“La sociedad española no está a la altura de sus leyes sobre la igualdad de género”
Los resultados de la primera macroencuesta sobre violencia machista en el continente, que se hicieron públicos hace ahora un año, despertaron la alarma en la Europa de los 28. De acuerdo con el estudio, realizado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, más de la mitad de las mujeres europeas ha sufrido acoso sexual. Y una de cada tres ha experimentado agresiones físicas o sexuales, aunque sólo el 34% denuncia los hechos más graves.
Zulema Altamirano es miembro del Instituto Europeo para la Igualdad de Género y una de las responsables de ese primer estudio a nivel continental de la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (FRA). Para ella, a pesar de este primer acercamiento al problema, la violencia machista está lejos de estar bien cuantificada en Europa: “No podemos ni siquiera medir el número de mujeres que han muerto”.
En la encuesta del FRA los países nórdicos mostraban niveles mucho más altos de violencia de género que en los del arco mediterráneo. ¿Hay más conciencia de las agresiones en las sociedades más igualitarias?
Sí, lo más chocante del estudio es la gráfica que cruza el índice de igualdad de género con el de violencia machista. A más igualdad, más violencia. Eso va en contra de lo que podíamos esperar. Dinamarca, Suecia, Finlandia son países con un nivel de igualdad muy alto y un nivel de violencia también muy alto. La hipótesis en la que trabajamos es que, efectivamente, en los países del sur de Europa hay una menor percepción de la violencia. Una encuesta depende de lo que la mujer te quiere contar. Y puede considerar que no está bien hablar de ciertas cosas o puede no ser consciente de haber sufrido esa violencia porque para ella es lo normal. No sabemos cómo de grande es el hueco entre lo que te cuentan y la realidad que viven.
¿Es posible que exista también una reacción violenta a las políticas de igualdad por parte de los hombres?
Esa es la otra vertiente. Si la mujer está más presente en la vida pública, la exposición es mayor. Y la violencia se produce porque hay intención de ser violento y también porque hay oportunidad. Por ejemplo, el acoso sexual en el trabajo. Las cifras no son tan grandes como la percepción que tenemos los especialistas. En la mayoría de los países hay mecanismos para visibilizar el acoso, pero los hombres siguen estando en situaciones de poder respecto de las mujeres, y el riesgo de perder el trabajo es tan grande que eso contribuye a mantener el silencio.
¿Hay una estrategia europea para atajar este problema?
Hay algunos logros: la directiva de órdenes de protección de víctimas, la convención de Estambul, que aún no está ratificada por la Unión Europea pero sí por varios países. Pero, sinceramente, no hay una estrategia que marque las prioridades. Porque para establecer esas prioridades tienes que medir la magnitud del problema.
¿Por qué no se conoce la magnitud del problema?
Porque no podemos ni siquiera medir el número de mujeres que han muerto en Europa. Ahora con la encuesta de FRA se ha dado visibilidad a una parte del asunto, pero como no tenemos un punto de comparación no podemos saber si la situación ha mejorado o empeorado. Lo ideal sería tener otra encuesta dentro de tres o cinco años para poder medir la evolución y el efecto de las políticas que se han ido aplicando.
¿Cuál es el problema para conseguir esos datos globales?
Que no hay conciencia de la importancia de recoger los datos sistemáticamente y las posibilidades de cada país. Ahora estamos haciendo un mapeo de cómo se están recogiendo esos datos. Por ejemplo, hay encuestas en casi todos los países pero son visiones segmentadas. Y que tienen que estar complementadas con estadísticas criminales.
¿Pero cómo se pueden impulsar políticas europeas con las diferencias culturales y los datos dispares que mencionaba?
Quizá no es tan importante ver cuál es la prevalencia de mujeres que sufren violencia como cruzar esos datos con la respuesta que están dando esas sociedades a la violencia. Cuántas mujeres van a denunciar o a pedir ayuda, por ejemplo. Comparar España con Finlandia es un primer paso pero la realidad es tan compleja que si no tienes el dibujo completo puedes hacer más daño que beneficio. Es más interesante contextualizar cada país y su nivel de conciencia, de tolerancia, si hay conciencia del origen de la violencia o si la violencia es un tema público o no.
¿Y España qué papel juega en esta estrategia?
España es un referente en igualdad de género y en lucha contra la violencia. Lo ves en los foros: miran cómo lo hemos hecho, los resultados han tenido las diferentes leyes, y ven también que hay un entendimiento y una concienciación que está por delante de otros países. Se ha interiorizado mucho más el hecho de que se hable de las mujeres asesinadas. En Alemania, por ejemplo, este no es un tema.
¿Porque el problema es menor?
