Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Aznar mete a la política española en la máquina del tiempo para volver a su época

Aznar entra en la Sala Cánovas escoltado por Pablo Casado y otros diputados del PP.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Por dos veces en la comparecencia de José María Aznar en la comisión que investiga la financiación del Partido Popular, se escuchó la frase que resumió el estado de ánimo de la anterior dirección del PP acosada por la corrupción de Gürtel: “Nos estamos comiendo la mierda de Aznar”. Con esa dieta de tan poco valor nutritivo, no es de extrañar que perdieran 3,6 millones de votos entre 2011 y 2015. 

En la mañana del martes, el presunto origen de esa “mierda” apareció en el Congreso para dar cuenta de tantos intestinos aflojados y los rastros que han dejado en varios sumarios judiciales y en la primera sentencia de la Gürtel. Era el día de José María Aznar, de 65 años, expresidente, y de profesión actual, sus negocios.

Pero los tiempos han cambiado bastante desde mayo, cuando tantos dirigentes del PP estaban hartos del legado que había propiciado Aznar. Ahora quien dirige el partido es un antiguo protegido del hombre que eligió a Rajoy de sucesor y luego se arrepintió. Por eso, sonriente como el alumno aventajado que venera a su mentor, Pablo Casado acompañó al expresidente del Gobierno hasta la Sala Cánovas, donde se celebró la comisión. 

Luego Casado se fue, al no ser miembro de la comisión, y se quedó en la sala el número dos del partido. Debieron tomar notas, porque lo que presenciaron fue una clase magistral, un máster en versión reducida y sin trabajo final –es decir, el normal– sobre cómo se hacía política desde la derecha en la época del expresidente. 

“No tengo que pedir perdón por nada”, dijo Aznar en los primeros minutos de una comparecencia de algo más de cuatro horas. Ni siquiera se manejó la idea de que “corrupción, hay en todos los sitios” de Rajoy. Se acabó el estilo campechano de Rajoy, la ideología liviana de Sáenz de Santamaría e incluso la dureza de Cospedal que se tornó vulnerable cuando le cayeron encima los papeles de Bárcenas como si fueran todos los tomos de la Enciclopedia Británica. 

Aznar marcó el camino a sus jóvenes herederos, un viaje al pasado del que tienen que copiar la pauta. Vuelve el PP del macho alfa, la cornamenta levantada para embestir a los adversarios, la negativa a reconocer el más mínimo desliz. 

Por lo visto en los últimos días, Casado sí que ha ido a todas las clases de ese máster.

Y cuanto más rabien los otros, mejor para el cuerpo. En un momento dado, Aznar puso un brazo por detrás del respaldo de la silla, sonriente y en plan sobrado, como si se lo estuviera pasando en grande en una tertulia de la tele. 

Por tesoreros no me viene nada

Tanto se aplicó el expresidente en erigir un muro ante las acusaciones que le llegaban desde los portavoces de los partidos, tanto se ocupó de negarse a admitir cualquier responsabilidad en el nombramiento de muchos imputados, en la caja B del PP o en los contratos concedidos por el partido a una organización criminal, que llegó a presentar un escenario por un lado inaudito, pero por otro muy conocido por aquellos que han seguido la investigación de la corrupción en el PP durante años. 

El diputado del PNV Mikel Legarda le preguntó qué relación tenía con tesoreros y gerentes del partido. Aznar respondió que sólo conoció a uno, y sólo era “la relación que podía tener con cualquier empleado”. Y se calló. No dijo más.

Legarda le recordó después una transcripción de las palabras del anterior tesorero Rosendo Naseiro, donde se decía que estaba “bajo supervisión y criterios de don José María Aznar”. Y que Aznar le presentó a un joven llamado Palop que se ocuparía de todo lo relacionado con la Comunidad Valenciana, no del partido, no del programa, sino de la pasta que se podía sacar de allí.

Aznar no se inmutó, porque el muro está levantado desde hace tiempo. Los estatutos estaban escritos para que supuestamente el tesorero respondiera ante el Comité Ejecutivo Nacional. En un partido tan presidencialista como el PP, casi un imperio zarista, resulta que el máximo líder se enteraba menos de las cuestiones de dinero que el presidente de una comunidad de vecinos. 

