BUK-1/SA-11 ‘Gadfly’: un misil en las manos equivocadas
Existen armas que se supone que sólo debe tener un Estado; armas tan destructivas, tan capaces de causar enormes cantidades de bajas civiles que deben estar bajo el control de la (supuestamente) racional y responsable estructura de un gobierno legítimamente constituido.
Armas como los submarinos, capaces de hundir un barco civil sin previo aviso; como los bombarderos estratégicos, que pueden atacar una ciudad; como las armas químicas, que pueden matar en segundos y sin posibilidad de detección a una muchedumbre, o como las armas atómicas, sueño de terroristas y pesadilla de gobiernos.
Todas ellas deben estar fuera de las manos de exaltados y sobre todo de grupos terroristas, que podrían provocar matanzas sin cuento. En este selecto grupo se supone que están los misiles antiaéreos, diseñados para derribar aviones de combate pero que igualmente (y con mayor facilidad) pueden acabar con aviones civiles. Sobre todo los misiles antiaéreos de alcance intermedio o superior, como la familia BUK-1, conocida en Occidente por su designación OTAN de SA-11 ‘Gadfly’ (tábano). Los presuntos responsables del derribo del vuelo MH17 en Ucrania Oriental.
Los sistemas de misiles antiaéreos de baja cota conocidos como MANPADS están desde hace tiempo en manos de grupos no estatales; al menos desde que las guerrillas de Zimbabue recibieron y emplearon misiles soviéticos SA-7 ‘Strela 2’ a finales de los 70 y más tarde el Gobierno estadounidense de Ronald Reagan entregó misiles ‘Stinger’ a los guerrilleros afganos que combatían contra la invasión soviética a mediados de los 80.
Se trata de sistemas portátiles que típicamente dispara un único soldado, y en sus versiones modernas son muy efectivos. Pero sólo son peligrosos contra aviones o helicópteros en vuelo a baja cota: su pequeño tamaño impide que alcancen altitudes superiores a los tres o cuatro kilómetros.
Sus sistemas de detección basados en las emisiones infrarrojas (el calor) de sus blancos los hacen inefectivos a grandes distancias. Se usan sobre todo para defender a la infantería de la aviación táctica a baja cota, y en ataques terroristas a aviones en fase de despegue o aterrizaje.
Aunque se conoce su presencia en el conflicto ucraniano (los rebeldes han derribado varios helicópteros y aviones con ellos), no pueden ser responsables del derribo del MH17.
Si como parece el responsable de la destrucción del MH17 es un misil, tuvo por tanto que tratarse de uno de esos sistemas antiaéreos que no se supone que deban ser utilizados por insurgentes o grupos rebeldes. Un sistema como la familia rusa BUK-1/SA-11 ‘Gadfly’, por ejemplo. El ‘Gadfly’ es un sistema antiaéreo de alcance intermedio diseñado para proteger a las columnas blindadas soviéticas en su avance. Por eso va montado en vehículos oruga, que además le proporcionan la útil capacidad de ponerse en disposición de disparo en menos de cinco minutos y, lo más importante, abandonar ràpidamente el lugar después de disparar para no quedarse a esperar las represalias.
La clave del ‘Gadfly’ es que une un radar de guía y seguimiento ‘Fire Dome’ con un lanzador de cuatro misiles en el mismo vehículo, denominado TELAR (transporter erector launcher and radar; transporte erector lanzador y radar), lo cual le proporciona la capacidad de enfrentarse a múltiples blancos en varias direcciones a la vez; algo de lo que no era capaz su antecesor, el 2K12 ‘KUB’ (SA-6 ‘Gainful’ para la OTAN).
Los TELAR pueden operar independientemente, aunque el sistema completo incluye vehículos con misiles pero sin radar denominados TEL (transporter erector and launcher; transporte erector y lanzador) que actúan también como recargas, y vehículos de radar de adquisición de blancos llamasos TAL (target adquisition radar) y otros de mando. La primera versión del SA-11 se diseñó durante los años 70 y entró en servicio en forma de lanzadores aislados en 1978 y como sistema completo en 1980.
