutivo, harán falta más que chascarrillos. O palabras de otro tipo, porque en el PSOE recelan de Iglesias, de quien desconfía ERC, que apenas se lleva con el PDeCAT (por algo gobiernan juntos). Necesitan tanto un acuerdo, que no hacen más que pelearse. Eso sin mentar al PNV, que tiene que encajar en la ecuación. En conjunto, todo parece una mezcla de improvisación, intereses y ocurrencias, pero seguro que eso no es más que la típica frase ligera que uno escribe para acabar un artículo.

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