Alemania no tiene por qué ser un ejemplo para todo, no tiene por qué hacerlo todo bien. Y en materia de igualdad y violencia dejan bastante que desear. En la UE-28, sólo en 10 países la violencia de género es un delito específico, y en 12 es un delito agravado. Si no es específico, al denunciar te tratan como un delito normal de amenazas o de lesiones. Otros países circunscriben los delitos al ámbito de la pareja, o la llaman violencia doméstica, dejando fuera a las mujeres que no conviven con sus maltratadores.
¿La sociedad española está a la altura de ese liderazgo?
Tengo mis dudas. Creo que todavía no nos hemos empapado bien de la legislación tan avanzada que tenemos. Y un ejemplo muy claro es de las relaciones entre los jóvenes. Hace poco una amiga me pedía que fuera a dar una charla al colegio en el que trabaja porque estaba preocupada por las relaciones que ve entre sus alumnos de Secundaria. Porque ve cómo se están reproduciendo los estereotipos contra los que llevamos luchando durante generaciones. Nos parece que estamos mucho más concienciados, pero los chavales jóvenes están volviendo atrás.
¿Cómo se gesta esa involución?
Mi hipótesis es que la generación que nos sigue tiene una tolerancia a la frustración muy baja. Todo le ha venido dado, no ha tenido que luchar por ello. Sus padres no estuvieron cerca de ese país en el que ha habido que luchar por los derechos, que ha salido de una dictadura... Nosotras nos hemos incorporado al mundo laboral, hemos conseguido derechos. La siguiente generación no tiene conciencia de lo que es la lucha feminista, de lo que significa que la mujer esté sexualizada. Vive en un espejismo de igualdad en el que los estímulos que recibimos entran sin ningún filtro, sin mirada crítica.
¿Qué tipo de estímulos?
Los patrones se siguen repitiendo en los medios de comunicación, en los anuncios, en el cine. Seguimos queriendo mujeres perfectas físicamente: altas, guapas, esbeltas. Seguimos fomentándolo de mil formas distintas. Y si además en la escuela, donde los menores pasan tantas horas, no rompemos con esos estereotipos, tú sigues pensando que si tu chico no es celoso no te quiere lo suficiente. Y a partir de ahí se permite y justifica, por ejemplo, el control de la pareja. El problema es que en el día a día las chicas tienen el mismo acceso a lo que sus pares hombres, tienden a pensar que lo que dicen las trasnochadas feministas es absurdo. No hay peligro. Pero lo perverso de cómo funciona la violencia es que empieza con poquito y va avanzando. Si metes a una rana en una olla de agua hirviendo la rana salta, pero si la pones en agua fría y vas subiendo la temperatura poquito a poco, cuando quiere saltar ya no puede.
Porque a la vez que ella permite él va sintiendo que tiene derecho a ir un poco más allá.
El problema empieza con los micromachismos, esas actitudes o estereotipos cotidianos más difíciles de ver. Luego siguen los mecanismos de control sutiles y después no tan sutiles. Él va probando límites. La cosa no empieza cuando te pega una tarta.
Las mujeres nos hemos incorporado al mundo laboral pero no hemos abandonado el trabajo familiar y del hogar ¿Es un verdadero avance?
Vivimos con angustia esta situación porque entendemos que no estamos cumpliendo con nuestro rol ni con nuestras expectativas vitales. Nosotras cargamos con la ética del logro y también con la del cuidado. No hemos podido pasar esa parte de la carga. Y cuesta muchísimo avanzar. Por ejemplo en los permisos de maternidad y paternidad. E incluso en el lenguaje: seguimos diciendo “mi marido me ayuda”. Esto tiene que ver con la forma en la que nos educan. Un niño y una niña de uno o dos años jugarán con un muñeco de la misma manera. Pero si después dividimos el mundo en juguetes rosas y azules, marcamos la línea... Incluso nos enseñan a expresar nuestras emociones de forma muy diferente. Y muchas veces nosotras mismas alimentamos esos estereotipos.
¿Dónde reside la verdadera desigualdad?
En el poder y en el tiempo. En este espejismo de igualdad nos han dejado incorporarnos al mundo laboral, aunque van controlando muy bien dónde. Pero donde hay que tomar decisiones importantes hay todavía mucha diferencia. Y en cuanto al tiempo, las políticas de la UE no están funcionando porque el tiempo que dedican las mujeres a tareas de cuidado –dependencia, hijos, hogar– sigue siendo mucho mayor. Y no es un problema sólo de políticas o de legislación. Mi marido está en excedencia por cuidado de hijos y todavía nos cuesta mucho que la gente que nos rodea lo vea como algo normal.