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Los arqueólogos del CSIC hallan un campo de concentración franquista intacto en la España vaciada

Restos de uno de los barracones de piedra de Jadraque, cerca de los cuales fueron descubiertos los fosos que alojaban a los prisioneros.

Peio H. Riaño

Jadraque, Guadalajara —

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Hay tan poca gente que los corzos se dejan ver a las once de la mañana, sin miedo ni prisa al cruzar la carretera que en la siguiente curva perderá el asfalto y se convertirá en una pista de tierra. El último pueblo que hemos dejado atrás, muy próximo a la carretera de Barcelona, está vacío a la espera del verano. Por esta parte de La Alcarria no pasó ni Camilo José Cela en su famoso viaje. Está tan abandonada que no hay ni basura. Los únicos restos que nos encontramos son las latas de conservas que dejaron los soldados franquistas y pequeños vestigios de los prisioneros del campo de concentración que vivieron el último de sus días en este bosque de carrascas y quejigos. 

En los mapas que señalan los 300 campos de concentración franquista no hay una localización exacta del de Jadraque, en Guadalajara. En el pueblo lo conocen, han jugado de niños en los barracones de piedra en los que vivieron los soldados del ejército de Franco. Son los únicos que quedan en pie, ensartados por las ramas de los árboles y los matorrales que crecen sin freno y esconden la memoria de la humillación y la represión.

Donde no era habitual ver a los vecinos era en los casi 30 túmulos que aparecen a ambos lados de un camino muy estrecho. En tiempos de máxima ocupación llegaron a albergar a más de 4.000 personas, que debieron de vivir en unas condiciones pésimas en estos agujeros horadados en el suelo. Son franjas que han sido tomadas por la vegetación y ahora descubiertas por el grupo de arqueólogos del Incipit-CSIC, liderado por Alfredo González-Ruibal y Luis Antonio Ruiz, con financiación para tres semanas de trabajo de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. 

Un crimen de guerra

No ha pasado el tiempo ni las personas y los restos se mantienen congelados sobre el terreno y debajo de la maleza. Ahora el equipo de ocho personas mueve tierra y arbustos para descubrir las condiciones en las que estuvieron desde 1937 los prisioneros. Los sublevados primero usaron a los reclusos republicanos capturados en el norte para levantar los barracones de los soldados franquistas, que luchaban en el frente de Guadalajara. Luego, entre marzo y abril de 1939 se convirtió en campo de concentración. Uno de cada 20 españoles estuvo prisionero en uno de ellos entre 1937 y 1939, cuenta Luis Antonio Ruiz. 

“Lo del campo de concentración no lo conocíamos”, dice el alcalde de Jadraque, Héctor Gregorio Esteban (PSOE). Fueron los investigadores locales Alfonso López Beltrán y Julián Dueñas quienes descubrieron las excavaciones en la tierra y los documentaron con un vuelo de dron. Una vez revisaron el Archivo General Militar de Ávila y los datos del Instituto Geográfico Nacional encontraron documentos que hablaban de la existencia en el monte de un puesto de mando, una central de transmisiones y un campo de concentración. Aquí hubo desde mayo de 1938 efectivos de la 74 División, el 131 Regimiento Bailén y la 73 División. Hasta marzo de 1939 hay censados un total de 4.338 prisioneros. 

Es decir, fue un recinto militar durante la guerra y, a partir de 1939, un campo de concentración efímero e improvisado, usado para concentrar a los soldados que se rendían en masa. Cuentan los expertos que los barracones se acabaron a finales de 1938, cuatro meses antes de que acabara la guerra. “Es el inicio de un periplo infernal que podía extenderse durante una década o acabar con la muerte. A partir de este bosque entraban en una cadena operativa que les llevaba por cárceles o campos de trabajos forzados. Todos estos centros son las factorías donde se elimina al sujeto que no puede ser incorporado al nuevo Estado”, resume Alfredo González-Ruibal a este periódico. 

“Este campo de concentración es una prueba de crimen de guerra, claramente. Aquí no se cumplieron las condiciones mínimas de tratamiento de los prisioneros de guerra. Estuvieron en zanjas, vivieron semienterrados, hacinados y mal alimentados. Si lo viéramos en Ucrania nos llevaríamos las manos a la cabeza”, asegura González-Ruibal. Vivían en madrigueras, rodeados por una cerca de alambre de espino. Nada que ver con la imagen popular de los campos del nazismo, organizados en barracones y calles trazadas. “Los tenían como si fueran ganado”, indica Luis Antonio Ruiz. 

Memoria intacta

Para el grupo de trabajo, el hallazgo es único porque se conserva intacto. Dicen que es difícil encontrar otro con una entidad material similar a la que hay en Jadraque. Se conservan trincheras, un campamento militar, un campo de trabajos forzados y el campo de concentración. Es un sitio de memoria, pero también de patrimonio. Apenas bastaría con clavar los carteles para museizar el lugar, bromean por el estado de conservación en el que se encuentra. Solo la voluntad política puede hacer realidad que este sitio no desaparezca.  

“Los restos que han quedado son de mucha identidad”, dice Ruiz, al que le llama la atención la falta de conocimiento que hay sobre los campos de concentración franquistas. “Fue un fenómeno masivo, prácticamente todo el mundo tenía uno a la puerta de su casa”, asegura el arqueólogo que está convencido de que en los próximos días irán apareciendo elementos decisivos para comprender cómo sobrevivieron a las inclemencias los presos en unas condiciones infrahumanas. El invierno de 1937 fue el más frío de los años treinta.

La causa del olvido, sostienen los arqueólogos, es el franquismo. “Tuvo muchos años para naturalizarse y para hacerse pasar por un régimen desarrollista de un autoritarismo blando. Luego, la Transición tampoco ayudó a denunciar el borrado de los hechos”, comenta Ruibal. Por si fuera poco, la represión de los vencidos en las poblaciones cercanas al campo de concentración no debió ayudar a mantener el recuerdo de un lugar infernal. Aquí se clasificaba a los prisioneros por su identidad política. Si eran leales, afectos al régimen o si había que fusilarlos. Los arqueólogos no esperan encontrar restos de cuerpos humanos porque los mataban en lugares apartados.  

Un lugar de silencio

En las fotografías aéreas que hizo la aviación norteamericana en los años cuarenta y cincuenta se observa un terreno bien diferente a la frondosa extensión que tenemos delante. En aquellas imágenes no hay ni rastro de la mancha verde que encontramos en los mapas actuales. La mayoría de los lugares traumáticos de la Guerra Civil fueron reforestados después de 25 años, invisibilizados y silenciados.

Además, lo normal es que estos espacios de represión se reciclen. No es el caso. Ha quedado congelado en el tiempo, escondido por el bosque que ha hecho el trabajo sucio y ha ocultado los crímenes. “La guerra pasó a ser un tabú. No querían hablar nada. Ayudó a que esto se olvidara”, dice el alcalde de Jadraque. 

Y después llegó el éxodo a las ciudades. El momento en que más población hubo en esta zona fue durante la guerra civil. La población se marchó y la memoria que resume la guerra y el inicio de la posguerra más terrible quedó envasada al vacío.

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