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Las élites que estudiaron en colegios privados dominan la vida pública

Owen Jones

Una discusión personal entre dos hombres que fueron al mismo colegio, son amigos desde la universidad y pertenecen al elitista Club Bullingdon. En eso se ha convertido el debate sobre la pertenencia de Reino Unido a la UE. Por supuesto, esto no se limita al psicodrama entre Boris Johnson y David Cameron. Stanley Johnson, padre del alcalde de Londres y antiguo eurodiputado conservador, sale en antena para defender a su hijo de las acusaciones de arribismo. Y su hermano, el ministro conservador Jo, borra un retuit del otro hermano de ambos, el presentador Leo, que se burlaba de la postura de Boris.

¿Mareado? Como subraya el último estudio de la organización educativa Sutton Trust sobre el origen de los británicos de élite, no debería sorprendernos. La entidad destaca las conclusiones de varios informes: que en la política, en los medios –incluido the Guardian, sí–, y también entre los magistrados de alto rango, en el cine y en el teatro, mandan quienes tuvieron una educación privada, que son el 7% de la población.

En el caso de más de 7 de cada 10 militares británicos de alta gradación, sus padres tenían recursos suficientes para mandarlos a colegios privados, y esa proporción es incluso mayor entre los jueces de máximo nivel. En el mundo del periodismo predominan los entornos ricos: según el estudio, más de la mitad de los periodistas estrella recibieron educación privada y solo el 19% asistió a comprehensive schools (escuelas integradoras que no seleccionan a sus alumnos por su nivel académico).

Lo mismo ocurre con la política: la mitad de los miembros del Gobierno fueron a colegios de pago a los que muy pocos de sus electores pueden aspirar a asistir. Además, más de dos tercios de los británicos que han ganado un Oscar recibieron una educación privada, y aunque esa cifra baja hasta el 42% entre los ganadores de los BAFTA, sigue estando muy alejada de la población general. Salvo que creas que ser privilegiado y tener talento es lo mismo, nadie puede considerar esas cifras una distribución justa del talento y de las capacidades.

Esto es importante. En la última generación –y desde antes– ha habido un cambio en la actitud hacia la desigualdad. Han fomentado que creamos que quienes están en lo más alto merecen estar ahí por su trabajo duro, su determinación y su inteligencia y que, de la misma manera, los de abajo están donde están porque son vagos e inútiles.

Es una racionalización conveniente de la desigualdad profunda, perpetuada por la imagen continuamente negativa que los medios han transmitido sobre quienes están en la pobreza y por la creencia de que lo que antes considerábamos problemas sociales no es más que fracasos individuales. Pero lo cierto es que los escalones más altos de la sociedad británica discriminan en función de la riqueza, no del talento.

Para quienes dominan las élites del país, este es un debate molesto que suele provocar una reacción a la defensiva. ¿Quién no quiere creer que ha alcanzado el éxito por su propia capacidad innata, su talento o su conducta? Pensar que hay potencialmente más periodistas, políticos, actores y jueces con talento en las casas adosadas de Manchester y en las viviendas de protección oficial de Glasgow... Bueno, es una receta para la inseguridad. Es mejor conformarse con creer que la desigualdad es en realidad merecida.

Cuando saco estos temas en compañía de personas que estudiaron en colegios privados y desarrollaron sus carreras en el sector que ellos eligieron, responden como si les hubiera insultado en lo personal. Pero la desigualdad no es nada personal, no es culpa de los individuos, sino del sistema en el que vivimos. Puede que no haya tenido una educación privada, pero reconozco que si fui uno de los pocos alumnos de mi clase de primaria en ir a la universidad no fue por mi talento puro, sino por las ventajas que me proporcionó mi entorno de clase media y sector público.

No solo es injusto, sino que tiene consecuencias para todos nosotros. Todos vemos el mundo a través de un prisma conformado por nuestras experiencias: nuestros padres, nuestras escuelas, nuestros amigos y nuestros compañeros y socios. Eso no hace imposible entender la vida de personas de entornos diferentes, pero claramente lo hace más difícil, especialmente si estás rodeado de personas con un origen similar.

Quizá algunos problemas como la crisis de la vivienda o la inseguridad laboral estarían más presentes si hubiera más políticos a los que les afectaran personalmente. Nye Bevan (exministro británico de Sanidad) pudo languidecer en lo más bajo de su clase del colegio, pero presenciar las adversidades sin duda alimentó su determinación para crear el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés).

Del mismo modo, si hubiera más periodistas que no hubieran crecido como niños mimados del sur londinense y no hubieran estudiado en colegios privados, tal vez los medios capturarían con mayor precisión las necesidades y deseos de un amplio sector de la sociedad británica. Quizá a los abogados no les costaría entender la vida de clientes procedentes de entornos totalmente distintos de los suyos.

¿Cómo explicar una desigualdad tan grotesca? Después de todo, los datos sugieren que los estudiantes de colegios públicos obtienen mejores resultados en la universidad que sus compañeros con la misma nota de acceso pero procedentes de centros privados. Los estudios de años anteriores de la OCDE indican que, una vez que se tiene en cuenta el contexto socioeconómico, no hay mucha diferencia entre los resultados académicos de las escuelas públicas y los de las privadas. En otras palabras, a quienes vienen de entornos privilegiados suele irles tan bien en los centros públicos como en los privados.

Las razones varían. Hablemos de la interpretación, una profesión muy insegura caracterizada por largos periodos de desempleo. Londres es un destino goloso para los actores, y una de las ciudades más caras del planeta. Si tus padres pueden permitirse un colegio privado, es más probable que tengan recursos para sustentar tu precaria carrera. Y en los medios de comunicación se están propagando las prácticas no pagadas. Como señala Sutton Trust, las empresas a menudo valoran a los candidatos que han pasado por esos trabajos sin remuneración. Pero ¿cuántos pueden permitirse trabajar gratis en Londres?

Tampoco hay duda de que las escuelas privadas se esfuerzan en dar a sus alumnos cierta confianza en sí mismos –a menudo interpretada por los demás como arrogancia–, algo que algunas empresas valoran. Las redes de contactos también son a menudo importantes. Tanto Cameron como Johnson deben el inicio de sus carreras a contactos familiares. Como dice Sutton Trust, nos gusta rodearnos de gente como nosotros: cuando los empleadores conocen a candidatos que suenan y actúan como ellos, el instinto puede llevarles a optar por ellos en lugar de por alguien que parezca culturalmente lejano.

Los estudios internacionales sugieren que los niños de entornos más pobres pesan menos, y que los de padres ricos están expuestos a un vocabulario más amplio desde el primer día. Criarse en un hogar con demasiadas personas también puede perjudicar la educación de los niños.

La desigualdad golpea nuestra sociedad como una piedra. Las élites no son mejores que el resto de la gente, solo tienen más suerte y les han tendido la mano mientras a otros les han cerrado puertas. Es un desperdicio de talento, y todos sufrimos por ello.

Traducido por: Jaime Sevilla

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