El radar ‘Fire Dome’ que montan los vehículos TELAR tiene una capacidad limitada de detección y seguimiento de objetivos, algo que como veremos es vital en este caso; su función principal es ‘iluminar’ al blanco elegido para que su eco guíe a los misiles disparados.
Este tipo de sistema antiaéreo se denomina de ‘guiado semiactivo por radar’ (SARH, semi-active radar homing) y es el más extendido de su clase, ya que tiene un gran alcance y se puede diseñar para que sea resistente a contramedidas electrónicas.
‘Fire Dome’ es un radar monopulso capaz de guiar hasta tres misiles simultáneamente, y en las primeras versiones (BUK-1, BUK-M1) tiene una antena de barrido mecánico (protegida por la gran protuberancia que aparece en la parte delantera de la torreta), lo cual limita su agilidad.
Es capaz de detectar y seguir blancos por sí mismo a más de 30 kilómetros de distancia (para lo cual emplea radar de pulsos) y entre los 15 metros y los 22 kilómetros de altura. Está equipado con un ordenador Argon 15A, e incluye sensores ópticos, un enlace de datos para conectarse con otros vehículos y (crucialmente) un interrogador IFF (identification friend or foe: identificación de amigos y enemigos). A partir de la versión M1 se instaló también un identificador de blancos no cooperativos: un sistema para distinguir aparatos por sus características de vuelo y perfil de eco radar. El radar ‘Fire Dome’ puede pasar de parado a listo para el combate en 20 segundos. En sus últimas versiones el sistema tiene cierta capacidad de ataque contra buques e incluso contra blancos en tierra.
Como parte de una división acorazada un regimiento antiaéreo BUK-M1 dispone de un destacamento de adquisición de blancos y cuatro baterías, compuestas cada una por un vehículo de mando, un vehículo radar TAR, seis TELAR y tres TEL (total, 24 TELAR y 12 TEL). Como cada vehículo tiene una tripulación de cuatro personas, comprende más de un centenar de soldados entrenados incluyendo seguridad, vehículos de apoyo y reparaciones, recargas, etc.
En estas condiciones los lanzadores cooperan electrónicamente a través del enlace de datos y aprovechan el mucho mayor alcance del radar de adquisición de blancos para proporcionar al conjunto un campo de visión que llega a los 140 kilómetros de radio. Pero no hace falta disponer de un regimiento completo para disparar un misil (como ha afirmado Russia Today): un TELAR por sí mismo puede hacerlo, aunque con alcance reducido y con menor capacidad de discriminación de blancos.
Los misiles son de combustible sólido (sencillos, robustos, muy duraderos - hasta 10 años-), tienen 5,55 metros de longitud y pesan 690 kilos, de los cuales 70 son de alto explosivo. Los de las versiones BUK M1 alcanzan una velocidad superior a Mach 3 (más de 3.700 km/h), se propulsan durante 15 sg y pueden alcanzar hasta 25 kilómetros de altura.
Se guían buscando el reflejo en su ‘nariz’ del haz enviado hacia el blanco por el radar ‘Fire Dome’, y el sistema tiene en conjunto una tasa de éxito contra aviones de hasta el 95% (si el blanco no utiliza contramedidas). Versiones posteriores pueden incluso atacar misiles balísticos o de crucero. El misil lleva una espoleta de proximidad radar; cuando alcanza las cercanías del blanco los 70 kilos de explosivo estallan. Hasta aviones de combate como el bombardero supersónico Tu-22M ‘Backfire’ son vulnerables, como demostró el derribo de uno de ellos (por una batería BUK-M1 ucraniana) en la Guerra de Osetia del Sur (Georgia) en 2008.