En una paradoja que no se molestó en explicar, se había negado antes a reconocer que existiera una caja B en el PP, acreditada en la sentencia de la Audiencia Nacional. Más tarde, dijo que no tuvo ninguna relación con los asuntos económicos del partido. Cómo puede estar seguro de lo primero si no se enteraba de nada de los temas del dinero es algo que queda a la interpretación de cada uno. 

Fue ahí cuando, para dar otra lección a los jóvenes cachorros o para pasárselo por la cara a los diputados que le interrogaban, se permitió otro gesto de chulería: “Me lo estoy pasando bastante bien esta mañana. Como para querer volver”. Como muestra de respeto a la institución, no puso los pies sobre la mesa. 

Duelos personalizados

Por lo demás, Aznar tuvo tratamiento personalizado con sus interlocutores más duros. Con el socialista Rafael Simancas, cuya carrera política se vino abajo por culpa del tamayazo, no fue demasiado duro. Le perdonó las referencias a El padrino. Se permitió ningunearle al final con la recomendación de que superara “sus frustraciones”. 

Con Gabriel Rufián, fue en general condescendiente, excepto en algún momento muy concreto (“usted es el representante de un partido golpista que quiere acabar con España y el orden constitucional”, dijo en lo que casi es una frase por defecto de la retórica aznariana habitual).

A la primera referencia a la boda de la hija de Aznar en El Escorial en 2002 –ese episodio valleinclanesco más propio de los turbulentos años finales de la monarquía de Isabel II–, el expresidente respondió sólo en plan irónico, sin perder los nervios por haberle mentado a la familia: “Yo no me casé ese día, sabe usted”. Como si no hubiera tenido nada que ver con la organización de la boda y la elección de El Escorial se hubiese hecho porque era la única iglesia libre ese día.

Sólo se sulfuró cuando Rufián le preguntó si la boda se pagó con las “mordidas de la Gürtel”. El teatral enfado le sirvió para no tener que dar una respuesta. Otra referencia a El padrino fue encajada sin furia.

Al despedirse de Rufián, que hizo lo posible para sacarle de sus casillas, le aconsejó que no siguiera por ese camino en su carrera política, el del “histrionismo”. Mientras los diputados del PP se ponían como fieras con las intervenciones de Rufián (les llamó ladrones y carceleros), Aznar prefería hacer algo de coaching

En el caso de Toni Cantó, todo fue breve y hasta relajado. El diputado de Ciudadanos fue tan respetuoso con Aznar –sí le dijo que debería haber sido “menos chulesco”– que dio la impresión de que había recibido instrucciones de Albert Rivera al respecto. No sería extraño. Aznar nunca ha sido muy duro con Rivera.  

Pero hay que recordar que gracias a una pregunta de Cantó sobre el intento de Aznar de hacer negocios como intermediario con la Libia de Gadafi, el expresidente dijo que Pablo Casado no tuvo nada que ver con esas gestiones. El mismo Pablo Casado que aparece en el contrato para ocuparse de las comunicaciones entre las partes implicadas. 

A golpes con Iglesias

Con Pablo Iglesias, todo fue un combate cuerpo a cuerpo más áspero. A los dos les convenía sacudir duro y no les venía del todo mal encajar algunos golpes para que quedara patente las dimensiones del enfrentamiento. El líder de Podemos intentó provocarle y lo consiguió. Hasta en cuatro ocasiones, le advirtió contra el vicio de mentir: “Le recuerdo que tiene la obligación de no mentir”.

Aznar se cansó de tanto consejo y allá fueron de respuesta Venezuela, Irán, Monedero, lo que cobró en “un paraíso fiscal”... toda esa materia prima salida de informes policiales reunidos por comisarios corruptos, sin entidad para ser aceptados por un tribunal, y eso que era en la época en que los informes se afinaban, en expresión de Jorge Fernández Díaz.

Ese material sirvió para llenar algunas portadas de ABC y minutos televisivos de Eduardo Inda en La Sexta hasta que la Fiscalía del Tribunal Supremo, ese organismo lleno de islamistas ateos populistas, decidió tirarlo a la papelera.

Y ahí acabó todo. No había que esperar más porque a fin de cuentas se trataba de una comisión de investigación del Congreso y nadie ha descubierto que la Cámara haya podido investigar algo nunca.

Etiquetas
stats