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Mutaciones en un gen que regula el estrés influyeron en la domesticación del perro

Perros en la calle San Andrés de Madrid

Toño Fraguas

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Los animales salvajes que, de manera más o menos esporádica, entran en contacto con seres humanos tienden a huir. Por eso el origen del fuerte vínculo entre las personas y los perros lleva décadas sometido a estudio desde diferentes disciplinas. Ahora la genética aporta su grano de arena: una mutación en un gen habría facilitado el principio de esa bonita amistad.

El resultado de la investigación, que hoy publica la revista Nature, apunta a que dos mutaciones en un gen relacionado con la producción de la hormona del estrés (el cortisol) pueden haber desempeñado un papel en la domesticación de los perros.

Esa mutación –según señalan los investigadores en una nota de prensa– habría permitido a los perros desarrollar habilidades cognitivas sociales para interactuar y comunicarse con los humanos.

Esta explicación no excluye otras teorías planteadas desde diversas disciplinas: como la que sitúa el origen del vínculo entre perros y humanos en el periodo en que unos y otros se disputaban las mismas presas. Los humanos habrían comenzado a matar a sus competidores, los lobos (que cazan en grupo, como nosotros) y se habrían quedado con los cachorros, que así empezaron a domesticarse.

Ahora sabemos que en la domesticación de los perros desempeñó un papel la modificación en los genes que controlan las hormonas que influyen en el comportamiento social, pero no se había establecido con precisión qué cambios genéticos podrían haber tenido lugar.

Un ejercicio para 624 perros

El investigador japonés Miho Nagasawa y sus colegas han investigado las interacciones cognitivas y sociales de 624 perros domésticos planteándoles dos tareas. En la primera, el perro tenía que decidir qué cuenco estaba colocado encima de comida y tenía que adivinarlo en función de las señales que le daban los científicos: acciones como mirar, señalar y dar golpecitos. Así se comprobaba la comprensión de la comunicación y los gestos humanos por parte del perro.

En la segunda tarea, se presentó al perro una prueba de resolución de problemas, que consistía en intentar abrir un recipiente para acceder a la comida. En esta tarea se midió la frecuencia y el tiempo que el perro pasaba mirando a los humanos, lo que representaba el apego social.

Los autores separaron a los perros en dos grupos en función de su raza: el llamado ‘Grupo Antiguo’ (formado por razas consideradas genéticamente más cercanas a los lobos, como el Akita y el Husky siberiano) y el ‘Grupo General’ (todas las demás razas, más alejadas genéticamente de los lobos). Los autores señalan que los perros del Grupo Antiguo miraban a los experimentadores con menos frecuencia que otros perros durante la tarea de resolución de problemas, lo que sugiere que estaban menos apegados a los humanos. No hubo diferencias significativas relacionadas con la raza en la primera tarea.

A continuación, los autores buscaron diferencias en los genes asociados a las capacidades cognitivas relacionadas con los humanos entre los grupos Antiguo y General, incluidos los genes de hormonas como la oxitocina, el receptor de la oxitocina, el receptor de otra hormona – la melanocortina 2–, y un gen llamado WBSCR17 que está implicado en el síndrome de Williams-Beuren (caracterizado por un comportamiento hipersocial en los humanos).

Dos cambios en el gen de la melanocortina 2 se asociaron tanto a la interpretación correcta de los gestos en la primera tarea como a mirar más a los experimentadores en la tarea de resolución de problemas, así que los autores sugieren que estos hallazgos implican que esa doble mutación en el gen puede haber desempeñado un papel en la domesticación de los perros, promoviendo niveles más bajos de estrés al estar en contacto con los humanos.

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