Las versiones posteriores del sistema, a partir de la BUK-M2, reemplazaron el radar ‘Fire Dome’ por un NIPP 9S36 de un tipo completamente diferente: se trata de un radar PESA (passive electronically scanned array, radar pasivo de barrido electrónico) que no necesita una antena móvil para barrer el espacio vigilado. Esto supone que es más robusto, resistente a contramedidas y preciso, y que el vehículo TELAR es marcadamente diferente: en el frente de la torreta desaparece la gran protuberancia que cubre la antena móvil del BUK-1 reemplazada por una cubierta plana. La electrónica es más sofisticada permitiendo combatir con más blancos a la vez (hasta 24), aumenta el alcance y la altura máxima (hasta 50 km. de radio y 25 km de altura) y en el sistema conjunto aparece un nuevo tipo de TAR equipado con una gran antena extensible de más de 12 metros de alto que mejora la capacidad de combate en áreas montañosas y boscosas. Además el BUK-M2 dispone de nuevos misiles más maniobrables, aunque también puede emplear los antiguos. La combinación es tan diferente en su comportamiento y capacidades que la OTAN le dio un nuevo nombre: SA-17 ‘Grizzly’. Ambos sistemas pueden distinguirse no sólo por su aspecto, sino también por sus señales electrónicas.
De todo este galimatías técnico pueden sacarse algunas respuestas. En el este de Ucrania ahora mismo hay sistemas BUK-M1 con la capacidad técnica de derribar el MH17 y tanto el Ejército ucraniano como las milicias prorrusas disponen de ellos (el 24 de junio los milicianos capturaron una base antiaérea gubernamental que los tenía).
Un único vehículo TELAR del tipo BUK-M1 es capaz de detectar y derribar por sí mismo un avión dentro de su envolvente, ciertamente a 10.000 metros de altitud; no es cierto que haga falta un batallón entero. También es cierto que la electrónica del lanzamisiles debería haber identificado al vuelo MH17 como avión civil, ya el sistema IFF, ya el de reconocimiento de blancos no cooperativos. Unos soldados debidamente entrenados y atentos no tendrían por qué confundir el eco radar de un Boeing 777 con un aparato militar.
Sobre la formación necesaria para el uso de este tipo de armamento es más complicado juzgar: desde luego que hace falta entrenamiento específico para manejarlo, como deja clara la foto de la cabina de uno de ellos. El Ejército ucraniano y el ruso (la frontera está cercana) disponen sin duda de tripulaciones cualificadas. Pero no puede descartarse que haya entre los milicianos personal capaz de usar estos sistemas; bien exmilitares ucranianos o rusos (hay mercenarios y voluntarios operando con las milicias), bien técnicos de las plantas armamentísticas que abundan en la región. Tampoco puede descartarse que Rusia, que ve con simpatía la causa de los separatistas, haya suministrado personal o formación. Al fin y al cabo sólo hacen falta cuatro hombres para tripular un TELAR como el que fue visto en la zona del derribo del MH17 poco antes (y después).
Ésa es quizá la cuestión más importante: que un reducido grupo de personas tenga la capacidad de derribar un aparato comercial en vuelo de crucero es algo nuevo. Hasta ahora ese tipo de misiles estaban controlados por estados y por jerarquías (normalmente militares) que involucraban a mucha gente. Esto servía como mecanismo de seguridad, ya que era más difícil (aunque no imposible) una situación de descontrol o la caída de este tipo de armas en manos de fanáticos.En este caso lo que parece haber fallado es el control del armamento.
El incidente del MH17 demuestra que las grandes potencias están perdiendo el control absoluto sobre ciertas categorías de tecnología muy letal, y esto es lo que más inquietaesto es lo que más inquieta. Porque a los estados se les puede hacer responsables y castigar cuando se equivocan, pero a los grupos descontrolados es mucho más difícil disuadirlos, sobre todo si son pequeños. El hecho de que este tipo de armamento pueda quedar en manos de un puñado de personas hace mucho más probable su uso, y por tanto mucho menos segura a la humanidad en su conjunto. Una muy mala noticia para todos.
Imágenes: “Buk-M1-2 air defence system in 2010” por Vitaly V. Kuzmin. “Inside of a Buk-SAM (cropped)” por alexindigo (posteada originalmente en Flickr como Inside SAM system “Kub” (SA-6 Gainful)